Prólogo

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Me despierto a causa del sonido del despertador, el cual me despierta cada mañana a las nueve. Pero esta vez era diferente. Gruño al oír ese odioso sonido y empiezo a toquetear el dichoso aparato a ciegas hasta finalmente apagarlo.

Me siento en la cama y me cubro el rostro con mis manos. No quiero hacer esto. Sé que es la única forma de hacer mi sueño realidad, pero no alejándome de ella. Lentamente, retiro mis manos de mi cara y miro hacia atrás.

Y ahí esta ella, con su rojizo y brillante cabello tumbada en la cama. Seguía con los ojos cerrados ya que aún dormía y no tenía ni la más remota idea de lo que estaba pasando.

Me levanto cuidadosamente de la cama y sin hacer el más mínimo ruido empiezo a coger todo lo necesario para meterlo en mi mochila. Unas sudaderas, algunas que otras camisetas de manga corta y pitillos de tonos oscuros.

Cierro la cremallera de la mochila y abro otra vez el armario, esta vez para coger la ropa que me iba a poner ahora. Rebusco entre la poca ropa que quedaba y saco unos pitillos negros un poco gastados, una camiseta básica de color gris y una camisa roja a cuadros para llevar  encima.

Cuando ya estoy listo, abro silenciosamente la puerta de la habitación y me dirijo hacia el baño, sin antes volver a echar un vistazo y asegurarme de que ella aún seguía dormida. Una melancólica sonrisa se desprende de mi boca mientras cierro la puerta y entro en el baño.

Me apoyo en el lavabo y me miro fijamente al espejo. Se pueden notar en mi rostro unas leves ojeras y unas pequeñas marcas rojizas por la altura del cuello a causa de la pasada noche. Quería hacerla mía. No la vería durante mucho, mucho tiempo y eso me dolía más que un puñal en el corazón.

Abro el grifo y coloco las manos debajo del agua para al instante sumergir mi cara en ella y contar hasta diez.

Uno...

Dos...

Tres...

Cuatro...

Cinco...

Seis...

Siete...

Ocho...

Nueve...

Diez.

Levanto lentamente mi cabeza para volver a mirar mi rostro y secarlo con una toalla. Salgo del baño y me dirijo a la habitación. Por suerte, ella aún seguía dormida. Ahora lo que debía hacer era despedirme de ella durante mucho tiempo, cosa que odiaba.

"A medida que pasa el tiempo uno se acostumbra", "Ya verás que cada vez va a ser más fácil despedirte" me dicen la mayoría, pero ellos no sienten el vacío que siento yo al tener que despedirme de la persona que ocupa mi corazón y lo ha ocupado siempre.

Me siento esta vez en su lado de la cama. Empiezo a besar delicadamente su rostro y a hacer suaves caricias por todo su cuerpo. Al instante, una dulce risa sale de sus labios. Música para mis oídos. Perezosamente abre los ojos, parpadea dos veces y desprende una pequeña sonrisa en forma de "Buenos días".

-Buenos días, pequeña.- Respondo mientras deposito un beso en sus finos y rosados labios.

Ella desvía por un instante la mirada hacia el escritorio que hay al fondo de la habitación y ve una mochila apoyada encima. La reconoce y se da cuenta de que algo va mal. Confundida, vuelve a mirarme, esta vez fijamente en los ojos y yo tan solo soy capaz de devolverle una mirada triste.

-Debo irme.- Es lo único que se atreven decir mis labios al ver sus marrones ojos, esta vez cristalinos, intentando retener las lágrimas que desean salir de su escondrijo. Se pasa una mano por sus ojos para así retener las lágrimas que estaban a punto de caer.

-Lo entiendo, tienes que ir y hacer esa gira mundial. Mientras cumplas tu sueño y seas feliz yo seré feliz... No te preocupes por mí, voy a estar bien.- Responde ella intentando simular una sonrisa, la cual se rompe al instante al notar como empiezan a brotar y caer lágrimas de sus ojos.

De repente, noto una gran presión en mi cuerpo y me doy cuenta de que es ella, que ahora está totalmente apegada a mi cuerpo, uniéndonos en un gran abrazo mientras esas pequeñas lágrimas siguen saliendo de sus preciosos ojos.

-No te vayas, por favor.- Susurra ella mientras hace pequeños sollozos.

Intento retener las lágrimas, pero no soy capaz. Haría lo que fuera por llevármela conmigo o quedarme aunque sea un día más, pero los dos sabemos perfectamente que ninguna de esas dos opciones son posibles. Silenciosamente, una lágrima nace en mi ojo y acaba muriendo en mis labios, dejándome un sabor salado en ellos.

-Volveré pronto, te lo prometo.- Le susurro en la oreja.

Se separa de mí y me mira fijamente a los ojos. Los suyos se encuentran ahora rojizos igual que los míos a causa de la cantidad de lágrimas que han derramado. Suavemente, coloca sus manos cogiendo mi rostro y pasa delicadamente su pulgar, secando las pocas lágrimas que quedan en mis mejillas.

Sonrío, haciendo que ella me devuelva la misma sonrisa. No sé qué haría sin ella, es demasiado perfecta. Al instante retiro sus manos de mi rostro, para así agarrarlas fuertemente. Ella baja su mirada al suelo, cosa que le hace sacar su lado más tímido.

Despego mi mano derecha de la suya y le coloco un mechón detrás de su oreja, cosa que hace que vuelva a subir su mirada hacia mis ojos. El silencio se apodera de la habitación, haciendo parecer que solo existiésemos nosotros en el planeta Tierra.

Te quiero.- Susurro mirando fijamente sus oscuros ojos.

Ella tan solo sonríe para al instante fundirnos en un largo y dulce beso. Un beso eterno del cual nadie querría despegarse nunca jamás. Un beso que demuestra todo lo que nos queremos, lo que nos echaremos de menos y lo tanto que nos necesitamos el uno al otro para poder seguir adelante.

Un beso eterno, que seguirá vivo kilómetros a distancia.

Miles Away. (Kellin Quinn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora