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Otro día. Otro trabajo para hacer.

La organización era algo jodido.

Matar un día, torturar otro, hacer desaparecer a alguien sin dejar rastro.

El Gobierno lo había hecho durante decadás. Pero ahora había un nuevo problema.

Metahumanos.

Gente jodida con poderes jodidos. La organización que ahora experimentaba con ellos era desconocida, ni siquiera tenía nombre. Era el trabajo de Ethan deshacerse de unos y proteger a otros.

Hoy tenía que torturar.

Mia Emerson. Poder: congelación.

¿Por qué le había tocado la tortura? Aunque no es que aquellos mutados no fueran torturados todos los días, experimento tras experimento.

El padre de Mia era un científico reconocido y había construido una máquina para reproducir los poderes de los mutados, sin embargo al nacer su hija se aseguró de que desapareciera sin siquiera haberla probado  porque quería hacer algo por ella. Un mundo mejor, tal vez.

Trató de llevarselá y con ella los planos de la maravillosa máquina, cuando Mia tenía siete años. Fue asesinado sin haber podido ver un atisbo del exterior y los planos desaparecieron con él.

Los jefes de Ethan creyeron que Mia, la última persona en ver los planos y la única viva que pudo mirarlos, podía recordarlos con un pequeño insentivo. Es decir, tortura. El trabajo de Ethan era encargarse de esos insentivos.

Ya lo había hecho antes, muchas veces.

¿Cómo había comenzado con esto? Era un policía, un gran policía. Un día había visto a un tipo loco prenderse en llamas con un chasquido y quedar ileso. En ese momento no pudo creerlo. Al hablar con sus superiores mandaron su trasero al otro lado del país, donde le hablaron de los metahumanos y le dieron la opción de seguir con su vida o quedarse ahí.

El sabía que no le dejarían vivir después de eso. Si no aceptaba quedarse lo matarían y lo harían ver como un accidente. Y si se quedaba, nunca volvería a saber de su familia.

Eligió quedarse.

Y ahora esta era su rutina. Una vida llena de muerte.

Si tan solo hubiera dejado al vagabundo ebrio en paz...

Fue por el pasillo lleno de puertas y cristales que dejaban ver el interior de los laboratorios. Cruzó la siguiente puerta. Las celdas.

Celda 1255.

Abrió la puerta e inmediatamente sintió un horrible frío. Las paredes y el piso estaban cubiertos de hielo. En el extremo más alejado de el cuarto había una pequeña cama en la que parecía no haber un colchón.

Encima una figura aovillada levantó la vista.

Mia tenía ojos azules, tan claros que se veían casi blancos. Piel pálida y cabello castaño oscuro. Tenía los labios de un color morado por el frío pero este no parecía afectarle más que eso, a pesar de su camiseta sin tirantes y sus vaqueros negros empapados.

Ethan esperaba encontrar a alguien loco, que corriera a la puerta apenas esta comenzara a abrirse. Pero Mia se quedó quieta, mirándolo con esos ojos que parecían ver a través de él. Ver sus intenciones.

-¿Quién eres?-preguntó.

-Me llamo Ethan-contesto él-. He venido ha llevarte a otro lugar.

-Van a matarme ¿no es cierto?- el no le  respondió-. Siempre supe que lo harían algún día.

Ethan la miró. Mia debía tener alrededor de 20 años. Tres menos qué él. Y parecía que toda su vida había sabido su destino. Como si solo hubiera perdido el tiempo hasta que llegará.

-Pongáse esto-le dijo sacando el pequeño collar de su bolsillo-. No quiero ponérselo por la fuerza.

Ella rió.

-Siempre he sabido que moriría, pero no lo haré sin luchar.

Antes de que Ethan pudiera pestañear picos de hielo se elevaron desde el suelo apunrando a su rostro. Él pudo ver las cadenas que rodeaban los tobillos de Mia y sabía que, como con el collar, la descarga llegaría pronto.

Cuando pasó, Mia dio un respingo y el hielo cedió, cayendo en pedazos alrededor de Ethan. Ella bajo la cabeza y respiró con dificultad, seguramente las descargas para ella eran más fuertes. Otros simplemente se estremecían cuando llegaban y decidían no pasar por esa molestia otra vez.

Ethan aprovechó el momento de debilidad para atar el collar a su cuello y sujetó los brazos de Mia en su espalda baja, evitando que se moviera.

Mia se movió sin protestar. Avanzaron por los pasillos y pasillos de máquinas y medicamentos.

El complejo era subterraneo y era enorme. En el ala este estaban los metahumanos, todo lo referente a ellos. Y en el ala oeste, en una pequeña zona que era como la casa de Ethan, el cumplía su trabajo.

Al llegar a la entrada Ethan atisbó a su compañero. El oficial Shane Wilson.

-Evans-dijo Shane-, te hemos estado esperando. Harper quiere que empecemos mañana. Hasta entonces mantén a la chica recluida.

Ethan asintió. Tenía una habitación apartada para los prisionesros. Llevó a Mia alrededor del lugar y finalmente entró con ella en un cuarto con seguridad mayor.

-¿Van a torturarme primero o simplemente me dejarán morir de una vez?-preguntó Mia.

Ethan no respondió. La seguridad de Mia y su falta de miedo lo ponían nervioso. Siempre trataba con personas al borde del pánico.

-Así que tortura...-dijo ella-. Solo quiero que sepan que están perdiendo el tiempo, no sé nada sobre esos estúpidos planos.

-Ellos creen que si-dijo Ethan.

-Pues se van a llevar una gran decepción...eso empeorará las cosas ¿sabes? Cuando no consiguen lo que quieren prefieren divertirse con la linda rata de laboratorio.

Mia empezó a mover sus dedos y una bola de nieve apareció en su mano. Ella la aplastó y dejo que se derritiera sobre la cama.

Ethan comenzó a sentir el frío, sabía que pronto habría una fina capa de hielo alrededor del cuarto.

-¿Por qué lo haces?-preguntó Mia-. No pareces alguien que disfrute viendo sufrir a otros. Aunque mi padre no parecía alguien que traicionaría a la ciencia y ahora está muerto por tratar de escapar.

Ethan la ignoró.

-De acuerdo, ignoráme. Si lo haces es porque no sabes que responder, o sea que dudas.

Ethan no quería pensar en eso. En la cantidad de personas a quienes había torturado.

Salió de la habitación y tras de si escuchó una risita.

Coldest HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora