Prólogo

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Diciembre de 1976, Guatemala.

Saltando de piedra en piedra iba camino a casa, luego de un día largo y cansado, a efecto del trabajo en el que me encontraba cada día. Estaba soleado y con un clima muy hermoso y una brisa suave que acariciaba mi rostro. Con esa brisa muy calmante, logre alcanzar a ver a lo lejos una tremenda discusión que era evidente en el lugar en el que me encontraba. Me inundo una gran curiosidad en mi ser, y fue la que me llevó cerca de ese problema ajeno. Lentamente me fui acercando, y logre llegar a un punto en el que, según yo no me verían tan  fácilmente. En ese lugar había milpa y piedras, en donde logre arrodillarme y escuchar lo que discutían:

-Vos fuiste el culpable de esto- decía el individuo con aspecto rudo y muy enojado por algo que no le agradaba.

-¡Pero vos fuiste culpable, por haberme dicho que la mercancía que lleva era completamente legal!- respondió el otro individuo, con un miedo a lo que el otro hombre le respondería.

Hubo un par de minutos de silencio en el ambiente, cuando el hombre que cargaba el aspecto rudo, volteo la cabeza hacia el lugar en el que me encontraba de rodillas.

-Hey!! - me dijo con un tono, que no se escuchaba agradable.

Logre incorporar mi cuerpo de flamenco desnutrido, y tome una carrera, que ni yo me creía capaz, hacia unas planas siembras de maíz, parandome en cada una de ellas. A unos cuantos metros del lugar en donde me encontraba corriendo, logre voltear la mirada hacia atrás, y lo que ví fue a los dos hombres, corriendo tras mi captura. En ese momento ya ni me di cuenta si el clima era perfecto aun, o si la brisa aun acariciaba con suavidad mi rostro, en ese momento mi sistema simpático mandaba a mi cuerpo adrenalina pura. No se como, ni en que momento, los hombres dejaron de correr tras de mi, pero de lo que si estoy seguro, es que mi esquelético cuerpo me ayudo a romper el viento con esa corrida que había echo, logrando así que esos dos tipos no me alcanzarán. Estuve por largas horas escondido entre matorrales que servían de linderos a los habitantes de ese lugar. Fue hasta cuando empezó a caer la noche y fue así como me di cuenta que ya era tarde, y que mi madre ya estaba como la grande. Entonces me puse de pie con rumbo hacia mi casa, cerca de una colina en la que se lograba ver por completo el bello departamento de San Marcos.

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