Capitulo: 5

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Años atrás, al finalizar la secundaria, Lorenzo empezó a fumar. El humo levantaba un velo entre su timidez y el interlocutor y le permitía ser más atrevido con las mujeres. En realidad, lo atenazaba una sociedad en la que hasta cruzar miradas  con el sexo opuesto lo hacía sonrojarse. La vergüenza subía enrojecida y la liberación tenía mucho de caos. Una fenomenal parranda con Diego, Chava Zúñiga, Gabriel Iturralde, Víctor Ortiz y Javier Dehesa terminó en un burdel, y Lorenzo fue el primero en seguir a la gorda que le dio indicaciones.
-Vente pa'ca', chiquito, súbete encima de mi, andale...Pero quítate los pantalones, m'hijito.
De golpe se le bajó la borrachera.
-Pícale, mocoso, que no tengo toda la noche.
Todavía se le atoraron los calzones en los zapatos y ella se los zafó al borde de la cama. Después se abrió de piernas  en el gesto más inclemente posible. <<Móntate, ándale, qué esperas.>>
Aterrado, Lorenzo se paralizó:
-Métemelo y muévete, chiquito.
Lorenzo se hizo violencia, terminó y ella ordenó:
<<Ahora límpiate y pásame también a mí ese papel>>
Era papel del excusado.
-Apúrate y ya lárgate.
Diego no olvidaría el dolor con que se lo contó.
-Óyeme, Lencho, no es para tanto, a todos nos han tocado esas pinches viejas.
Lorenzo habría de recordar durante años a la gorda de permanente, ojos amarillentos estriados de venas rojas, vientre abultado y piernas fofas abriéndose para enseñar su horrible tesoro.
-Y el cuarto, Diego, el cuarto,la cortina...
-Lorenzo, sé compasivo.
-¡Qué asco, Diego, qué gran asco!
-Pero bien que te viniste, ¿verdad? Bien que  te andaba y te veniste.
-Es un fenómeno que todavía no comprendo.
Ep sexo, ligado ligado al peligro de la sífilis, atormentaba a la pandilla. <<Las viejas>>, como les decían, eran una obsesión. Se lanzaban fuera de la caballeriza, desbocados. A diferencia de otros muchachos sobrados que tenían que arreglárselas solos para controlar se adrenalina, la pandilla podía recurrir al doctor Beristáin.
-Queremos ver a mi papá- saludaba Diego a la secretaría en el consultorio, a dos pasos de la casa de Bucareli.
Enfundado en su bata blanca, su estetocopio colgando del cuello, Beristáin era aún más admirable.
-Siéntase con confianza, no hay fijón, como dirían ustedes. Tú, Diego, desenrrolla la pantalla. Voy a proyectarles algunas transparencias.
Las imágenes surgían aterradoras.
-Miren, señores, aquí tienen el caso de la gonorrea. Ahora, éste es el chancro Fabostov, fíjense bien, se va comiendo al pene, precisamente en el glande.
Ninguno se movía.
-Miren el hígado, Diego, no metiste bien la lámina dentro del proyector, dale mayor claridad. Tomen ustedes nota, éste es un hígado limpio, señores, y éste, a la derecha, es el de un alcohólico, véanlo bien, lo aqueja la cirrosis.
Al prender la luz, el doctor Beristáin seguía arengándolos.
-Su salud es cosa suya, lo que ordenen sus mercedes. Si quieren morir, para luego es tarde. Yo no impido, señaló. ¿Desean tener familia? Cuídense. ¿Quieren fumar? Acábense su pulmón. Los he traído aquí no para prohibirles. La decisión es suya.
-Si algo les sucede no se lo callen, vengan conmigo de inmediato.
Lorenzo prendía un Delicados con la colilla del otro.
-Mi querido Lorenzo. ¿qué diría usted si yo agarro tierra y con la mano se la hecho a este reloj?- sacó su leontina.
-Doctor, diria que usted es un salvaje..., bueno, no,no,no, yo, es una verdadera locura.
-Pues este reloj no es nada al lado de lo que está haciéndole a su pulmón, a-ca-bán-do-se-lo, llevándolo derechito al enfisema pulmonar. ¿Sabe usted lo que significa morir por asfixia?
Diego recurría a su padre con frecuencia.
-Quién sabe con quién nos metimos, no vayamos a haber pescado algo...
-Yo los curo, pero ¿qué n9 conocen los preservativos?
-Es que se pierde sensación, papá.
La pandilla frecuentaba el Montparnasse, al que le pusiero el Montpiernás. Para darse valor, los futuros licenciados,los que pronto llegarían a secretarios de Estado, Senadores o presidentes de la República, se citaban antes en una cantina en la esquina de Insurgentes y avenida Chapultepec a ver quién aguantaba más. Todos vestían bien excepto Lorenzo que no podia imitar a Mero Bandala, el arbiter elegantiarum, como lo llamaba Diego, él sí, poseedor de un blazer Navy Blue, un Príncipe de Gales, un London Fog y un número considerable de camisas mil rayas, suéteres y chalecos de cachemire provenientes de Burberry's. Entre ellos, Pedro Garciadiego, un verdadero petimetre, era el único que podia competir con Beristáin: la raya del pantalón caía a plomo, los zapatos espejeantes, el pelo engominado por Macazar al modo de Carlos Gardel, las mancuernillas una belleza, todo, hasta su paraguas, era de marca. Cuidaba su perfil, de frente, tres cuartos, poses ensayadas ante el espejo desde la noche en que una admiradora le dijo: <<Deberías estar en el aparador de El Palacio de Hierro. Eres un maniquí>>. El apodo de La Pipa le iba bien  porque la fumaba y sobre la mesa, a la vista de todos, ponía su tabaco Dunhill.
Perdo Garciadiego había al par que los demás pero aguantaba menos, como lo demostró una noche tristemente célebre. << Ahorita vengo>>, fue al baño. Se quito el saco, ya no lo pudo colgar, quedó a sus pies, no logró bajarse los pantalones y se hizo, vomito encim de su saco. Totalmente ebrio volvió a ponérselo, salió del baño e intentó sentarse de nuevo entre sus compañeros.
-Pero ¿qué es esto?-se espantó Zuñiga.
Víctor Ortiz el más compasivo, lo detuvo:
-No te sientes, Pipa, vamos a llevarte a tu casa.
-Yo no llevo en mi coche-protestó Beristáin.
-Pero si tú lo trajiate-insistió el buenazo de Víctor.
Acoatumbrados a desmanes y borracheras, los meseros reían: una guacareada de ese tamaño nunca la habían visto.
-Hay que mandar traer un Ford de a cincuenta centavos la dejada.
-No, no hay tiempo, llamémoslo ahora mismo-insistió Víctor que sostenía a Garciadiego a punto de caer.
-Oiga usted- dijo Diego con voz de mando al primer taxista que se detuvo-,¿se puede llevar a este señor?
-No.
-Le damos un peso.
-No.
-Bueno, dos pesos.
-Cinco, pero con periódicos.
Diego y Lorenzo forraron de papel el asiento trasero y una vez que Víctor hubo acomodado a Pedro:<<Acuéstate, no te muevas, te vamos a seguir, no estás solo>>, arrancaron tras el taxi hacia una casa porfiriana en la esquina de Álvaro Obregón y Orizaba. Entre todos pagaron los cinco pesos destinados a la ficheras del Montpiernás y despertaron al portero:
-Oye, aquí viene enfermo el señorito,no es grave, no le avises a loa señores y tráenos por favor la manguera.
Ortiz, el único que se atrevía a tocar a Garciadiego, lo descargó contra en gran fresno del jardin. Diego dirigió la manguera al cuerpo de su amigo. Hasta el portero amodorrado dejó escapar una sonrisa cuando el chorro frío del agua llegó al rostro de Pedro y parecio deslertarlo, sin conseguirlo porque se desplomo como una fruta podrida.
-Súbelo a su recámara, encárgate de todo. Que no se vayan a enterar los señores.
Diego le tendió una propina de doa pesos al portero, que repetía: <<¿Cómo le fue a pasar eso al señorito?>>.
La sensación de euforia que le producía la   primera copa Lorenzo no la cambiaba por nada. Estar entre sus cuates en in ambiente festivo lo volvía lírico. Mis cuates, mis cuatezones, qué ingeniosos, qué buenas gentes, todo lo compartían, eran una comuna, para todos todo, los abrazaba, avalaban sus palabras, México sería un gran país, él redimiría, cómo los amaba, qué tipazos, qué inteligentes, Zúñiga un portento, Diego no podía haber mejor hombre, Iturralde los defendería en caso necesario, Lorenzo se felicitaba hasta por la espuma en el tarro de cerveza, no había horas más válidas que las pasadas en el Montpiernás, escuela de vida. Bailaban y al rato desaparecían con una de las ficheras, dulce hogar, o ¿hay  algo más acogedor que un coño?, preguntaba el vasco Gabriel Iturralde.
Decidieron alquilar entre todos un cuarto del tamaño de un ropero en el edificio de Atenas y Abraham González, cercano al sitio del asesinato de Julio Antonio Mella. El leonero de la pandilla  resultó más concurrido de lo que se esperaba: que préstame las llaves y préstame las llaves. <<pues yo mañana voy a las ocho de la mañana>>. <<Qué mala hora.>> <<Es la única en que ella puede, entra atrabajar a as diez.>> <<Préstame las llaves: pido las diez de la noche.>> <<Si llegas antes no vayas a tocar. Te esperas hasta que yo salga.>> De repente, algún fregado tocaba: <<N'hombre, ya ni la amuela Chava, me sebó el romance>>; las grandes pasiones se sujetaban a los avatares de un timbrazo o de un grito que subía desde la calle de Abraham González.
Gracias a su facilidad de palabra, Chava Zúñiga logró convencer ql secretario de Gobernación, Óscar Molina Cerecedo, de qué el le era indispensable a Milenio e inmediatamente persuadió al director de que sus cuates, genios en potencia, serían una aportación fabulosa al periódico. Chava tenía el don de hacer reír, la gracia de la inconsciencia. Lúcido y seductor, podía entretenerlos durante horas. <<¡Qué buen merolico, hasta los callos nos quitas con tus palabras, te voy  a llevar al Zócalo!>>,  reía Lorenzo.
-Hermano, voy a llegar más lejos que tú, así que tratame bien.
Por lo pronto se había adelantado a todos y repartía los bienes de al Tierra. Ante el secretario Óscar Molina Cerecedo exageraba laa deplorables finanzas del poeta, el espantoso desván en el que el mejor noveslista de América Latina producía su obra maestra, el cuchitril en el que pintaba el ingenio inconmensurable y, divertido, el ministro concedía favores. <<Redímase>>, exhortaba Zúñiga. Embellecía su vida privada, la mujer más hermosa  de la Tierra yacía bajo su imperio y la descripción de sus enlances amorosos, que oscilaban entre el dasafio y la súplica, hacía las delicias de sus oyentes. Cortesano, lo era hasta la punta de sus dedos,pero había desarrollado un estilo propio. Repartía sueldo entre el camisero, el sastre, el zapatero, el joyero. <<A las mujeres no, ellas pagan mis servicios. Soy un amante portentoso. Por cierto una de ellaa me dijo Gabriel Iturralde dura poco; eyaculación precoz, querido.>>  Desde niño, Zúñiga registraba el tamaño de los pene satisbados en los retretes escolare. Iba señalándolos en la fila: grande, chiquito, pasadero, inexistente. A Lorenzo no se lo criticaba pero sí lo compungía se guardarropa:
-Hermanito, ¿como puedes usar ese traje dtestable? ¿Qué mujer va a poner los ojos en ti vestido de caqui? ¿Te das cuenta de que la moda es una manifestación de cultura? Mi elegancia suprema se revela es estas líneas verticales, este blazer abierto a la imaginación. No, Lencho, estas muy equivicado no sólo es una mercancía narcista, este saco de piel de camello me identifica,  me da poder, produce la belleza estética que quiero proyectar.
En cambio , Gabriel Iturralde sólo contaba con su simpatía de defenderse y Víctor Ortiz con su bonadad de comerse las sobras de los platos de sus cuates, aunque lo acechara la obesidad.
A todos los de la pandilla, Zúñiga les dio oportunidad de publicar, pero la alegría de saberse amigos siguió siendo mayor que la de verse en letras de molde. Con una absoluta falta de envidia, Zúñiga ensalzaba a la pandilla magnificando sus cualidades. Formar un grupo solidario, con un espíritu de camaradería a toda prueba, lo hacía felíz, y por eso mismo repartía felicidad. La redacción de Milenio, con sus grandes cuates, sería el cerebro del país. <<¿Has visto la modernidad  de la maquinaria en la oficina de Cables, hermano Lorenzo? A ti te gusta la ciencia, te vas a ir para atrás.>>
A través de sus editoriales, la pandilla creía orientar al gobierno, alimentar a la patria y cuando las cosas salían mal era porque los jefazos no habían seguido su consejo. Ser joven es ser omnipotente, pertenecer al Olimpo, correr con la antorcha en la mano. Y ganar.
-¿Cómo voy a ser periodista si no he hecho un artículo en mi vida?
-Es lo mas fácil del mundo, Lenchito. En la redacción pululan destripados de todas las carreras: médicos, abogados, arquitectos, aquí se desquitan. Como fracasaron son periodísticas. Tienes una cultura muy superior a cualquiera de los que aquí pergeñan sus mamotretos. Te voy a dar una orden de trabajo. Entrevístame al astrónomo Bart Jan Bok, le dices que eres reportero de Milenio.
-Pero no lo soy.
-mañana tendras tu credencial y al mes pasarás a la caja.
Jamás sospechó Lorenzo que Bart Jan Bok habría de fascinarlo y que concluiría la entrevista diciéndole: <<Joven filósofo, gracias por sus excelentes preguntas>>.
A Lorenzo le halagó menos  la publicación de la entrevista que la conducta del hombre de ciencia. A partir de ese día, decidió:<<Voy a aprender a redactar>>. Su dinamismo lo hacía prolongar el día, sacarle más horas, le alcanzaba hasta para ir al Monte de Piedad a empeñar las esmeraldas de la princesa Radziwill, íntima amiga de la tía Cayetana. Cada seis meses llevaba al Zócalo el joyero de cuero de Rusia que la princesa ponía en sus manos. Medio año más tarde, la princesa, amiga de Manuel Romero de Terreros, le daba un fajo de billetes para que las recuperara. En agradecimiento, le ofrecía una taza de té inglés y devanaban sus problemas en francés. Eran tan distintos a los suyos que, incrédulo, Lorenzo llegaba a la conclusión de que cada quien se crea su propio infierno. <<¿Para eso voy a ser abogado, para empeñar joyas en el Monte de Piedad?>>, se interrogaba colérico.
Lorenzo no perdía su inagotable capacidad crítica, la de desenmascarar, encontrar el móvil de tal o cual acción aparentemente desinteresada. Asistía al espectáculo que daba Chava Zúñiga en al redacción del periódico como a una función de circo. Mientras otros aplaudían, Lorenzo veía las cenizas dispersarse y caer. <<Hermano -le gritaba Zúñiga-, libérate de ese nihilismo, sácate de encima esa expresión de muerto, no desprecies a los hombres, sé magnánimo como yo>>.
-Tú, Lorenzo, estás cometiendo el máximo crímen en contra de la humanidad.
-¿Cual? -inquiría impávido.
-No eres feliz, mírame a mí hermano.
Se colgaba de la cortina, ensayaba pasos de  baile. Su número favorito consistía en tomar a una mijer invisible por el talle, doblarla en dos fingiendo un beso apasionado, lanzarse a un tango al ritmo de: << No desvalorices al ser humano, no desvalorices al ser humano>>.  Ni siquiera Lorenzo podía dejar de reír.
-No te tomes tan en serio, redentor, no vale la pena. Mírarme  a mí heramanito. No caigas en esa maligna superchería llamada <<conciencia>>.
En la casa de Lucerna, nadie conocía las actividades de Lorenzo, ninguno sabía de la vuda del otro, preferible mil veces flotar sobre los acontecimientos como don Joaquín, que vivía aferrado a su rutina: la copa en el Ritz a la una, el rosario a las siete, el bridge de los jueves, la misa dominical en La Profesa seguida por la comida familiar en casa de Carito Escandón.
A la tía Tana le dio por pedirle a lorenzo que acompañara a Lucía Arámburu y González Palafox a su casa cada vez que jugaban bridge, los jueves en al noche. De todas las amigas, era la de la boca más roja. Sus movimientos jovenes la hacían levantarse de asiento como un resorte. A Lorenzo le dio gusto escoltarla a su casa de la avenida Insurgentes y que lo llamara darling. Una noche le pidió que pasara y lo invitó a subir a la recámara. Con Cocorito, la mesera, Lorenzo había aprendido que las mujeres  son más atrevidas que los hombres y llegó a la conclusión de que en ellas hay un elemento de locura, porque se tiran de cabeza ignorando dónde van a caer, pobrecitas, de veras, pobres. Cuando Lucía le dijo con la voz más cantarina del mundo:<<Desvístete, darling>>, y al final: <<Éste es un secreto entre tú y yo, love>>, aceptó de inmediato. ¿Cómo podía ocurrírsele que él fuera otra cosa que un caballero? Tampoco le diria que los senos de la mesera eran más juguetones porque le habían fascinado los suyos, dos peras maduras y en su punto.
Al regresar a la buhardilla en Lucerna se sintió dueño de la calle, las casas cómplices le cerraban el ojo, las aceras bajo sus pies ligeros le repetían a cada paso:<<Tú eres dueño y señor, dueño y señor, dueño y señor>>. El aparato entre sus piernas, agresivo y muy bien hecho, había llevado al orgasmo a esa mujer probablemente experimentada. Gracias a ese arma perfecta que hacía de el un hombre, tenía bajo su poder a una vieja veinte o mas años que él. Lucía se hincaría a sus pies, cada juego de bridge terminaría en una orgía de dos, qué faena la suya, tenía curiosidad de saber qué diría Diego cuando se lo contara.
Expresarse a través del deseo era para Lorenzo totalmente nuevo. Ahora sí quería hacer el amor, poseer, volverse Jonás, perderse dentro de la gran balle a rozada, la sola idea lo hechizaba. Los jueves se volvieron el punto más alto de la semana. Sin embargo, al siguiente jueves,  después de caminar las cinco calles que separaban ambas casas, Lucía se despidió, sin darle un vistazo siquiera a su erección:
-Buenas noches, muchachito, que duermas con los angelitos.
El rechazo lo hundió en la humillación pero ella seguía intrigándolo, ¿por qué unas veces sí, otras no? El grito de su tía:<<Lorencito, baja por favor a acompañar a Lucía a su casa>>, se volvió un canto de sirenas.
Lucía tomaba familiarmente su brazo y él intentaba adivinar que sucedería. Algunas veces era horriblemente distante, otras, horriblemente apasionada.  Ella lo poseía, lo montaba, se transformaba en un macho cabrío. Él era su cosa, su amante y su hijo a al vez. Lo mecía como a un niño en esa  cama de dosel con florecitas. Lo único que Lucía no hacía era caminar desnuda por la recámara, a a diferencia de Cocorito, la mesera. Su orden fue terminante: <<No prendas la luz>>,y esa oscuridad la volvía más tierra promisoria, el jugar a las escondidas burlaba la realidad . <<¡Lucía, Lucía, no me dejes nunca!>>, se sorprendió gritándole una noche y se preguntó como era posible no haber sentido nunca algo semejante.  Perderse en Lucía, perderse por Lucía. Jamás imaginó perderse por una amiga de Cayetana, a quien considerba  prácticamente una anciana. ¡Qué falta de respeto a sí mismo y a ellas! A partir de Lucía miró a su tía con nuevos ojos. ¿Quien era? ¿Qué hacía en su recámara? ¿Don Manuel, tan desabrido, la alcanzaba en la noche entre las sábanas? ¿Y la buena Tila, qué hacía cuando iba a su pueblo? ¡Las mujeres, qué misterio insondable y qué pantano! Sin embargo no podía sino  aguardar enfebrecido en su buhardilla el grito de la la tía Tana abriéndole las puertas del paraíso con su agudo: <<Lorencito, haznos el favor de acompañar a Lucía>>, que lo hacía aventarse por las escaleras y llegar las mejillas enrojecidas a la sala, lo cual hacía exclamar a doña Cayetana:
-Míralo parece una manzanita.
A esa manzanita le hincaría los dientes la yegua salvaje de Lucía, ¿o lo madaria sin recompensa de vuelta a casa? Una noche, Lorenzo decidió ganar la partida. Apenas abrió Lucía, despidiéndolo, metió su pierna en la puerta.
-Óyeme, muchachito...
Lorenzo se le hechó encima en el corredor mismo, antesde subir la escalera, y ella río halagada, los labios un poco hinchados y ese ademán lento del cuerpo que se dispone a la entrega. Lorenzo recordó el consejo de Diego:<<Tú hazles la lucha, podrán decirte que no pero siempre te lo agradecerán>>. Pinches viejas, pinche Lucía. Esa noche la poseyó como nunca y él fue la voz de mando: la hizo como se le dio la gana, en un momento dado prendió la luz y la vio. Sus pechos llenos tenían la belleza de las frutas, la miel escurría, se expandía sobre toso su cuerpo armonioso y dulcísimo, era más bella que Cocorito, esta mujer era la Tierra misma con sus axilas un poquito flojas y sus ingles a punto de la entrega. Ella se cubría el rostro y él la miraba arrobado, amándola, sin escuchar su aleteo desesperado. Qué hermosa, Dios mío, qué hermosa. El que ella no lo creyera sólo sólo la hacía mas deseable. Tonta, tontita, linda tontita, si eres lo más bello que eh visto, Iztaccíhuatl, Popocatépetl, Pico de Orizaba, Nevado de Toluca, cráter de miel y uvas negras. Ninguna mujer de cincuenta años debería avergonzarse de su cuerpo, él lo recibiría como una lluvia largamente esperada. Lucía se dio cuenta de la rendición es sus ojos, el mocos le devolvía su confianza en sí misma, aunque a lo mejor no tenía con quien compararla,  qué bueno, se volvería cada día mas ferviente, ella sabría verter el aceite, mantener la llama en la veladora, alimentar su devoción. Lucía impondría las reglas, no, no, que el las impusiera, dejarse ir, asirse al torso de Lorenzo, a la anchura de sus hombros y a su don de mando,  a su cabello que se enchinaba en la nuca y a la sabiduría en sus ojos, a su fogosidad y sobre todo a si audacia que nunca nadie habría sospechado. Por primera vez desde su juventud no sentía verguenza de su desnudez frente aun hombre.<<Lorenzo debería haber sido el primero>>, pensó con ternura. Era él quien merecía haber hecho correr la sangre por sus muslos. ¿Era todavía lo suficientemente estrecha? Las convulsiones de su amante, sus piernas que temblaban hasta los talones lo demostraban. Él la había sacado a ella de su propio cuerpo.  Qué hombre tierno y violento a la vez. Había conocido a hombres atrevidos pero como este muchachito, ninguno. Al tener a semejante pariente, doña Cayetana de Tena subía en su estima.

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⏰ Última actualización: Jan 07, 2018 ⏰

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