POEMA VIII

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En ocasiones salía de la nada desnuda ante mis ojos mostrándose ante mí como una humana que prefería llamar mi diosa. Recorría su cuello, su boca y sus orejas con mis labios, sus cafés pezones brotaban, saltaban de su lugar y se ponían duros como piedras.

Me acercaba a ellos con la paciencia y pasión que un amante enamorado tiene, mi lengua hacía todo el trabajo sucio y vulgar logrando producir en ella sus orgasmos desenfrenados y sus arañazos placenteros por mi espalda.

Nunca he sabido por qué amo tanto sus senos... Al igual que sus ojos, son un par de partes de su cuerpo geométricamente circulares, en dónde mi excitación perdía la vida, volvía y la recuperaba y volvía y la perdía de nuevo.

Sus senos eran, en realidad un campo suicida al ingresar en él. Jamás salía vivo del mundo de sus senos ni del laberinto de sus ojos.

Siempre salía agonizante zona excitado, deseoso de beber del elixir de sus besos para curarme en un instante... Aún sabiendo que ese ciclo se repetiría una y mil veces.

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