CAPITULO 22

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Me desperté al oír sus gemidos y cuando me despejé, me di cuenta de que estaba intentando levantarse.
—¿Estás loca? —Dije,mientras me ponía en pie de un salto—. ¡Vuelve inmediatamente ala cama! — Se tumbó de nuevo, sin dejar de quejarse.
—Tengo que irme —murmuró, entre los labios hinchados. Tenía peor aspecto que la noche anterior. El kimono se le había caído y pude ver la parte superior de su cuerpo: tenía la piel cubierta de moretones y rasguños. Más exactamente, digamos que entre moretón y moretón se veía un poco de piel.
—Tonterías —repliqué con firmeza—Quédate en la cama y dime qué quieres, que yo iré a buscarlo.
—No quiero nada —se resignó, suspirando con gran esfuerzo.
—Perfecto—dije. Me acerqué a la cama y me arrodillé junto a ella—¿Te duele mucho? —Pregunta estúpida, era obvio que le dolía.
—Estoy bien —afirmó. Un instante después, se le crispó el rostro de dolor.

—¿Quieres otra pastilla? —le pregunté, preocupada. Susurró algo, pero tuve que inclinarme casi hasta apoyar la oreja en sus labios. —Quiero...salir... de... aquí... —Le costó un esfuerzo terrible pronunciare esas palabras.
—¿Quieres que te lleve a mi casa? —Me horrorizó la idea de que la persona que le hizo esto volviera, no quería que Camila me viera cometiendo un asesinato... Movió la cabeza imperceptiblemente, pero ese gesto le costó un nuevo grito de dolor. —París —jadeó, casi sin fuerzas.
"¿A París? ¿Y cómo piensa hacerlo?", me pregunté. Y, además, ¿pretendía pasarse varios días metida en un hotel en esas condiciones, cuando ni siquiera se tenía en pie? Lo mejor era que se quedara dónde estaba.
—Cuando estés un poco mejor, iremos a París —le dije. Cerró los puños con fuerza.
—¡Ahora! —insistió, con las pocas fuerzas que pudo reunir.
—No puede ser —le dije, entono tranquilizador—. No aguantarás. Tienes que esperar un par de días.
—Por favor... —susurró, completamente agotada. ¿Qué se suponía que debía responder yo?
—De acuerdo —suspiré—Te llevaré a París: no sé cómo, pero te prometo que te llevaré.—La crispación de su cuerpo desapareció—. Reservaré una habitación — dije, mientras me ponía en pie—. ¿Prefieres algún hotel en particular?
De nuevo trató de decir algo. Al principio no la entendí, pero luego la oí decir.
—Hotel no.
—¿Hotel no? ¿Quieres dormir debajo de un puente en ese estado? —Empezaba a sospechar que las heridas le habían afectado algo más que el cuerpo.
—Apartamento —dijo débilmente. Levantó la mano y señaló otra vez el bolso. Me sentí un poco confusa ¿tenía un apartamento en el bolso? Cogí el bolso y lo dejé sobre la cama, a su lado
—. Abre —dijo. Lo abrí—. Direcciones — prosiguió ella. Supuse que quería una agenda y busqué una. Encontré un pequeño anuario de bolsillo, no era la voluminosa agenda encuadernada en piel en la que anotaba sus citas. Respiraba con muchas dificultades—. Primera página —jadeó, con sus últimas fuerzas.
Abrí el anuario. En la primera página se leía"apartamento Cabello" y una dirección de París. La miré, con gesto interrogante.
—¿Aquí es donde quieres ir? ¿Siempre te quedas ahí cuando vas a París? —. Asintió, con los ojos cerrados. Bueno, por lo menos me pareció que asentía.
—¿Quieres que llame? ¿Quién vive ahí? —. Susurró algo ininteligible. Me incliné de nuevo. —Mi... —la oí decir. "¿Quién? ¿su tía,su prima, su abuela?" Respiró profundamente, al menos hasta donde se lo permitieron sus fuerzas—Mi... Apartamento —dijo.
—¿Es tu apartamento? —Su respuesta fue muy débil, pero supuse que intentaba confirmar mis palabras. No quise pensar en lo que significaba todo aquello: tenía la dirección, sabía lo que ella quería... Ahora sólo quedaba el problema del transporte. Pensé en voz alta, saque mi celular del bolsillo y llame a la empresa, pedí dos boletos de avión a parís en primera clase, no podía usar el jet de la empresa, mis padres lo notarían y tendría que dar explicaciones, mi secretaria dijo que en unos minutos tendría los boletos a la mano.
—: No puedes caminar, como subirás al avión—paseé de un lado a otro de la habitación—. También tendré que llevar mi auto. Para trasladarte — La miré, tratando de imaginar cómo podía alguien en su estado soportar un viaje en avión de varias horas—No sé si lo aguantarás.
—Lo... con... seguiré... —murmuró de nuevo. Ella tenía que saberlo. Y, además, poseía una voluntad capaz de mover montañas, o eso esperaba yo. Por lo menos, una voluntad capaz de mover su cuerpo hasta París.
—Pues entonces,está bien —me rendí, resignada. Si la cosa no funcionaba, yo me daría cuenta, y entonces no le quedaría más remedio que acostumbrarse a la idea de quedarse en casa hasta que  estuviera mejor —. Voy a casa recoger los boletos que llevara mi secretaria, unas cuantas cosas y después vuelvo con el coche. No tardaré mucho—trató de abrir los ojos, hinchados, en un gesto instintivo de miedo, pero el dolor le impidió hacerlo. Se quejó de una forma espantosa—. Vuelvo enseguida. Cerraré la puerta por fuera. Ayer no pasó nada, ¿verdad? ¡No tengas miedo! —tome la llave y me marché.
Ya en casa, me esperaba mi secretaria me dio los boletos,sin preguntas, y se marchó, metí unas cuantas cosas en una maleta, tome mucho dinero, mi pasaporte y me apresuré todo lo que pude. También tomé todo el material blando que encontré: mantas, cojines y —¡cómo iba a olvidármela! — una bolsa de agua caliente. Después lo llevé todo al auto. Cometí una infracción y entré en la calle peatonal para poder aparcar delante de su puerta.
Cuando entré en su apartamento, estaba otra vez intentando ponerse en pie, se hallaba a medio camino entre estar tumbada y estar sentada. La ayudé a terminar de sentarse.
—Me parece que es hora de ponerse en marcha —dije—. Tienes que vestirte.
Me dirigí a su armario, nunca me había tomado el atrevimiento de abrirlo ni siquiera en los meses que estuvimos juntas siempre estábamos en mi apartamento donde aún ella tiene desde ropa hasta cepillo de dientes

Mi Reina De La Noche CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora