Al salir del hospital, José Manuel rompió el incómodo silencio que los envolvía una vez más.
—Tenemos que hablar con tranquilidad, Isa. ¿Quieres que vayamos a tu casa?—Será mejor que no, comparto el piso con otras dos chicas y es posible que alguna se encuentre allí en este momento.
—Entonces iremos a la mía.
—¿Hoy no trabajas? Me extraña que no tengas que ir un martes a la oficina.
—Hay cosas más importantes que el trabajo —afirmó José, rotundo. Isabel lo miró incrédula.
—Nunca pensé que te oiría decir algo parecido, José.
—Quizá no me conoces tan bien como crees —comentó él mirándola muy serio.
—Quizá… —contestó Isa en un susurro.
Cuando llegaron a su casa, José se ofreció a preparar algo rápido para comer.
—Me encantaría. Como de costumbre, estoy hambrienta —Isa lo acompañó a la cocina—. ¿En qué puedo ayudarte?
—No hace falta que hagas nada, siéntate en el salón y ahora lo llevaré todo para allá —José Manuel ya estaba abriendo y cerrando cajones y sacando cosas de la nevera.
—José, no me gusta que me trates como a una inválida, soy perfectamente capaz de preparar una ensalada o lo que me digas —una vez más, las mejillas de Isaa se sonrojaron por la indignación.
—Parece que el embarazo te ha vuelto muy susceptible —se burló él con una sonrisa maliciosa en los labios.
—Solo porque quiero ayudarte no tienes que… —sin dejarla acabar la frase, José Manuel la cogió en brazos y, a pesar de las protestas de Isa, la llevó hasta el salón y la depositó con delicadeza sobre uno de los sillones.
—Espero que mañana te duelan terriblemente las lumbares por cargar con todo este peso —le deseó Isa con una mirada malvada y José Manuel no pudo evitar soltar una carcajada; la cercanía de Isabel siempre le hacía sentirse tremendamente vivo.
A la joven le dio rabia encontrarlo tan atractivo, así que apartó la mirada de esa sonrisa deslumbrante que la volvía completamente idiota, cogió una de las revistas de economía que había encima de la mesa y comenzó a hojearla como si le pareciera de lo más interesante.
Al rato, José Manuel estaba de vuelta con un abundante tentempié.
Durante la comida, Isabel se olvidó de su enojo y charlaron con la animación que solían, como si esos cinco meses de separación no hubieran existido nunca.Mientras la miraba reír tras escuchar uno de sus comentarios, José Manuel se preguntó cómo había podido soportar pasar tanto tiempo sin verla.
El hermoso rostro de Isa resplandecía al hablar con él y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarse sobre ella, y besarla, una y otra vez, hasta que por fin la joven se rindiera y aceptara ser suya para siempre.
Al terminar de comer, su vecino le prohibió terminantemente que lo ayudara a recoger y lo llevó todo a la cocina.
Al regresar al salón vio que Isa había salido a la terraza. Sin hacer ruido, se acercó a ella, contemplándola hechizado; la joven permanecía en pie, mirando el horizonte repleto de rascacielos, con ambas manos reposando sobre su vientre y una expresión soñadora en su rostro que lo fascinó.Sin poder contenerse ni un minuto más, José Manuel se acercó por detrás y la rodeó con sus brazos. Esta vez, Isabel no se resistió y apoyó la cabeza sobre su hombro.
José besó su pelo mientras posaba una mano sobre su abultada cintura y, sorprendido, notó un ligero movimiento bajo la suave piel.
—Nuestra hija te saluda —murmuró Isa con los ojos cerrados.