Prólogo

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A través de la ventana se encontró con una serpiente que mordía su cola. Era un espectáculo raro pero nada extraordinario. De cualquier forma, no podía detenerse a pensar en algo tan trivial en esos momentos. Pero daba igual, la muerte de su tío lo impulsaba a divagar con cualquier excentricidad que se presentara a su vista, cualquier cosa que le evitara hundirse en la tristeza y romper en llanto. A su tío no le hubiera gustado verlo llorar, siempre se quejo de aquellos débiles que eran dominados por sus emociones fácilmente.

Mientras se perdía en sus pensamientos la serpiente se había ido, solo quedaba detrás de la ventana el pequeño jardín que su tío había cuidado con tanto ahínco. Desconocía las flores que tantas horas habían robada al tiempo de su tío, pero eran preciosas, ahora lo veía, el contraste de flores amarillas, rojas y blancas ofrecía un espectáculo esplendido. Podría pensarse que la energía de su tío se hubiera estancado en ese pequeño jardín realzando el color y el brillo de las plantas. Y ¿por qué no? La energía no se destruye, solo se transforma. Tiene sentido. Pero, ¿qué importa? Su tío ha muerto.

-Disculpe señor. ¿Está listo para la lectura del testamento?- le preguntó una figura rechoncha asomándose a la puerta de la habitación.

-Sí. Voy en un momento.

"¿Señor? Recién cumplí los veinte" pensó mientras veía como se cerraba la puerta. Era extraño pensarse a sí mismo como "señor" pues aún se sentía como un crío, y más ahora que se había quedado solo en el mundo. "Un niño huérfano, desvalido", se dijo, "no soy más que eso".

Por fin se decidió a traspasar el umbral y enfrentarse a la última voluntad de su tío. Nunca se imaginó que podría llegar a aquella situación, creía que su tío lo sobreviviría, pero como suele suceder nada es como lo imaginamos.

-Bienvenido señor, tome asiento.

Y leyeron el testamento. Como era obvio, le dejo todas sus pertenencias, incluyendo la casa en la que se encontraba ese momento y en la que vivió durante la mayor parte de su vida.

-Es todo señor, firme aquí y aquí.- instó el abogado rechoncho.- Bien, gracias... Ah, se me olvidaba, su tío dejó para usted esta carta, me pidió que se la entregara al término de la lectura. Por mi parte es todo, hasta luego.

Tras despedir alabogado, se quedo mirando profundamente el sobre amarillo que contenía lacarta. La curiosidad lo embargó pero, a la vez, se sentía totalmente incapaz dedesvelar las últimas letras de su tío.    

TrozosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora