4 - Problemas

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-A ver, déjame adivinar... -Ironizó-. ¿No sabes qué llevarte?

-¡No te burles de mí, mala jefa! Tengo un gran problema de planificación, Ruth; no bromeo.

-Está bien -respondió la mayor acompañando la frase de un movimiento de mano que, por supuesto, Celia no pudo ver pero sí imaginar.

-No seas condescendiente conmigo, sabes que no fallo. Nunca. Así que deja de actuar como si fuese un dolor en el trasero porque esto me pilló de sorpresa y no puedo organizar los horarios. ¡Maldita sea, Ruth!

-Oh, ¡por Dios! Cálmate. ¿Desde cuándo la Gran Celia pierde así los nervios?

-¡Desde que la Gran Celia va a tardar más de lo convenido en llegar a Montreal! -Exclamó con los nervios a punto de estallar.

Al otro lado se hizo un silencio roto, únicamente, por una agitada respiración que no calmó en lo absoluto a Celia. Sus nervios sólo hacían que aumentar, más y más, amenazando con convertirse en una gran bola que la iba a perseguir tortuosamente en su camino al aeropuerto y debería sortearla como si de Indiana Jones se tratase.

-Bueno, mientras estés allí pasado mañana a primera hora, no habrá problema.

-Pero ¡es que no voy a estar allí pasado mañana a primera hora!

-A ver, Celia... -Empezó Ruth pegada al auricular mientras se reacomodaba en el asiento-. Eso significa que no estarás allí a la hora acordada.

-¡Oh, cuánta lucidez! -Respondió con burla.

-Celia -avisó-. Debes; no, tienes que estar allí a la hora que se nos marcó. Si no tendremos problemas.

-¿Y crees que no lo sé? Pero no puedo, es imposible. Pone que el trayecto dura veinticuatro horas y media, aunque mirando los horarios de las escalas no son tantas horas, pero aún así llego a mediodía.

-A ver, a ver -se estresó Ruth-. Coge algún vuelo anterior.

-Imposible. Este es el único que puedo coger.

-Explícame -demandó.

-Tengo que dormir, prepararme, ver a mi madre para darle mis llaves y despedirme, comer, dejar la casa en orden y presentarme en el aeropuerto. Hasta las cuatro de la tarde al menos no puedo coger un avión.

-Pues coge el de las cuatro de la tarde, ¿no es lo lógico? Así llegas.

-No hay plazas. Es mañana, no hay plazas en casi ningún vuelo, y lo más pronto que he podido conseguir encontrar es para mañana a las ocho menos veinticinco de la tarde. Y no, antes de que lo digas, no vuela de noche y tiene dos escalas, así que no llego a tiempo.

-¿Y qué vas a hacer? ¡Hay que arreglar esto!

-Sí. Por lo pronto voy a reservar plaza en ese vuelo, y reserva de hotel para la noche. No puedo hacer otra cosa que asumir que me he de adaptar a los horarios que me marca.

-Paga todo con la tarjeta de la empresa, no te preocupes por ese detalle. Lo importante es, ¿qué vamos a hacer con la delegación hasta que llegues?

-Me tienes que dar el número de teléfono de la delegación, si puede ser el que me comunique directamente con la que vaya a ser mi secretaria. La llamaré y le notificaré que llego a media tarde, que me dé la dirección en lugar de enviarme el chofer, ya me apañaré con un taxi. Si aviso, no debería haber problema. Pero tú tienes que hacer también algo.

-Dime, ¿qué necesitas?

-Tienes que llamar al jefazo.

-Uuh -masculló.

-Tienes que avisarle de que ya enviaste a alguien pero que, por motivos ajenos a la empresa y nosotras mismas, no puedo estar allí antes de pasado mañana a mediodía. Nada más llegar me pondré y les pondré las pilas.

-Está bien.

-Díselo con las palabras exactas que te he dicho, así seguro se calmará -indicó.

-Serás buena jefa -le dijo entre suspiros.

-Gracias. Ahora, te dejo, Ruth. Tengo que hacer una llamada a Canadá, mándame el número por Whatsapp. Te garantizo que todo saldrá bien. ¿Ok?

Tras decirse un par de cosas más despidiéndose, finalizaron la llamada y Celia procedió a realizar la reserva del vuelo y encargarse de buscar habitación de un hotel cuanto más cerca del aeropuerto de Zúrich fuese posible. Revisó su celular en busca del teléfono que Ruth debía haberle enviado y llamó ipso facto.

Le atendió la llamada una chica que, por el tono jovial y agradable de la voz, parecía ser bastante joven. En inglés, le explicó que era su nueva jefa y la puso al corriente de la situación que acaba de hablar con Ruth. Indicó que llegaría para media tarde, aunque no era así. Por un lado, prefería curarse en salud por si hubiese retrasos en los vuelos, o atasco en el camino en taxi o cualquier otro inconveniente. Además, tenía algo en mente que quería hacer, así que le interesaba no prometer llegar antes.

Al colgar, estaba todo solucionado y tenía la dirección de su nuevo lugar de trabajo anotada en la agenda, así como el teléfono y extensión que la comunicaría con su secretaria en caso de emergencia. Terminó de preparar todo, se aseguró de tener el pasaporte y toda su documentación en el bolso y llamó a su madre para quedar con ella al día siguiente para despedirse y hacerle entrega de las llaves de casa y del coche, el cual quedaría cerca del aeropuerto y deberían meter en el garaje de la casa de sus progenitores para evitar posibles disgustos.

Con todo preparado, se metió en la cama, repitiéndose una y otra vez su estricto horario del siguiente día. Todo se resumía en palabras simples que podría recordar fácilmente: despedida, Barajas, Zúrich, hotel, Zúrich, Ginebra, desayuno, Ginebra, Montreal, Delegación.

Se lo repitió como una letanía, para memorizarlo a la perfección. De todos modos, lo llevaba todo anotado en la agenda que siempre, absolutamente siempre, cargaba en su bolso. Nunca faltaba a una cita ni se retrasaba, por eso la situación le resultaba tan agobiante. No era su estilo y, lo peor, es que iba a dar mal ejemplo nada más llegar a la delegación. La jefa llegando tarde en su primer día, ¡menudo modelo a seguir iba a ser si ya empezaba así!

Con la mente embotada por todo lo que daba vueltas en ella, logró relajarse casi milagrosamente y, apaciblemente, se dejó dormir en los brazos de Morfeo que, aquella noche, parecía tenerle compasión.

Amor 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora