Capítulo 4

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Me he quedado con la boca abierta tras leer la nota que el mayordomo del inglés me ha traído. ¡Será descarado! ¿Tan fácil piensa que soy? Me siento avergonzada por haber tenido el descuido de darme placer con las cortinas descorridas pero él ha tenido el descaro de estar mirándome mientras lo hacía. Voy a entrar en erupción.

¡Me va a oír! Me levanto decidida a ir a cantarle las cuarenta al creído ese. Cuando estoy agarrando el pomo de la puerta, me freno. ¿Y si piensa que he ido hasta allí con otras intenciones? Respiro hondo para tranquilizarme. Lo mejor será que le ignore. Así no daré pie a nada.

Miro el reloj. Son las seis de la tarde. Caigo en la cuenta de que tengo que empezar a arreglarme. Esta noche hacen una fiesta en el hotel para darnos la bienvenida a los nuevos huéspedes. Voy directa hacia la ducha y así bajaré mis humos.

Acabo de salir de la ducha, estoy en ropa interior, tengo toda la cama llena de ropa y me entran ganas de llorar. No sé qué ponerme… llevo tanto tiempo sin arreglarme para salir que estoy un poco perdida. Al final, opto por un sencillo vestido de algodón estampado y tonos claros con un poco de vuelo. Me calzo unas cuñas de esparto negras, me maquillo un poco y dejo mi pelo suelto. Me admiro en el espejo y salgo de mi habitación dispuesta a pasar una gran noche y olvidarme del pequeño incidente de antes.

Nos convocan a todos en un gran salón en el que vamos a disfrutar de un catering y una fiesta. Hay bastante gente, la mayoría en pareja. Disfruto comiendo canapés variados y probando el vino que me ofrecen los amables camareros.

—¡Marina! —veo caminando hacia mí a Raúl, el camarero de Las Columnas que me atendió a mediodía.

—Hola Raúl —le saludo tímida y, ante mi asombro, se acerca, me abraza y me da un beso en la mejilla.

—Perdona —dice al ver mi cara—, es que desde que te vi entrar en el restaurante, supe que íbamos a congeniar. Ven que te presente a los demás —me agarra de la mano y tira de mí para acercarme a un grupo de chicos que hay a un lado del salón.

Me presenta y todos me saludan efusivamente, elogian mi vestido y mi pelo… ¡vaya! Son todos gays. Me deprimo un poco pero enseguida se me pasa porque son muy simpáticos y divertidos. Me cuentan que todos trabajan en el hotel, Román es barman, Carlos es el camarero que se encarga de las tumbonas de la playa y Miguel es el socorrista de la piscina, ellos llevan ya unos años trabajando allí en vacaciones a excepción de Raúl, que se incorporó este año, aunque dice que se ha adaptado perfectamente. Los tres son guapísimos, al igual que Raúl, se nota que se cuidan. La verdad que es un gusto estar con unos chicos tan guapos y divertidos, todas las solteras me miran con cierta envidia, ¡pobrecitas, si supieran…!

Al cabo de una hora de risas, aparecen algunos empleados para retirar el catering y adecuar el salón para la fiesta. Empieza a sonar música. De pronto, salen a la pista unos animadores para sacar a la gente a bailar salsa. Todo el mundo se ríe de algunos muy patosos. Entonces, por el rabillo del ojo noto su presencia.

Paul acaba de llegar y parece estar buscando a alguien. Todas las mujeres se vuelven para darle un repaso. No es solo atractivo sino que tiene presencia. Recorre la estancia con su mirada azulada hasta que la cruza con la mía. Me mira y yo me quedo paralizada. ¿Me estaba buscando a mí? Sin dejar de mirarme, empieza a caminar en mi dirección. Está muy sexy con unos vaqueros y una camisa negra remangada.

Por el camino, es interceptado por su amiguita rubia. A él no le hace gracia pero después de insistirle, acepta tomarse una copa con ella. Se apartan a un lado pero él se coloca en un lugar estratégico para no perderme de vista. Yo le vuelvo la cara, ¿qué pretende? Si está con ella, no pienso tener nada con él, por mucho que me atraiga. Además, después de lo de esta tarde no pienso hablar con él.

Mírame, el juego de MarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora