Seducción peligrosa

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En aquella fría y desolada noche Martín salió de la taberna de Griselda, extremadamente ebrio; como de costumbre caminaba a casa tambaleante por el camino que lleva a su finca. La carretera tan serena y ávida daba lugar al cantar de los grillos y la luna blanca se posaba en lo más alto de una cadena de montañas. Al cruzar cerca de una ladera poblada de árboles y hiervas, Martín sutilmente pudo observar como una dama alta, bordeada por un reflejo de luz como un ángel salía de los matorrales, su mano pálida movía su dedo índice en ademán de presencia. Martín, en medio de su embriaguez se acercó lentamente, pudo atisbar la hermosura de su rostro —con unas facciones tan delicadas que producían el deseo del goce al posar su mano sobre ellas—, y el negro incandescente de su cabello. La joven hacía que Martín entrase cada tanto un poco más entre los altos arbustos, hasta que un auto rechino cerca de él; un compañero de su hacienda de trabajo logró vislumbrarlo y optó por ofrecerle llevarlo a casa, Martín aun embobabado por la visión de aquella bella mujer movió la cabeza en signo de afirmación y al darse vuelta nuevamente para tomar a la señorita, está ya no se encontraba en el lugar.

Martín, contó a sus compañeros mientras araba el campo de la extraña y bella mujer que había visto hace un par de días, sus compañeros solo se mofaron, pues era evidente que fue una alucinación producto de la borrachera o de los chistes malos que él solía contar a sus amigos para pasar el rato.

Pasada una semana entera, el joven era atormentado por el recuerdo de la hermosa dama, y su tonalidad brillante y sombría, llegó al punto de desearla, estrecharla en sus brazos y hacerla suya.

Martín regresó al viejo bar de la señora Griselda, compartió canciones y cervezas con sus compañeros; al llegar la madrugada uno a uno se fueron retirando hacia sus respectivos hogares, Martín salió a eso de las dos de la madrugada del establecimiento, caminaba por la misma calle intransitada de siempre, bastante ido de sus facultades mentales tomaba el rumbo a tropezones, pero repentinamente en aquella ladera donde observó su joven amante platónica, dentro de los espesos árboles y grandes rocas que obstruían el paso escuchó un dulce llamado de ayuda, pedía a gritos infernales combinados con una melódica voz alguien que la auxiliara, Martín, armado de valor, pensando en que sería su joven amor corrió hacia aquella ladera, subiendo con dificultad, sujetándose de pequeñas raíces que al tironearlas soltaban tierra removida, casi en la cúspide de la pequeña cima dio con la chica, estaba igualmente vestida como la noche anterior, pero esta vez se encontraba arrodillada sollozando, Martín haciendo gala de caballeroso se inclinó a tomarla por los hombros y brindarle consuelo. Lamentablemente fue la peor decisión que pudiera haber tomado ese hombre desgraciado, él no comprendió que solo fue una vil trampa, al estar tan internado en la espesa ladera repleta de bosque no tenía escapatoria, la joven dejando de sollozar reía dulcemente, se viró despacio mientras Martín asimilaba lo grave de su error, la resaca desaparecía frenéticamente apoderado del terror, al posarse frente a él, Martín vio que todo era falso, la joven no era más que una criatura de piel grisácea como la ciénaga de un pantano, ojos desorbitados y mandíbula desgarrada, cabello corto casi chamuscado, pero una gran debilidad: le faltaba una pierna. Por aquel cóncavo lugar corrían torrenciales de sangre putrefacta, Martín intentando aprovechar esto forcejeaba para correr colina abajo, pero fue en vano, los dientes rechinantes cubrieron su cuello y la espesa baba despedida por su podrido cuerpo cubrió hasta el último tramo de su ser.


¿Esta historia es verdaderamente terrorífica o solo un cuento para asustar ebrios? 

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