A pesar de que sólo falta un mes para que el verano inicie, en Novosibirsk —ciudad rusa— está helando. El recinto donde será el concierto ya fue cerrado y Chūya prácticamente está envuelto en cálidas prendas de la cabeza a los pies, sin embargo, no puede dejar de tiritar. En Yokohama hace frío, pero no uno tan crudo.
Las luces de la sala bajan hasta dejar todo el lugar envuelto en una luz a penas perceptible; el silencio total reina cuando en medio del escenario, la figura del aclamado concertista se deja ver. Detrás de él están sus acompañantes, a los que casi nadie presta atención. La luz sobre su cabeza se intensifica y allí, vistiendo de un blanco cegador y en compañía de su hermoso chelo, Dostoyevski les dedica una venia antes de sentarse y comenzar a tocar.
La música que sale de sus dedos es exquisita y Chūya está tan embelesado por el talento del ruso que olvida el frío y los nervios que sentía cuando llegó; no obstante, el gusto sólo le dura una hora. De pronto Fyodor intercambia un par de palabras con el público y mira, directamente, hacia su privilegiado palco. Sus miradas se cruzan y Fyodor le sonríe, pero no con su elaborada sonrisa mentirosa. No. Esta es tan venenosa y resentida, que Chūya siente el piso bajo sus pies temblar y su corazón detenerse.
¿Hace cuánto que no se sentía así?
Una última mirada y Fyodor toma asiento como si nada, acomoda el chelo entre sus piernas y con los ojos cerrados y el lacio cabello suave cubriéndole la mitad del rostro, sus dedos vuelven a moverse y hacen magia... una magia oscura y angustiada.
La música que brota del chelo suena tan pesada y dolorosa, que el público en general luce atormentado y se mantiene inmóvil mirando al ruso tocar.
Chūya no está seguro de lo que siente Fyodor, tampoco está seguro de lo que siente él; en su estupidez le mandó lo que escribió luego de su encuentro con Dazai al ruso, y él... ¿tenía que ser tan meticuloso, tan inteligente? Ni siquiera había llegado a la mitad de las partituras cuando cuestionó sus razones para entregarle algo que, evidentemente, estaba compuesto para su ex. La garganta de Chūya se cerró en ese momento, y si no se le cayó el celular de la mano fue por puro milagro... Chūya no podía verlo dado que era una llamada de voz, pero su cuerpo entero temblaba ahogado en culpa porque casi podía ver a Fyodor frente a él, acusándolo por no creerlo suficiente.
Aunque ciertamente no es suficiente.
El concierto termina luego de dos horas, con Fyodor interpretando la Suite No. 1 de Bach. Luego de 5 minutos de ovaciones y aplausos, todos los presentes se retiran silenciosamente y Chūya no sabe qué hacer; Fyodor está enojado, eso es más que evidente, entonces... ¿debería volver a Yokohama sin más? Con el frío calando en sus huesos nuevamente y las piernas ligeramente temblorosas, se levanta de su asiento dispuesto a salir; sin embargo, afuera de su palco un hombre vestido con un pulcro traje gris le extiende un sobre para luego marcharse en el más absoluto silencio. Chūya lo abre: Fyodor le pide que regrese a su asiento.
Por favor.
Los dedos de Chūya se aferran al sobre cuando a su espalda suena el lamento del chelo una vez más; voltea la cabeza inmediatamente y ve a Fyodor allá abajo, mirándolo desde el centro de la plataforma donde hace un par de minutos dio un concierto. Su imagen ya no es tan pulcra como hace rato. El saco blanco y la corbata gris desaparecieron, ahora su camisa está ligeramente desabotonada y su cabello algo desordenado.
—¡Le odio! —Grita el ruso sin dejar de tocar, —realmente.... Yo jamás... ¡Es tu culpa!
La música es triste, tan triste que te deja un vacío en el corazón. Chūya nunca había escuchado esa pieza, así que cree, es alguna composición inédita del ruso.
No hace más que quedarse parado, aferrado a la baranda de su palco, mientras Fyodor toca para él en su intento de transmitir algo que Chūya no logra comprender.
Su corazón se siente apesadumbrado porque mira a Fyodor con el rostro por fin libre de aquella mueca vacía, parece estar sufriendo... por algo, ¿por él? Y él no hace nada más que añorar que quien esté allá abajo no sea otro que Dazai.
Maldito Dazai.
***
El tema que acompaña a éste capítulo pertenece a la banda sonora de La lista de Schindler, es composición de John Williams pero acá en nuestro mundo imaginario, Fyodor es tan chingón que compuso esta cosa rompe kokoros para Chūya... y pues eso. Gracias por seguir leyendo.
Ah, y por si a alguien le interesa escuchar la Suite No. 1 de Bach, —que es hermosa—, pues aquí se las dejo en una de mis interpretaciones favoritas.
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Trouble
FanfictionTe dije que yo era un problema, sabes que no soy bueno. [Imagen original de la portada en Pixiv Id 5699531]