Historia del agente Clark y Noemí

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Un día libre para el agente Clark era ideal para relajarse, dejar de esconder la panza y despotricar en el baño sobre el injusto trabajo que Dios le había conferido. Pero en realidad, un día libre para Clark, era más trabajo para él, sobre todo si tenía que pasar tiempo con su hija parlanchina y mimada de trece años: una experta en vaciar la billetera de papá. Noemí era una niña buena, bipolar y tierna. Algo educada y muy estudiosa, pero sin llegar a lo intelectual. Tanto así que solía hacer Origami con las tareas que eran muy fáciles de hacer y, sobre todo, si no eran dignas de gastar el grafito de su lápiz. 

Visitar convenciones de anime y cultura japonesa, era el pasatiempo ideal para Noemí, sobre todo vestirse como su personaje de manga favorito y languidecer la billetera de Clark, con los costosos atuendos de cosplay; con unos precios semejantes a un viaje a Hong Kong ida y vuelta. Abrir la billetera, le causaba a Clark cierta jaqueca, no por algo se agarraba los cabellos con disimulo cada vez que oía el precio de algo. Y todo para ver a su hija rebosante de alegría, aunque mantener siempre esa sonrisa sería para Clark quedar arruinado financieramente. 

Un lugar ameno, rústico y con camareros que se movían como robots, así era la cafetería "Freelux", un lugar perfecto para relajarse o hacer planes turbios dignos de un mafioso. Clark leía inmerso su periódico, sobre todo las páginas de chistes picantes mientras esperaba su hamburguesa gigante, y Noemí, que esperaba su ansiado zumo de zanahoria, buscaba fondos de pantalla de chicos en dos dimensiones. 

Finalmente, luego de dos caídas aparatosas, el camarero por fin pudo llegar a la mesa. 

—Espero no haberme atrasado —dijo el camarero con el semblante similar a alguien que está a punto de comparecer ante un tribunal. 

—No, qué va, gracias —respondió Clark esbozando una sonrisa de dos segundos. 

—Me permite —dijo el camarero arrebatándole el arrugado periódico de las manos. 

—Pero si no es papel higiénico —protestó Clark. 

El camarero sonrió con falsedad. 

—¿Para qué lo quiere? 

—Me despidieron. 

De pronto, se escuchó un par de risas enlatadas que, difícilmente, podían precisar su origen. 

—Lo siento mucho, pero los anuncios de empleo los usé para hacer papiroflexia —objetó Clark iniciando su proceso de sobrealimentación. 

—Aquí hay oro puro —respondió el camarero mientras se alejaba de la mesa. 

—Esos son para Estriptis y Gigolos. 

—Creo que le servirá al perro... De mi amigo —respondió el camarero llevándose el periódico a la cabeza. 

—Supongo que trabajo es trabajo —Clark se acomodó el reloj de pulsera. 

El camarero se detuvo en la puerta de salida y dijo: 

—Ah, me olvidaba. No le aconsejo entrar a ese baño ahora. 

—¿Qué hay de malo? 

—La ballena... digo el señor Goodman está con una indigestión bestial, similar al de un tiranosaurio. 

—Ah, gracias por el aviso. 

—Y si no aguanta las ganas, le sugiero que entre con una máscara antigás, esa que se usó en la Segunda Guerra Mundial. 

El señor Goodman tenía los oídos muy bien entrenados. 

—¡Te escuché! ¡Vete antes que también te despida de este mundo! —gritó el señor Goodman. 

Fusión punzante ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora