Cinco de la mañana.

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A tientas en la oscuridad de la habitación, buscaba en cualquier lugar de la cama el celular, con la intención de mirar qué tan tarde o tan temprano era, dependiendo del punto de vista en el que se le quisiera ver.

4:35.

Miré en la pantalla del computador portátil cuánto tiempo faltaba para que terminara esa serie de terror que curiosamente siempre veía después de las 2 de la mañana, con la luz apagada y sin importarme los compromisos que tuviese cuando amaneciera. Era de las pocas producciones, llámese película o serie, incluidas dentro del género de terror, que me había apasionado. Y no por la cantidad de saltos repentinos que tuviese mientras la veía, sino por la combinación de suspenso y eventos horripilantes que poco a poco, como el vapor encerrado a presión, me hacían sentir una incomodidad enviciante que solo podía compararse con el verdadero terror.

Faltaban 16 de los 51 minutos que tenía ese capítulo en particular. Había pausado el video para ver la hora, porque recordé –y para mi salud mental eso había liberado la sensación incómoda de terror que ya tenía desde los primeros minutos del capítulo– que mi papá se levantaba alrededor de las cinco de la mañana todos los días para hacer ejercicio antes de ir al trabajo, y si me encontraba despierto a esa hora, seguramente iba a estar en problemas.

Ya había pasado varias veces. Mi pasión por el silencio y el clima fresco de la noche, hacía que todas las cosas que me gustaran hacer fueran ejecutadas después de medianoche. La noche era para mí el momento más sublime y de mayor concentración, no solo para el ocio, sino para hacer los deberes o estudiar para un examen. El problema, claramente, es que al irse a dormir poco antes de las cinco de la mañana, el día completo iba a ser una completa lucha por mantener mis ojos abiertos, lo que no me permitía rendir en nada. Por lo que muchas veces tenía que renunciar a mi instinto nocturno y ceder ante la sociedad diurna en la que existimos. Los días en que ni siquiera la seguridad de sentir remordimiento por comportarme como un zombi durante el día, hacían que me durmiera a una hora humanamente normal, era sorprendido despierto por el reloj mañanero de mi papá, quien al abrir la puerta de su habitación matrimonial y ver el reflejo de luz saliendo por el borde inferior de la puerta de mi habitación inmediatamente frente a él, me daba un buen sermón de 15 minutos sobre la importancia de dormir adecuadamente y de llevar una vida 'normal' igual que todos, acompañado de la orden directa y sin posibilidad de objeción de ir a dormir.

Esa noche, estaba en la mitad de mis vacaciones de final de año y mi agenda para el día no consistía en algo más aparte de comer, regar las plantas carnívoras que hace poco había sembrado y ya empezaban a salir pequeñas ramas, y las mínimas acciones de aseo personal que incluso a veces pasaba por alto; así que había llegado a las 4:35 de la mañana sin darme cuenta de la cantidad de tiempo que había trascurrido desde aquel anhelado momento en el que el sol decembrino se escondía en el horizonte.

Por lo que al recordar el inminente inconveniente familiar que una vez más iba a tener, decidí quitarme los audífonos, apagar el computador y acostarme en mi cama intentando alcanzar el tren de la somnolencia que ya había partido hace varias horas. Cerré los ojos como intentando convencerme del supuesto cansancio que debería tener, pero la historia inconclusa del capítulo que no había terminado de ver no me dejaba hacer otra cosa que buscar tantos finales como imaginara.

A los pocos minutos y luego de haber construido en mi mente los desenlaces más variados que mi imaginación podía crear, sentí un ruido sordo y cauteloso que venía de más allá de la puerta de mi habitación. Sabía que, muy puntual como la mayoría de los días, mi papá se había levantado y se dirigía a la cocina para llenar una botella con agua antes de salir al parque que quedaba a 4 cuadras de la torre de apartamentos donde vivía, donde siempre hacía su rutina de ejercicios y algunas veces, obviamente sin haber dormido, lo acompañaba para concluir mis últimas horas de oscuridad y las primeras del sol mañanero que llegaban escoltados, ahora sí, de las más profundas mieles de la somnolencia.

Luego de un par más de ruidos casi imperceptibles, sentí el ruido del pomo de la puerta siendo girado. Me cercioré que mis ojos estuviesen cerrados y que mi posición fuese lo más parecido a la posición natural de una persona dormida hace varias horas. Sentí como mi papá entraba a la habitación, y al abrir mi ojo derecho miope de tal forma que aún se viera cerrado, vi, en medio de la oscuridad que todavía existía a esa hora, una figura humana borrosa que parecía asegurarse que estuviese en la mitad de cualquier sueño. Volví a cerrar mi ojo completamente para evitar que se diera cuenta que aún estaba despierto, y los tuve así hasta que, como era de esperarse a esa hora, me entregara finalmente al dios Hipnos y a su hijo Morfeo.

Soñé que corría, subiendo las escaleras de un edificio que no conocía, huyendo del agua que inundaba piso por piso la construcción, hasta que llegaba a una especie de terraza en el último piso y veía cómo el agua llegaba ligeramente a hundir la mitad de la altura de mis zapatos pero su crecimiento se estancaba ahí. Cuando caminaba al borde de la terraza y veía hacia abajo, me daba cuenta que las calles estaban completamente secas y que la inundación de la que huía solo estaba en el edificio. De repente, vi cómo una bola gigante de agua, tan grande como el edificio en el que estaba, pero tan compacta como si no estuviese hecha de agua sino de nieve, rodaba por la carretera, dos calles en frente del edificio donde yo estaba. Veía como dentro de ella, unas cien personas se ahogaban atrapadas, algunas todavía luchando por salir. En ese momento, un rayo de sol proveniente de la ventana al lado de mi cama, me despertaba y me hacía caer en cuenta que la inundación parcializada y la gigante bola de agua que vencía las leyes físicas de los líquidos, habían sido un sueño quizás ocasionado por el capítulo que había visto hace unas horas.

Miré el celular que seguía en mi cama.

11:47.

Me senté en la cama y apoyé los pies en el piso de mármol que poco a poco dejaba de ser frío debido a los aires del mediodía. Busqué mis anteojos en la mesa de noche al lado de la cama y me levanté con la esperanza que al abrir la puerta de la habitación, llegaría a mí el olor de lo que se estaba cocinando para el almuerzo, y que al igual que todos los días, adivinaría el menú incluso antes de abrirla por completo. Pero al abrir la puerta no olí nada. Intenté atrapar una gran cantidad de aire en mis pulmones, con la intención que a su paso por mi nariz lograra captar la más mínima pizca de olor. Pero no fue así. Pensé que mi madre había tenido que salir y no había logrado llegar a tiempo para hacer el almuerzo, como a veces pasaba, y que pediríamos arroz del restaurante chino de la esquina que quedaba a diez pasos de la torre de apartamentos.

Caminé lentamente a la cocina, aun forzando mis ojos a permanecer abiertos ante los rayos de luz que violentamente entraban por cada ventana y descubrían todos los escondites del apartamento sin pedir permiso. Cuando llegué, me di cuenta que efectivamente no había nadie ni nada en ninguna olla y que una caja de arroz oscuro con raíces y carne de dudosa procedencia tenía que venir en camino. Así que abrí la nevera, tomé la jarra de vidrio llena de agua fría y sin necesidad de vaso, tragué tanta agua como mi sed lo pedía.

Cuando volvía de la cocina hacia mi habitación, sintiendo el agua fría bajando por mi esófago y cayendo en mi estómago como una recarga de hidratación, vi que la puerta de la habitación de mis papás estaba medio abierta, y a través de ella pude ver los pies desnudos de mi papá y lo que seguro eran los pies de mi mamá, pero cubiertos con su cobija delgada de algodón.

Más por curiosidad que por cualquier otra cosa, fui hacia la habitación de ellos y abrí la puerta por completo. Solo supe una cosa, no había sido mi papá el que había abierto la puerta hace unas horas, a las cinco de la mañana.

Cinco de la mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora