"Mi abuela tenía una teoría muy interesante; decía que todos nacemos con una caja de fósforos adentro, pero que no podemos encenderlos solos... necesitamos la ayuda del oxígeno y una vela.
En este caso el oxígeno, por ejemplo, vendría del aliento de la persona que amamos; la vela podría ser cualquier tipo de comida, música, caricia, palabra o sonido que engendre la explosión que encenderá uno de los fósforos. Por un momento, nos deslumbra una emoción intensa. Una tibieza placentera crece dentro de nosotros, desvaneciéndose a medida que pasa el tiempo, hasta que llega una nueva explosión a revivirla. Cada persona tiene que descubrir qué disparará esas explosiones para poder vivir, puesto que la combustión que ocurre cuando uno de los fósforos se enciende es lo que nutre al alma. Ese fuego, en resumen, es su alimento. Si uno no averigua a tiempo qué cosa inicia esas explosiones, la caja de fósforos se humedece y ni uno solo de los fósforos se encenderá nunca."
-Como agua para chocolate, Laura Ezquivel
Apoyé mi cabeza en el respaldo del banco de piedra con mucha más fuerza de la necesaria. Ni siquiera sentí el dolor.
No sentía nada, nada a excepción de un vacío que se abría paso desde el interior, que apagaba el fuego que hubo y del que ahora hasta las cenizas desaparecían. Nada a excepción de la terrible tristeza que se burlaba de mí con su sonrisa altanera.
Una mariposa, símbolo que siempre consideré libertad y belleza, voló hasta posarse en el boceto de un paisaje que descansaba en mis piernas. Era un parque lleno de flores, como en donde me encontraba, pero azul, mucho más azul y gris. Como sólo era un boceto que apenas tenía las delgadas líneas en él y la base de acuarela, no me molestó apretar el bolígrafo que ya estaba en mi mano y dibujar en esa misma página al insecto de alas rosas y pálidas que se movía de sitio cuando el bolígrafo pasaba cerca, resultando en un gracioso baile.
Al terminar volteé la hoja y el insecto se retiró. Empecé a observar los dibujos de la desgastada libreta por culpa de llevarla a todos lados. Pasé desde paisajes maravillosos que parecían mágicos, hasta retratos de ella y en las primeras páginas dibujos realmente mágicos, de los momentos en que estaba obsesionada con estos mundos. Todos me causaban más nostalgia que el anterior, una puñalada directo a mis deshechos sentimientos. Mentalmente anoté comprar una libreta nueva después.
Cuando era niña solía adorar los libros de fantasía. Me emocionaba más que salir a pasear al parque o jugar con una nueva muñeca. Nada era para mí más emocionante que conocer nuevos mundos e imaginar que las flores y los animales me hablaban, y por supuesto, retratarlos en mis cuadernos. Al crecer y ampliar los géneros que conocía, quedé enamorada -y esto es algo bastante irónico-, de los libros de romance, con toda su dulzura y su candor, incluso con sus problemas, pero a la edad de catorce años mis padres se divorciaron. La pareja más dedicada que yo conocía y que jamás llegó a pasárseme por la mente que se separaría, ni siquiera a pesar de que todos los padres de mis amigos ya lo habían hecho, se rompió. Eso fue sólo el principio de la larga lista de acontecimientos que me hicieron llegar a pensar que el romance es, en realidad, muy parecido a la fantasía.
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Cuando las mariposas se ahogan
RomanceEntre mariposas y fosforos, vivía la tristeza de tu partida. ☼☼☼ Esta historia participa en el segundo desafío del perfil RomanceES