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Y esto es lo que sucedió.

Al principio de mi estancia me alejé a descansar un rato. Recuerdo que estaba recostado en una silla con el brazo izquierdo bajo la espalda, tratando de acurrucarme y dormir. Lo siguiente que sé, es que me estoy despertando, arrastrándome fuera
de la fuga de una siesta de 20 minutos, y al intentar ponerme en pie, algo me estiró hacia atrás, como si estuviese
abrochado al asiento o algo así. Entonces me di cuenta de lo que pasó: Se me durmió el brazo y quedó enganchado en el respaldo de la silla. Me río, trato de retirar el brazo de nuevo. No pasa nada.

Una vez más.

Todavía nada.

Repito este movimiento un par de veces más hasta que finalmente utilicé el brazo derecho para levantar mi brazo izquierdo de la silla. Al momento que lo solté, este cayó a mi lado, colgando inútilmente, disparando una sensación de agujas
pinchándome desde el hombro hasta los dedos. Luego de unos minutos volví a sentir mi brazo y parte del antebrazo, pero mi mano continuaba muerta, como si le hubiesen inyectado novacaína. La sacudo constantemente, frotándola, golpeándola contra la silla. Pero sigue entumecida. Pasan diez minutos. Quince. Intento cerrar el puño pero mis dedos no me responden.
Cruzo la puerta y salgo al pasillo. Mi respiración es dificultosa, en parte porque estoy pateando las drogas y fuera de forma, y también porque estoy cagado de miedo.

Entro a la enfermería sosteniendo mi mano izquierda con la derecha. Intento explicarle alocadamente a la Enfermera que me quedé dormido y después no sentía la mano. Intenta calmarme.
Ella presume, no sin razón, que esto es parte del proceso –La ansiedad y el malestar pueden estar presentes durante la rehabilitación. Pero esto no lo es. Esto es diferente.
Dentro de 24 horas me estaría tomando un receso de La Hacienda, sentado en la oficina de un cirujano ortopédico, quien examinó mi mano a lo largo del bíceps y bajo el antebrazo, trazando con mucho cuidado el camino del nervio y explicando
como éste fue monstruosamente comprimido, como una pajita cuando es aplastada contra la pared de un vaso. Cuando la circulación se corta de esa manera, explicaba, el nervio se daña y a veces simplemente se marchita y muere.

"¿En cuánto tiempo recuperaré la sensibilidad?" Pregunté.

"La recuperará un ochenta por ciento en pocos meses… Quizás cuatro o seis."

"¿Y qué pasará con el otro veinte por ciento?"

Se encoge de hombros. El hombre es como todos en Texas, en el andar y el hablar.

"Es difícil decirlo," Responde con el típico acento Tejano.

Hay una pausa. Nuevamente, nervioso, trato de apretar una bola con la mano, pero mis dedos no están dispuestos. Es mi mano izquierda, la que baila en todo el diapasón. La que hace todo el duro trabajo creativo. La fábrica de dinero, como dicen
en el negocio de la música.

"¿Volveré a tocar la guitarra?" Pregunté, sin querer realmente oír la respuesta.

El doctor profirió un largo suspiro, exhalando lentamente. "Oh, Yo no creo puedas contar con eso."

"¿Hasta cuándo?"

El me mira duro. Apoya sus manos en mis hombros. Luego me mira con sus ojos de toro.

“Bueno. . . Nunca."

Ahí está. El tiro de gracia. No puedo respirar, ni puedo pensar claramente.
Pero de alguna manera el mensaje llega alto y claro: es el final de Megadeth...

El final de mi carrera… el fin de la música.

El fin de la vida como la conozco.

Encontré fotos de Ellefson con 12 años y estoy feliz por eso les actualizo ahre

A Heavy Metal Memoir (Dave Mustaine)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora