Como prácticamente cada día...ambos, se volvieron a ver. Parecía ya una rutina, en el mismo sitio, a la misma hora.
Llegaron, se saludaron y comenzaron a andar y hablar de sus cosas alocadamente haciendo paradas para contemplar el paisaje nocturno o para admirar la expresión del otro, bajo la luz de la Luna.
A la hora de despedirse, antes de verse por última vez las caras el chico dijo al viento, en una especie de susurro:
—Tengo miedo.
A lo que ella respondió:
—¿De qué?
—Tengo miedo básicamente del mañana. ¿Has sentido alguna vez que quieres dormirte para siempre porque no sabes que te hará la gente al día siguiente? Ese es mi día a día.
—Desgraciadamente...se como te sientes.
En ese momento todo cobró sentido para él, las mangas largas, el secretismo, su sonrisa, que a veces tenía indicios de esconder algo...profundo y doloroso, sus ojos vidriosos en las mañanas frías de invierno, sus susurros maldiciendo a los demás...su bella y corrompida alma.Y en ese preciso instante sus cuerpos y corazones se unieron en un cálido abrazo que unió sus almas. Y ante todo esto...el chico pronunció una frase casi inaudible:
—Juntos, saldremos de esta.