Lágrimas

143 18 39
                                    


Hikari se encontraba rezando en su altar oculto, en el jardín de la casa Uchiha, como lo hacía cada mañana desde que llegó.

La joven Youkai se sentía cómoda allí pero en el altar, con los nombres de su familia grabados en la bella madera de las placas, se sentía verdaderamente a salvo y en su hogar.

Afortunadamente y al contrario de sus sospechas, la familia de su prometido la había recibido de manera cálida y fraternal, incluso el aparentemente imperturbable Fugaku. Aunque el vacío que habían dejado en la casa ambos hermanos era palpable en cada rincón, era evidente de como se esforzaban por lograr que eso no los desanimara. Hikari también hacía su parte, ayudando a Mikoto con el cuidado de la casa y el jardín. Hacía su mejor esfuerzo por no mostrarse desanimada, después de todo, no era la única que sufría la ausencia de sus seres amados y no le serviría de nada la tristeza.

Fugaku, si bien raras veces hablaba con ella desde su reunión en el jardín, se aseguraba de que no mostrara debilidad frente a los demás. Probablemente buscaba hacer de ella la líder del clan Youkai que necesitaban en esos tiempos que corrían y una esposa fuerte para su hijo. Le había prohibido llorar mientras estuviera frente a otras personas y a mantener una actitud calmada y sobria. Hikari en ese momento comprendió porque admiraba tanto a la madre de Sasuke, una mujer entera a pesar que el peso de la guerra la aplastaba al igual que muchas madres en todo el País del Fuego.

Era sólo en la seguridad de su altar que Hikari se sentía lo suficientemente segura como para derramar algunas lágrimas silenciosas, pensando en el destino de las personas que conocía; aquellas de las que aún no sabía nada y aquellas a las que la guerra ya se había llevado.

La mañana no era tan fría como se esperaba, a pesar de que el invierno parecía anunciarse en el cielo sin sol y el aire gélido de la noche; sin embargo, esa mañana había sido diferente.

Razón por la que Hikari llevaba puesta yukata de colores menta y dorado, con detalles de peces en el obi bordado en hilo de seda verde esmeralda, los pliegues de la tela se formaban asimétricamente sobre su menudo cuerpo y le daban una sensación de recato y sofisticación. No vió la necesidad de abrigarse demasiado así que los delicados hombros femeninos eran besados por el sol, allí donde sus largos cabellos pálidos, que sólo estaban atados en su extremo con una cinta roja, no la cubrían.

Fue en ese bonito momento de paz con su familia, rodeada por las flores del jardín, que Hikari escuchó gritar a Mikoto Uchiha dentro de la casa.

Duró menos de un segundo pero sirvió para congelar su cuerpo más que el incipiente invierno que acosaba la mañana.

Se levantó lo más rápido que pudo teniendo en cuenta su intrincado kimono y subió presurosa las pequeñas escaleras de piedra que la devolvían al nivel del resto del patio. Sus pasos se volvieron frenéticos en el sendero rocoso que llevaba a la entrada de la casa, sus oídos atentos a un nuevo indicio de que no había escuchado mal. Estaba tan desesperada por averiguar qué sucedía que casi olvido dejar sus zapatos de tela en la entrada antes de ingresar a la casa. Ahogó una maldición y se los quitó presurosa antes de avanzar.

Todos los miedos que la acosaban en el silencio de la casa y las apariencias resurgieron en su pecho como un veneno tóxico y corrosivo. Las imágenes de Sasuke e Itachi se agolparon en su mente y en sus labios ardió el recuerdo de su último beso.

Cuando llegó al pasillo principal, el llanto de su suegra se hizo más evidente y la joven ya no tuvo más dudas. Era Mikoto, en algún lugar de la casa, sollozando de manera desconsolada y desgarradora. Hikari se llevó una mano al pecho en un intento por calmar su corazón desbocado a medida que sus ojos se llenaban de lágrimas.

Algo por que morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora