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Kuroko llegó a casa después de una extenuante ronda en el trabajo. No era por alardear pero, a pesar de ser el hijo de la jefa, era considerado uno de los mejores empleados.

Tiró sus cosas a un lado de la cama y se lanzó en ésta de forma que todo su cuerpo estuvo extendido sobre ella. Suspiró y miró su teléfono notando al instante como tenía un par de mensajes en su pantalla.

Casi chilló al desbloquear la pantalla táctil y ver el nombre del contacto. Se dio la vuelta y hundió el rostro en la almohada mientras sentía este arder de tanta emoción y daba pataditas al aire cual niña enamorada. Quien lo viera. Su madre, Aomine, los amigos de su madre, todo el mundo se reiría si fuera visto de esa manera. Pero no podía evitarlo. Aquel que había enviado esos mensajes era ni más ni menos que el que ahora ocupaba mayor parte de sus pensamientos.

Contestó estos con una leve sonrisa y dejó el teléfono de lado para poder ahogar un grito de alegría sobre su almohada. Aun no podía creer el hecho de que, de alguna manera, se habían vuelto amigos. Sentía que era tan irreal que casi llegó a pellizcarse las mejillas. Bueno, en realidad lo hizo un par de veces pero eso era algo que no contaría a nadie.

Pensó entonces que tal vez había juzgado un poco de más a Akashi desde un principio. Porque, vamos, si, el chico tenía su carácter y solía mostrarse altanero, pero durante el tiempo que lo estuvo conociendo, se dio cuenta que con él nunca fue hipócrita, si llegó a darle un par de comentarios groseros en un principio, pero Kuroko descubrió que así era su personalidad. Además de que también le gustaba ésta misma, pero eso tampoco lo diría.

Se fue a dormir con un gran sentimiento de felicidad y su madre casi juró que salían mariposas de todo lo que llegó a tocar esa noche.

Al día siguiente llegó a la escuela media hora más temprano, Aomine de nuevo lo había citado porque Ahora pasas más tiempo con él, me has dejado de lado a mi, a tu mejor amigo, a tu hermano del alma, al que comió tierra a tu lado sin prejuicios, al que te salvó de la bota militar que tu madre guarda bajo el mostrador infinidad de veces. Me debes muchas explicaciones, no me dejarás por ese tan fácilmente y demás palabrería.

Muy en el fondo sabia que Aomine le extrañaba, a su manera, pero lo hacía. Y él mismo aceptaba que había dejado de lado a su amigo por un buen tiempo, tal vez se merecía saber que en realidad lo que estaba haciendo era pasar tiempo con la persona que le gustaba, tal vez si le explicaba esto el alto moreno lo molestaría por el resto de su vida, pero ya no sentiría esa sensación de que estaba siendo intercambiado por otro. Se apresuró a llegar a la universidad y una vez allí se dedicó a esperar al contrario.

Recargado en la pared de siempre sacó un cigarrillo y con la calma habitual lo encendió al mismo tiempo en que daba una calada, lo poco que fumaba en verdad lo disfrutaba, pese a que su madre no le gustara ese olor raro que dejaba el humo en su ropa. Estuvo unos minutos dando suspiros interminables, reteniendo el humo y jugando con él, hasta que de alguna manera se dio cuenta de que había llegado lo suficientemente temprano como para que el moreno no llegara en un buen rato, así que con todo y cigarro en mano se dirigió hacia los pasillos de la escuela, donde grupos de personas ya empezaban a formarse.

No pasó desapercibida por él la manera en la que lo miraron la mayoría, era muy obvio su desagrado hacia él. Sonrió cínico, le importaba una mierda lo que dijeran sobre su persona.

Antes de que me odien mírense en un espejo.

De alguna manera terminó escuchando sus patéticas conversaciones de Oh, es él, el que ha vendido droga a los de tercer año; Mira, mira, dicen que está en una de las bandas más peligrosas de la ciudad; De seguro las putas lo siguen a todos lados o él forma parte de las putas. Y demás, en realidad no le interesaba, caminaba incluso a lado de los grupitos criticones solo para molestarlos un rato y ver como casi se meaban encima al percatarse de su presencia.

INESPERADO [AKAKURO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora