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Todo comenzó un 12 de febrero de 2017. Ese día fue cuando conocí al amor de mi vida. Mi mejor amiga y yo, tras habernos pasado la tarde entera estudiando en la biblioteca para un examen, decidimos ir a un bar de aspecto sospechoso situado en los barrios pobres de High Mountain. Yo no estaba muy entusiasmado en entrar después de ver a un hombre de cabello canoso y rizado hasta los hombros, gafas de sol pese a estar de noche, chupa de cuero, vaqueros ajustados y botas negras salir por la puerta. No me malinterpretes, yo no soy de juzgar a las personas, más que nada porque siempre me he sentido juzgado y odiaba esa sensación. Mi amiga insistió tanto y me aseguró de que en el bar llamado Perception Out Rules ofrecían la mejor cerveza del mundo. Por eso accedí a entrar. Más tarde descubrí cuánta razón tenía y que entrar ahí fue una de las mejores decisiones que podía haber tomado, aunque en ese momento no me lo pareció.

El interior estaba levemente iluminado por bombillas en el techo y de varios focos que caían sobre la barra, alumbrando los rostros de las dos únicas personas sentadas mientras tomaban una cerveza y coqueteaban entre sí. Había varias mesas viejas de madera esparcidas por el espacio, un billar y un futbolín al fondo donde varias personas jugaban animosamente y reían.

—No me gusta.

—Dices eso de todos los sitios a los que te llevo —repuso mi amiga Daphne haciendo un mohín.

—Eso es porque los sitios a los que me llevas no me gustan.

—Dale una oportunidad. Confía en mí. Te gustará.

Tiró de mí y nos sentamos en una de las mesas más alejadas de la barra, justo al lado de la pared llena de troncos de árboles partidos por la mitad que hacían una especie de puzzle. Saqué mi teléfono móvil y comprobé la hora. Mi intención era tomarme una cerveza y luego regresar a la biblioteca para seguir estudiando después de pasar por aquel restaurante de comida china que tanto me gustaba.

—Podríamos haber invitado a Abel.

—Ha quedado con una chica —dijo ella poniendo los ojos en blanco—. Mañana tenemos un examen de Bioquímica General y él prefiere estar bajo la falda de una chica cualquiera en vez de quedar con nosotros y estudiar... Pero lo más curioso es que después saca buenas notas... No sé cómo lo hace.

—Porque tiene buena memoria y atiende en clase. Es un maldito privilegiado. Tan solo con estudiar un par de horas ya se sabe todo el temario, yo me paso casi diez horas diarias con los ojos pegados a los libros.

—Y por eso eres el alumno más prometedor de toda la carrera de medicina —sonrió, amable—. Y no te tortures más con el examen. Llevas estudiando el temario varias semanas. Puedes tomarte una cerveza tranquilo sin necesidad de pensar en la cantidad de glucosa que hay en la sangre. Deberías preocuparte en la cantidad de cerveza que vamos a tomar esta noche.

—Yo solamente una. Después me iré a seguir estudiando.

—Vamos, Sam. No seas aguafiestas.

El móvil de Daphne sonó desde el interior de su bolso.

—Es mi madre —avisó antes de cogerlo.

—Pues iré yo a por las cervezas.

—Vale.

Me dirigí a la barra y esperé a que me atendieran. El estómago se me removió cuando la pareja que había a mi lado empezó a comerse el uno al otro. Porque eso era exactamente lo que estaban haciendo; abrían las bocas y se lamían, se chupaban, se succionaban. Llamar beso a eso sería un insulto para el resto de besos. Y no pude evitar sentir envidia.

Por aquel entonces hacía mucho tiempo que no besaba a nadie. De hecho, no recordaba cuándo fue el último ni con quién. Supongo que fue con algún tío que conocí por Grindr... No sé. Tampoco es que me importara mucho, pues estaba completamente centrado en mis estudios y en nada más... O eso creía.

El chirrido de una puerta cerrándose me sobresaltó. Alcé la vista y me encontré con un morenazo de metro noventa tras la barra, ojos grandes y verdes y pestañas largas. Unas cuantas pecas adornaban su nariz aguileña que en ese momento no me percaté de que las tenía, pero ahí estaban, esperando a ser adoradas. Llevaba una camiseta negra remangada hasta los codos, la tela se ajustaba a su musculoso torso y sus enormes brazos. Un trapo colgaba de su hombro derecho de una manera informal. Me quedé embelesado mirando su perfecto rostro, tanto que incluso olvidé cómo se hablaba.

Y cuando sonrió..., joder.

No he visto nunca una sonrisa como la suya.

—¿Qué quieres tomar?

El nudo de mi garganta no dejó fluir las palabras con normalidad.

—Dos cervezas —balbuceé como un idiota.

Se dio la vuelta y empezó a llenar dos vasos de cerveza.

Mientras lo hacía, miré a mi amiga para evitar seguir comiéndome con los ojos al camarero. Ella había dejado de hablar con su madre y se encontraba escribiendo un mensaje.

—¿Es tu novia?

Ladeé la cabeza para mirar al hombre de ojos verdes.

—La chica pelirroja. ¿Es tu novia?

—No, no —negué con la cabeza—. Es mi amiga. Hemos venido para relajarnos después de haber pasado la tarde entera estudiando en la biblioteca. Según ella, aquí sirven la mejor cerveza del mundo.

—Pues tu amiga tiene razón —torció la sonrisa.

Dejó los vasos sobre la barra.

—Permíteme que lo ponga en duda...

—¿No me crees? —alzó una ceja incrédula.

—No me malinterpretes, pero es que me cuesta creer que en un antro como este sirvan la mejor cerveza del mundo. No te ofendas. El lugar está bien, pero...

—Hagamos una cosa —dijo, apoyando las manos sobre la barra en ese gesto tan suyo y que yo tanto adoraba—: Si resulta que esta es la mejor cerveza que has probado, me invitas a una copa cuando acabe mi turno. Si no es así, corre por mi cuenta todo lo que os pidáis tu amiga y tú. ¿Qué opinas?

Ni siquiera me lo replanteé.

—Acepto.

Me acercó uno de los vasos. Yo tomé un sorbo pequeño y degusté el sabor. Vale, estaba muy rica. Sin embargo, aunque no lo estuviera, habría fingido que así era. No os voy a mentir, el chico era muy mono y yo llevaba mucho tiempo a dos velas...

—¿Qué dices? ¿Es la mejor cerveza que has probado o no?

Asentí, intentando contener la sonrisa que se me escapaba.

—Pues sí —contesté—. Está muy rica.

El chico sonrió con satisfacción.

—Entonces me debes una copa.

Mostró una sonrisa ladeada.

—Un trato es un trato. ¿A qué hora acaba tu turno?

—En una hora.

—Entonces esperaré.

—Me llamo Aiden Peters, por cierto.

—Sam Stone.

Los giros del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora