No me acuerdo cuánto pasó hasta el día que estábamos medio adormilados en el patrullero y nos llamaron de jefatura para asistir a los bomberos en un incidente.
Calculábamos que algo había pasado porque se escuchó la sirena del cuartel. La cosa esa sonaba como la puta madre. Al pedo, porque en esta época de celulares y WhatsApp basta con un mensaje. Esa sirena era útil en otras épocas, cuando era urgente llamar a todos los bomberos voluntarios pero muy pocos tenían teléfono. Además, no se podía llamar a todos a la vez. Ahora con una aplicación en la computadora podés llamar a todos a la vez sin que te puteen cincuenta vecinos por hacer sonar esa sirena gritona en medio de la hora de la siesta.
Era uno de esos días calurosos y húmedos, y en plena siesta lo único que se oía eran las chicharras y algún perro ladrando a lo lejos. No fue difícil escuchar la sirena de los bomberos aunque estábamos del otro lado del pueblo. Lo raro fue que los bomberos solicitaran presencia policial.
Aprovechamos la ocasión para levantar velocidad y prender la sirena del patrullero. Uno no desperdicia la oportunidad de poder meter cuarta andando dentro de la ciudad, sobre todo en un pueblo en que la velocidad máxima es de treinta kilómetros por hora. Justo por eso, para poder subir a sesenta tuvimos que prender la sirena. Me lamenté por los pobres vecinos que habíamos despertado haciendo tanto ruido, pero enseguida se me olvidó.
Llegamos hasta la zona caté de la ciudad. Ahí no había ranchos ni casitas cuadradas sobre la vereda. Era un barrio de puros chalets con parques enormes e incluso con piletas. Eso me pareció bueno, dada la circunstancia, porque las casas estaban tan separadas unas de otras que el fuego no se podía extender hacia alguna casa vecina y el riesgo era menor. Entre el humo y los curiosos vimos estacionada la ambulancia del hospital. El médico y el camillero estaban apoyados en la puerta, boludiando con los celulares. Eso era mala señal: si los llamaron fue porque había personas involucradas, si estaban sin hacer nada era porque llegaron demasiado tarde.
El agente municipal nos dejó pasar. Estaba ahí para desviar el tránsito pero a esa hora no andaban ni los perros en la calle. Estacionamos el patrullero y fuimos a buscar al Comandante, con cuidado de no estorbar a los bomberos que todavía trataban de apagar el fuego. Nos presentamos y esperamos el parte.
—Nosotros vamos a dejar acordonado —nos informó el comandante—. Más tarde va a venir uno de nuestros peritos, porque todas estas casas tienen seguro, así que mejor hacerla peritar lo antes posible —se quedó pensativo unos segundos y al final dijo—. Hay algo que me resulta muy raro. —Descartó lo dicho con un movimiento de la mano—. El verdadero problema es que no encontramos la causa del fuego, así que ustedes van a tener que llamar a criminalística.
—¿Había gente adentro? —preguntó mi compañero.
—Sí, la dueña de casa.
Una pena. Siempre se siente feo cuando toca intervenir en una tragedia, pero para eso estábamos, aunque no había mucho para hacer. Nuestro pueblo era demasiado chico como para tener su propio departamento de criminalística, así que cada vez que pasaba algo serio había que llamarlos y esperar que recorrieran los cien kilómetros desde su ciudad hasta la nuestra.
Si el jefe de bomberos estaba preocupado, era grave en serio. Miré bien alrededor buscando detalles. Era una casa grande, de dos plantas, con garaje para dos autos y solo uno estacionado. Debía tener unos mil metros cuadrados de jardín adelante y a los lados de la casa. Quise saber más.
Busqué mi cuaderno y me acerqué a los vecinos para tomarles los datos como posibles testigos. Una mujer lloraba a moco tendido.
—Pobre Pato... —murmuraba entre hipidos mientras un hombre la sostenía.
—Disculpe —le dije al hombre—. ¿Me puede decir quiénes vivían en la casa?
—Vivía Patricia, sola —contestó el hombre.
—¿Patricia cuánto?
—Patricia Casas —contestó para después agregar—, viuda de Bernardini.
Me congelé. Lo primero que se me cruzó por la cabeza fue mi prima, no sé por qué. Dejé lo que estaba haciendo y le mandé un mensaje preguntando alguna boludez que no me acuerdo. Creo que no respiré hasta que me contestó que estaba esperando a su nene en el centro de educación física.
Llevada por una curiosidad morbosa me acerqué a la casa. Atravesé todo el jardín delantero entre mangueras y barro. Ni bola que le di a la faja de no pasar, ni me preocupó que después los de criminalística me rompieran las pelotas por sembrar las marcas de mis borcegos en una escena del crimen. Y sí, si había un cuerpo y el jefe de bomberos no encontraba la causa del incendio, eso ya era oficialmente la escena de un crimen. Pero tenía que verla, tenía que saber si esa era la Patricia que yo creía que era.
Casi no se podía respirar ahí adentro pero igual entré a la sala tapándome la boca y la nariz con la manga. Esa habitación era enorme, del tamaño de mi casa entera. Podía haber parecido el escenario de cualquier otro incendio, pero había algo anormal que me llamó la atención. No eran las paredes ennegrecidas, los muebles que aún humeaban o los ventanales que habían explotado por el calor. Tampoco era el amasijo de carne humeante y carbón que yacía en medio de la sala, sobre el porcelanato tiznado. Se notaba que había sido una persona, pero estaba irreconocible. Aun así, ese cuerpo quemado estaba en consonancia el resto de la escena. Lo que no cuadraba de ninguna forma, era lo que estaba junto a ese cuerpo: una planta, verde, brillante y rebosante de flores de malvón.
En medio de mi asombro escuché el crujido y los gritos, un bombero me agarró del brazo y me arrastró hasta afuera justo en el momento en que la casa colapsaba y toda la planta alta se venía abajo.
El perito de los bomberos nunca supo explicar qué provocó el incendio o porqué todo empezó a arder de vuelta en forma incontrolable cuando el piso de arriba se desmoronó. Los bomberos no pudieron extinguirlo hasta varias horas después.
Los de criminalística no encontraron más que cenizas de lo que alguna vez estuvo en la sala de la casa, pero el caso no se cerró, porque entre los restos había evidencia de dos personas distintas que murieron ahí calcinadas.
Fin.
Nota: Palabras totales... no estoy segura, eran 2899 en el archivo de Word, pero al subirla le corregí un par de cositas (borré, cambié, sobreescribí) pero no agregué, así que sé que no supera las 3000.
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Llevale flores
Short StoryEsta es una historia rara de algo que pasó en mi pueblo. A un poco me lo contó mi prima Camila, a la otra parte la vi yo, o al menos eso creo. No sé si una cosa tendrá algo que ver con la otra, porque si se pone todo junto suena a bolazo. Perdón que...