El dos de mayo del año 102 las cosas no podían ir a peor. O eso pensaba. Aquel día, Rob había acabado en la playa intentando alejarse de todas aquellas cosas que le preocupaban. Pero no era tan fácil.
El viento que hacía aquel día era exagerado y a penas podía mover su cuerpo sin dificultades. Al final, había acabado sentado en las enormes escaleras de la explanada ubicada al lado de la torre Zero. Encima de esta, la bandera del reino de Lexa parecía que iba a salir volando de un momento a otro. Los cormoranes extendían sus alas sobre el cielo pero no se movían, simplemente se mantenían planeando por encima de las fuertes corrientes del aire. Incluso un par de valientes estaban intentando surfear las grandes olas que se formaban.
Rob se cubrió la cara para evitar que los granos de arena le entraran en los ojos. Aunque le hubiera gustado, no podía seguir contemplando a los surfistas. Ese era uno de aquellos días en los que el mar estaba tan agitado que daba realmente miedo acercársele. Quizá por eso admiraba a aquellos que intentaban surcar las olas, porque estaban haciendo algo de lo que él sería incapaz.
Él habría necesitado de una fuerza superior solo para mantenerse en pie. No solo era que el viento apenas le permitía caminar, es que tenía la sensación de que de un momento a otro, acabaría saliendo volando como lo estaba a punto de hacer la bandera de la torre Zero.
«¿Cómo se supone que voy a levantar un reino si no soy capaz ni de levantarme a mi mismo?», pensó. Todo lo que había pasado ya no se podía evitar. No había nada que él pudiera hacer, ni aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Ni aun siendo el heredero de todo el reino de Lexa. Rob realmente sentía que eso de ser príncipe se le quedaba demasiado grande.
Pero de golpe el viento de su alrededor cesó de golpe. Quizá fue gracias al pequeño atisbo de esperanza que había dentro de él, o quizá simplemente fue por casualidad, por algún truco del destino. El caso es que cuando abrió los ojos vió enfrente de él una chica de no más de un metro y medio, de piel clara y pelo largo y oscuro. Llevaba un sobrero puntiagudo y una capa negra sobre sus hombros que le cubría hasta sus pies descalzos.
Ambos estaban rodeados por una burbuja que los aislaba del viento. Rob tenía la sensación de estar soñando, pero sabía de sobras que no era así. En sus dieciséis años de vida no había visto ningún fenómeno similar. Ni en sus peores pesadillas había sentido tanto miedo. Aquello parecía magia y sabía de sobras que no existía nada parecido a la magia en Lexa.
—¿No tienes frío? —preguntó la pequeña chica con una voz más bien grave.
La verdad es que tenía las manos heladas y que estaría mucho mejor en su habitación completamente solo. Pero dentro de esa extraña burbuja la temperatura no estaba tan mal. Rob no sabía qué decir. Si debía preguntar antes quién era, qué era o qué quería de él.
—Tranquilo, —dijo ella—. Sólo quiero ayudarte.
—¿A caso tu... puedes salvarle? —no pudo evitar susurrar, dando por sentado que ella supiera de sobras aquello que más le preocupaba.
—No infravalores mi magia, cariño.
Estuvo a punto de decirle que la magia no existía en ese reino, que llevaban aislados de ella desde hacía décadas. ¿Pero que era aquello que les rodeaba si no magia?
—No lo entiendo, ¿por qué quieres ayudarme a mí sin conocerme de nada? ¿No vas a pedirme algo a cambio?
—No necesito nada a cambio. Yo me beneficio de la magia y ella se beneficia de mí. No necesito pedirte nada, todo se acaba equilibrando por sí solo.
Rob no acababa de entender lo que le quería decir aquella chica misteriosa que lo miraba desde abajo de la escalinata. Pero sin lugar a dudas parecía que era la única que le podía sacar de esa. Además, sabía que no tenía demasiado tiempo, los recuerdos de las últimas horas se abalanzaron sobre su cabeza una vez más y volvió a sentir aquella impotencia por no poder cambiar las cosas. Lo siguiente que pasó fue como un impulso, su boca actuó antes de que su cerebro pudiera procesar todo aquello y gritó:
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El despertar de los dragones
FantasyEste no es el típico cuento de príncipes que salvan a princesas, ni de brujas resentidas con sus maleficios, ni tampoco de valientes caballeros que acaban con los monstruos más temibles. Porque no a todos los príncipes ayudan a princesas, ni todas...