CAPITULO 23

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Me pasé media hora dando vueltas por el lugar antes de encontrar un sitio para aparcar y, cuando lo encontré, no se hallaba precisamente cerca. No estaba muy segura de volver a encontrar el apartamento. Me sentía tan agotada que las señales de tráfico temblaban ante mis ojos. Suspirando, aparqué el coche y después de buscar un poco, encontré el camino de regreso al apartamento. Lo primero que hice fue comprobar si seguía durmiendo.
Dormía, pues estaba muerta de cansancio, pero aún parecía inquieta. Sin embargo, de momento no había nada que yo pudiera hacer al respecto. Me sentía demasiado cansada para inspeccionar el apartamento, pero tenía la impresión de que era muy grande. En la habitación que ocupaba ella vi unos sofás perfectos para dormir, Además, desde allí podía oírla. A pesar de que su cama era muy grande, no quería dormir junto a ella, pues me asustaba darle un golpe sin querer y hacerle aún más daño.
Cuando me desperté por la mañana, me costó un poco recordar dónde estaba. Con mi habitual aturdimiento matutino, elaboré mentalmente una lista de posibilidades, no era mi apartamento, ni el suyo... En ese momento, me llegó un débil gemido en la habitación. ¡París! Eso sirvió para despertarme del todo.
Me levanté y fui a ver cómo se encontraba. Se retorcía en la cama, inquieta, pero aún estaba dormida; no me pareció que despertarla sirviera para mejorar la situación. Me senté con cuidado en la cama y me dediqué a observarla, me pareció que tenía la cara más golpeada que el día anterior. Era terrible, especialmente teniendo en cuenta que era una mujer hermosa, pero me tranquilicé un poco al recordar lo que había dicho la doctora. Y estaba segura de que, con el tiempo, todas sus heridas externas desaparecerían. En cuanto a lo que sucedería con las heridas internas "las que no eran físicas", no había forma de saberlo.
Supuse que seguiría durmiendo un poco más pues, de hecho, no tenía nada mejor que hacer. Me levanté de la cama y eché un vistazo a mí alrededor. Justo al lado de la habitación había un baño entré y descubrí una bañera, ¡Y qué bañera! Era pequeña, no estaba empotrada y tenía unas patas. El baño entero era una auténtica granada de lujo. Bueno, no, quizá "granada" sea una exageración, pero lo cierto es que allí una podía encontrar todo lo que Necesitaba sus esencias aromáticas, aceites, perfumes, jabones y todo de primerísima clase junto a la bañera.
No me costó mucho imaginar lo bien que le sentaban sus escapaditas a París. Salí del baño y eché otro vistazo a la cama. Seguía inquieta y no dejaba de moverse, pero me pareció que su respiración era más acompasada. Salí al pasillo que había justo delante de su habitación aparentemente, hacia la izquierda se hallaban las estancias de uso más cotidiano, mientras que hacia la derecha había una puerta que daba a otro lugar y unos cuantos muebles antiguos, probablemente estilo Luis XV. Decidí ir hacia la izquierda: suponía que la cocina estaría en esa dirección y lo que más necesitaba en esos momentos era una buena taza de café. No me había equivocado; la cocina estaba al final del pasillo. Era exactamente la clase de cocina que cualquiera esperaría encontrar en un apartamento así: grande, elegante y perfectamente equipado.
Me pregunté para qué la quería, si jamás cocinaba. Busqué una cafetera y encontré dos, la primera era una de esas norteamericanas, como la que había visto en la cocina de su apartamento de new york; la segunda era la clásica cafetera francesa, de las que se enroscan a mano. Elegí la segunda, pues me pareció más adecuada para mi primer día en París. También encontré café, pero no leche, ni siquiera en polvo. El café con leche tendría que esperar. Cuando el café estuvo listo, me serví una taza y regresé a la habitación. Ella seguía durmiendo. Mejor así, pensé, mientras empezaba una ruta turística por el apartamento.
Esta vez, cuando salí del cuarto donde ella dormía, me dirigí hacia la derecha. La primera puerta de la derecha daba a un dormitorio que, al parecer, ya no se utilizaba. A la izquierda había una especie de biblioteca o eso me pareció, a juzgar por la antigua estantería clásica que cubría la pared. Me acerqué y tomé algunos libros, eran libros universitarios, de economía y administración ¡Eso era lo que estudiaba! de seguro se los trajo de Miami. Me sorprendió tanto que tuve que sentarme unos momentos.
De repente, me di cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Aún no estaba preparada para admitir que Normani y Keana tenían razón, pero en el fondo de mi corazón sabía que la amaba como nunca había amado a ninguna otra mujer. Me quedé allí sentada, aturdida y avergonzada a la vez, no me quedaba más remedio que esperar a que se recuperara un poco y Cuando llegara ese momento, lo más probable es que no quisiera saber nada más de mí. Seguramente, llevada por la desesperación, la única persona a quien se le había ocurrido llamar era a mí, pero cuando ya no necesitara mi ayuda recordaría lo sucedido durante nuestro último encuentro me dolía ya no estar con ella y me dolía verla en ese estado.
Me puse en pie y me sequé las lágrimas. Al otro lado de la habitación había otra puerta, que daba a un gran salón. Era obvio que allí pasaba la mayor parte del tiempo: había un gran piano, dos sillones de aspecto muy cómodo eran muy elegantes y, tal y como yo empezaba a sospechar, auténticos. En el centro había una chimenea pequeña sobre la cual descansaban —¡increíble! —unos libros de literatura. Para entonces, las lágrimas me resbalaban ya por lasm mejillas. Me acerqué para ver qué estaba leyendo de la autora gizellé: vous êtes lepoison "tú eres el veneno" ¡en francés! Me pregunté si aquella era la lectura más adecuada y pensé que tendría que buscarle algo un poco más ligero para su convalecencia. Aquella sala puso fin a mi ruta turística. Contemplé la calle a través deuno de los ventanales y sonreí al ver el típico bullicio parisino:en ese momento, varias personas cruzaban la calle con baguettes bajoel brazo; un motorista montado en un escúter pasó rozando a unpeatón, que le lanzó diversos insultos; dos mujeres se encontraron y se pusieron a charlar con una vitalidad y afectuosidad muy difíciles de ver en las calles neoyorquinas. Y aquello era, precisamente, lo que más me gustaba de Francia, aunque también mehizo darme cuenta de algo: de que tenía que ir a comprar comida, para ella y para mí.

Mi Reina De La Noche CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora