III

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A pesar de que lo intenta, Chūya no logra concentrarse para nada. Por todo el piso de su estudio hay un sinfín de partituras tiradas, todas con unas cuantas notas dibujadas al azar y ninguna con demasiado sentido. Kōyō ya se ha asomado cuatro veces ese día y lo único que hace es mirarlo con la ceja alzada, acción que sólo crispa más los nervios del pelirrojo, empujándolo a un desespero imposible de soportar.

—¡Saldré! —Grita con medio cuerpo ya fuera de la casa, Kōyō lo escucha desde su habitación y se limita a negar.

El clima de la primavera últimamente es intenso y a pesar de que ya hace un año que dejó de usar el fedora que le hubiera regalado Dazai, todavía no se acostumbra del todo al abrasador calor del sol sobre su cabeza y que quema sin piedad la piel de su rostro.

—Chū... —hay un canturreo molesto— ya... —y un suspiro después, Dazai está caminando a su lado, con una sombrilla sobre sus cabezas.

—Bastardo. —Dazai sonríe al insulto y de reojo mira a Chūya sonreír levemente también. No dice nada al respecto—. ¿Qué haces por aquí?

—De paseo.

—Qué coincidencia. —El castaño extrae un dulce de una bolsa que trae consigo y se lo extiende:

—Toma, juro que no está envenenado ni nada por el estilo. —Con algo de desconfianza, Chūya acepta el obsequio y agradece.

En silencio, ambos caminan por la calle lentamente.

Dado que Chūya es compositor, el distrito donde vive es extremadamente tranquilo a todas horas; gracias a ello es que pueden disfrutar de una caminata tan nostálgica y amena.

—Chūya.

—¿Hmm?

—Nada, solo quería decir tu nombre en voz alta.

Chūya recuerda vagamente que Dazai decía ese tipo de cosas cuando trataba de ligar con él; en una plática común y corriente, de la nada, Dazai salía con comentarios pícaros y fuera de lugar, que le provocaban sonrojos violentos y un vuelco en el estómago que más bien, se sentía como si alguien enojado te estuviera bailando claqué encima. Era bonito, de alguna forma. Todos aquellos sentimientos lo hacían sentir vivo después de todo y lo ayudaban mucho cuando se trataba de componer, pero ahora...

—Ya no soy capaz de crear una canción de amor, Dazai. —Dazai se detiene, imitando a Chūya; el suave viento mece los cabellos sueltos del pelirrojo y la luz del sol ilumina su rostro de una forma etérea.

—Eso es... —Dazai le acomoda un mechón detrás de la oreja y no retira su mano—, porque quizás ya no estás enamorado.

—Quizás...

Podría llorar, Chūya siente el picor típico del llanto en sus ojos, y la adolorida mirada de Dazai no le ayuda a alejar el malestar.

—Estoy vacío, Dazai. —Dazai asiente y se traga el enorme nudo que tiene atravesando su garganta.

—Lo sé, y lo siento.

—Se llama Fyodor, es ruso. —La voz le tiembla—. Hace dos semanas fuimos a ver las sakuras y me besó y estuvo bien. —Un suspiro por parte de Dazai.

—Lo sé. —Chūya sonríe a penas. Le están empezando a temblar las piernas también.

—Fue un beso lento y delicado.

—¿Lento y delicado? —Dazai se acerca cada vez más. Chūya solo asiente, despacio.

El tiempo a lado de Dazai es demasiado irreal y hermoso, a tal punto que Chūya quisiera congelarlo.

Congelarse con él.

Congelarlos a ambos.

Morir allí.

—Lo siento.

Dazai se disculpa una vez más, y no importa las veces que lo haga, Chūya ya no le cree. Tampoco le importa dado que su corazón se acelera totalmente y su cuerpo tiembla, el aire de los pulmones se le escapa y todo en él sube de temperatura. La sombrilla de Dazai cae y rueda lejos de ellos, la bolsa de dulces imita a la anterior; Dazai está utilizando ambos brazos para sostener el cuerpo de Chūya junto al suyo y es tan cálido y hermoso y fatal...

No hay un beso, ni siquiera el intento de uno, pero un simple abrazo es suficiente para recordarles a ambos que haber terminado estuvo tan bien y al mismo tiempo tan mal.

Una hora después de que Chūya llega a casa, Kōyō entra a su estudio sólo para verlo dormido encima de un sobre de envío ya sellado con el nombre «Dostoyevski» en el frente.

TroubleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora