PRÓLOGO

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Era imposible que máquinas más pesadas que el aire volaran, hasta que no lo fue.

Era imposible alcanzar el espacio, hasta que no lo fue.

Era imposible llegar a la Luna, hasta que no lo fue.

Era imposible caminar sobre la superficie de Marte, hasta que no lo fue.

Era imposible que la humanidad se convirtiese en una especie multiplanetaria, hasta hoy.

Hasta que no lo es.

Nuestros antepasados inventaban mitos alrededor de una hoguera desde que un rayo partió un árbol y nos dio a conocer el fuego. Ellos pensaban que el cielo en la noche oscura sostenía millones de estrellas. Para ellos cada estrella era un dios, para nosotros un mundo que conquistar. Está en nuestra naturaleza mirar a las estrellas y querer tocarlas.

Los humanos, usando la ciencia, hemos probado la palabra imposible desacertada a los largo de los años, empujando los límites de la imaginación dentro del terreno de la realidad. Nuestra insaciable curiosidad nos ha empujado a expandir y ampliar las fronteras del conocimiento desde que descubrimos cómo hacer fuego.

La civilización humana se ha desarrollado de forma exponencial desde el comienzo del desarrollo tecnológico en el siglo XIX.

Por ejemplo, el consumo energético mundial crece anualmente alrededor de un 2.4%. Lo cual significa que, en términos planetarios, la demanda global se incrementa por un factor de 10 cada siglo. Comparado con el siglo XXI, la demanda energética en el siglo actual, el siglo XXIII, es 1.000 veces mayor. Esta tendencia se ha mantenido a lo largo del comienzo del presente milenio, y es probable que se mantenga durante los próximos mil años. Eso significaría un consumo energético 10 billones de veces más que en el año 2.000.

Era imposible obtener tal cantidad de energía sin destrozar la Tierra. Y eso ya lo hicimos, matándola poco a poco.

Una característica única del ser humano ha sido la de imitar a la naturaleza. Neopreno inspirado en la piel de tiburón, velcro inspirado en los cardos de las plantas. Cinta adhesiva universal inspirada en las patas de los lagartos, o la aguja hipodérmica inspirada en los colmillos de la serpiente. Cuando no quedaron más animales que imitar volvimos a mirar al cielo, como nuestros antepasados, y nos fijamos de nuevo en las estrellas: reactores de fusión descomunales.

Desde entonces, muchas cosas han cambiado. Otras no.

Nuestro fuego hace tiempo que no consume oxígeno y no se transporta montado en antorchas. La electricidad impulsó una nueva era.

Hace casi 300 años construimos la primera estrella artificial en la Tierra. Se encendió brevemente y no fue capaz de generar más energía de la que consumió, pero se convirtió en esa misma chispa que vieron nuestros antepasados hace cientos de miles de años cuando un rayo prendió un árbol. Y si ellos fueron capaces de aprender cómo hacer fuego, también nosotros.

Con el tiempo conseguimos descifrar cómo generar energía limpia, barata y en cantidades inimaginables; y así nació el primer reactor de fusión capaz de producir más energía de la que consumía.

Mucha gente cree que el Sol, la estrella más cercana a la Tierra, está ardiendo. Se equivocan. La gravedad es la responsable de que el Sol brille sin que se esté quemando.

Por definición, para quemar algo se necesita de oxígeno; el Sol está formado en un 99% de hidrógeno y helio. Las estrellas son inmensas plantas de fusión termonuclear de hidrógeno. Con un núcleo a una temperatura cercana a los quince millones de grados, la energía cinética de las moléculas es tan grande que cuando chocan entre ellas ni siquiera la fuerza electroestática de repulsión mutua puede evitar que varios núcleos atómicos se unan.

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