1. James solo James

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Yo tengo una historia que contar, una que se llama Dakota, una que empieza con una foto. Una gran sonrisa y ojos tristes.

"Más que tu cuerpo, es el amor con el que me lo entregas." 

Ahí estaba.

Intacta.

Ella.

Aquella que ya no recordaba; ella, la que se había perdido en mi memoria, nadaba en esos vagos recuerdos que yo sabía aún, a pesar del tiempo, seguía en mi corazón.

Asentí con el corazón encogido. Me terminé la taza y ellas me dieron el álbum, entonces, recordé. Y valía la pena recordar, ¿contar? No sé si valía la pena contar.

Pero así como ella me enseñó. Me arriesgué.

— ¿Quién quiere que le cuente una historia?

Mis nietas gritaban eufóricas, saltaban y señalaban al álbum, corrían por almohadas y las ponían en el piso mientras gritaban frenéticas.

— ¡Yo! ¡Yo!

— ¡Una de piratas! Una de tus aventuras en La Vie.

— ¡Sí, sí! Capitán, ¿cómo fue este viaje?

Mi barco. La Vie.

La vida.

—Esta historia es diferente. Pasó. Pero no pasó en el barco La Vie, pasó antes de que yo subiera al barco, pero no, no se confundan, esto fue fundamental para que yo me convirtiese en el capitán.

Mis pequeñas me sonrieron.

— ¿Si vieron la foto que sostengo al muñeco rojo con azul?

Ellas asintieron.

— Bueno...yo tenía nueve años...









Yo jugaba feliz en mi vecindario con mi muñeco de spider-man.

Tenía algunos amigos; desgraciadamente la mayoría de los chicos de mi vecindario tenían aproximadamente quince años, y ya saben, los chicos de quince años son buena onda y salen a la hora en la que mi mamá me manda a dormir.

Kevin y Carlos son mis mejores amigos, muy aparte de ser los únicos de nueve años como yo, estudiamos en Colegio Saint Jude, donde los chicos de quince años de mi vecindario también estudian; claro que ellos son los chicos del segundo piso. Secundaria.

El colegio se llama "Santo Judas"a pesar de no ser religioso, pero, ¿quién soy yo para decidir qué nombre debe tener las cosas que no me pertenecen?

— ¿Podrías soltar a ése muñeco? Vamos, James, juega con nosotros. Kevin y yo parecemos locos dándole a la misma portería sin portero.

Resoplé. Nunca me dejaban elegir si quería ser portero o delantero, me animaría hasta con defensa, pero yo siempre era el portero.

Siempre en un terceto de amigos existen los siguientes lugares: el que manda, el que le sigue y al que tienen porque sí. El que manda siempre tendía a ser más alto que todos, pero en este caso, Carlos era la excepción, su cabello naranja le llegaba hasta las orejas y sus pecas adornaban su cara como luces en un árbol de navidad, muy aparte de que sigue comiendo sus mocos, todo un hombre; el que le sigue, es Kevin, ¿qué decir sobre él? Su cabello es amarillo sol y sus ojos verdes, casi se parecen a los de Mini, la gata reina de mi vecindario. Kevin no habla mucho pero es el que siempre se ríe de mis chistes y no hay otra forma que darle mis muñecos de constructores para pagarle aquello. Así que al que tenían porque sí, era yo... ¿por qué? Porque los tres nacimos el mismo año. Nuestras madres viven en el mismo edificio y no había forma de que me marginen cuando sus papás los obligaban a jugar al fútbol conmigo. Aparte, necesitaban un portero.

Así que yo era simple. No tenía habilidades especiales, pero era un buen portero, pese a que no me gustaba tanto la idea ya que mis manos y mis rodillas terminaran rojas al atardecer.

Mi madre nos llamó a los tres por la ventana y subimos en seguida al tercer piso, donde yo vivía; sólo había una forma para atraernos a casa y dejar cualquier cosa que estuviésemos haciendo. Galletas. Dios, sí, mi madre las hacía tan bien, que incluso cuando ya no tenías hambre y estuvieses cometiendo gula, no podías dejar migajas. Sería pecado no acabarlas todas.

—Mañana tendrán otro miembro para la pandilla—anunció mi madre —. Así que mañana no saldrán a jugar porque deben estar presentables cuando aparezca.

— ¿Qué les dije? ¡Yo sabía que Roberto iba a regresar! James, quizá esta vez puedas dejar de ser portero.

Dijo Carlos.

Mi corazón se inundó de alegría al escuchar eso, ¿no lo han sentido? Sientes cómo de repente te dan ganas de saltar en los muebles y bañarte para sentirte fresco. Pero algo en medio de los saltos imaginarios en el mueble se detuvo, como si el momento de mis pensamientos se hubiera congelado. Carlos nunca dijo que yo podría jugar con ellos, sólo me dijo que quizá -fea palabra-dejaría de ser portero.

—Bueno niños, vayan a sus casas a bañarse y después suben para que duerman aquí. Marta y yo nos vamos a pintar las uñas en casa de Soila y ustedes estarán listos para que mañana Domingo, le den la bienvenida.

Marta era la mamá de Kevin y la señora Soila, la mamá de Carlos. La que nos hablaba era Victoria, mi madre, ella tiene treinta y dos años, pero tiene el alma de una chica de quince años, buena onda.

— ¡Qué bien! Hoy en el canal de las Noticias iban a pasar lo de los extraterrestres ¡eso me dijo Michael! Hoy se quedan conmigo hasta las diez, o sino mañana a los dos los llamo huevos podridos, ¿entienden? Qué bueno. Ya me voy a bañar.

Y así salió Carlos, dejándonos a Kevin y a mí esperando a que den las ocho para que empiecen las Noticias.

—Qué bueno que nosotros estuvimos de acuerdo.

Dije y Kevin rió conmigo, ¿lo ven? Kevin es fabuloso, irradia fabulosidad.

DakotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora