He llegado y me he ido tantas veces que se me ha hecho costumbre escribirlo. Generalmente, soy viajera y redactora, protagonista y autora; pocos han sido los ciclos en los que no paso de largo y me instalo en el lugar menos habitado de la psique. Y –maravillosa sea la causalidad– me han quedado muchas historias que contar en las noches de insomnio y café…
Y entre mis favoritas, está la tuya, amigo –hermano–, que, aunque corta, no deja de acarrear consigo tanto poder y tanta palabra, tantas heridas y risas guardadas allí, en el fondo de tu alma vencedora que incendia los rincones más oscuros de la mía.
He intentado describir cómo es que llegaste a mí, cómo fue que nos encontramos, pero no me salen las palabras, tengo atascado el sentimiento. Supongo que es por tanto pensarlo y poco escribirlo o quizá por mucho expresar y poco imaginar… No lo sé.
Ahora, sin querer paralizarme en el por qué, me conformo con comprender que todo empezó mucho antes de Ser y estar en este viaje, porque ambos sabemos que – de manera inexplicable – nuestras almas se llamaban. Y aun lo siguen haciendo, porque nos une algo más que los silencios y las caídas, los dolores y las heridas; nos une la risa, las letras y las sinfonías, el amor por la vida.