Introducción.

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Me despierto algo aturdido y mareado en una habitación que, claramente, no es la mía, echado en una cama, con una vía de morfina en la vena del brazo derecho, la cual me da grima. Miro a mi alrededor en busca de un reloj que me indique la hora y lo encuentro justo en frente, pegado a la pared color blanco. Las manecilla marcan las nueve menos veinte de la mañana. Con cuidado me senté en la cama, la cual era bastante incómoda, y miré a mi alrededor en busca de mi madre o algún familiar. Pero estaba sólo, completamente solo en esta horrenda habitación.

Rápidamente caí en la cuenta de que estaba en un hospital y que algo había tenido que ocurrir para acabar en este lugar. Lo único malo es que no recordaba que era lo que había pasado la noche anterior. Fruncí el ceño al ver como mis brazos, con los cuales me estaba apoyando, perdían fuerza poco a poco, imagino que por los medicamentos; así que decidí tumbarme de nuevo. Miré hacia los lados para observar el entorno que me rodeaba. La habitación era de color blanco sucio —debía de hacer tiempo que no pintaban estas paredes —, y tan solo tenía un armario, una televisión encima de un pequeño apoyo de madera unido a la pared, una mesita de noche y la cama donde estaba echado; además de un sofá color azul, el cual se veía bastante incómodo, incluso más que la cama.

—Buenos días —saludó una enfermera entrando por la puerta. En su mano llevaba un informe, imagino que el mío, el cual leía atentamente. —. ¿Cómo te encuentras? —preguntó una vez que dejó de mirar el informe, ahora me miraba a mí.

¿Cómo me sentí? Ni yo mismo sabía la respuesta. Físicamente estaba agotado y por los moretones y raspaduras por todo mi cuerpo, también dolorido —gracias a los medicamentos no sentía dolor —. Mentalmente estaba confuso, quería recordar que mierdas pasó la noche anterior para acabar en este hospital, pero mi mente parecía no querer darme la respuesta; y esto me llevaba a la frustración.

—Me encuentro algo mareado y cansado; también me duele mucho la cabeza y el brazo izquierdo —le informé mientras intentaba levantarme de la cama una vez más.

La enfermera se colocó en el lado derecho de la cama y, con delicadeza, me tomó de la nuca e hizo que inclinara un poco la cabeza para poder observarme.

—¿Cómo no te va a doler la cabeza cielo? Si te caíste por una colina —me informa la enfermera terminando de revisarme.

Dejó mi cabeza de nuevo sobre la almohada y pasó a mi brazo, dónde tenía la vía. Con cuidado, pero de forma rápida, la quitó de ésta y con un pequeño algodón, el cual no sabía de dónde coño lo había sacado, limpió la escasa sangre que salía del agujero y, para terminar, me puso una tirita marrón, de esas que cuesta quitárselas en años y, las cuales, son antiestéticas completamente.

¿Me caí por una colina? ¿Qué mierdas hacía yo en una colina o, mejor dicho, cómo acabé en una? No recuerdo beber tanto, ni siquiera recuerdo si bebí —aunque tampoco es que recuerde mucho —. ¿No me acuerdo de lo que sucedió porque estaba borracho?

—¿Me caí de una colina? —pregunté casi con asombro mirando a la enfermera esperando a que pudiera responderme.

—Tuviste un accidente esta noche, ¿no te acuerdas?

—Pues no, siendo sincero no le acuerdo de nada de a noche —confesé.

—Bueno, no te preocupes, ya lo recordarás —me intenta tranquilizar la enfermera —. Iré a buscar al doctor para que venga y te vea. No te muevas de aquí hasta que venga —bromea porque sabe perfectamente que apenas y puedo sentarme en la cama. Yo río, sin gracia alguna, en lo único que pienso es en a noche. ¿Tuve un accidente de coche? ¿Porqué no lo recuerdo?

—¡Espera! —exclamé antes de que la enfermera se fuera — ¿Podría alguien avisar a mi madre de que estoy aquí, por favor?

Ella sonrío.

Al final de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora