II

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El regreso a clases, como siempre, es un asco. Eran las 6 de la mañana cuando sonó mi despertador e interrumpió mi profundo sueño. En cuanto abrí los ojos, lo primero que divisé fue la pila de ropa sucia que no lave durante el verano y al levantarme me encontré con mi uniforme tendido en una silla, perfectamente planchado. Me puse el pantalón gris y mis zapatos negros. Luego contemple mi torso desnudo frente al espejo. «Doy asco» pensé, y después de un rato tomé mi camisa blanca, me la puse, y terminé de vestirme anudando mi corbata.
Después comencé a arreglar mi cabello. Mi querido cabello, posiblemente el amor de mi vida. Lo único que amaré convencido y por voluntad.
Acomode mi copete hacia arriba con un poco de gel y me aseguré minuciosamente de no tener ni una sola imperfección en él.
Cuando acabé bajé a la cocina donde mi mamá se encontraba esperándome con un licuado.
—¡Vaya! No te ves mal.
—Gracias madre.
—Apúrate que ya te tengo que llevar. ¿No olvidas nada cierto?
—Creo que no.
—¿Tu mochila? ¿Libros, cuadernos, lápices, plumas...?
—No olvido nada madre.
—¿Y tus ridiculous amuletos?
—No son amuletos... y no los olvido—dije tocando las pulseras en mis muñecas.
—Bueno, ya vámonos entonces.
Me subí al asiento del copiloto con mi mochila en las piernas, y emprendimos el camino al colegio. En la radio sonaba Be My Baby de The Ronettes y comencé a cantar «So won't you, please, be my baby»
—¿No es muy gay para que la cantes?—me interrumpió mi madre.
—Sí, admito que lo es.
Y continúe «For every kiss you give me, I'll give you three» y entonces mire por la ventana a una chica bajando de un auto, con una mochila color vino, y un rostro bellísimo. «Oh, since the day I saw you, I have been waiting for you. You know I will adore you 'til eternity...»
—¿Te gustó? ¿O por qué te quedas como idiota?
—Madre, por Dios.
—Baja ya. Que te vaya bien.
—Gracias.
—Te quiero.
—¿uh? Umm, igual.—respondí desconcertado.

Crucé la entrada y me topé a la maestra Palazuelos quien iba vestida con un traje sastre color azul, y su cabello corto rubio al estilo de los 80's.
—Buenos días Ramírez. Se ve muy bien arreglado.
—Buenos días, gracias.
Pensé en que en unas horas me tocaría la clase de ética con ella y de lo aburrido que sería y desee poder huir...
Subí las escaleras que daban a mi salón y en el descanso hallé a la chica de la mochila color vino hablando con la directora. Las voltee a ver y les di los buenos días, el cual ambas de dieron de vuelta, seguido de un par de sonrisas.
Entré a mi salón y me recibió José con un «¡Hola puto!» a lo que yo respondí con una risa fingida y una mirada de disgusto.
Observe todos los asientos disponibles y después de un rato escogí el cuarto de la primera fila pegada a la puerta. Jennifer estaba sentada detrás haciéndose una coleta de último momento.
—Daniel, ¿viste a la niña nueva?
—¿Niña nueva?
—Sí, la del cabello largo, escuche que quizá entre con nosotros.
—¿En serio?
—Me parece bonita.
—Lo es. —admití.

El salón entero gritaba y reía a carcajadas, hacían una bulla que dejaba medio sordo. Yo contribuía al desastre con un par de gritos, y bromas de mal gusto, hasta que la campana sonó y la directora apareció en la puerta con la chica nueva detrás.
—Buenos días Directora. Luisa Contreras.— le saludamos todos al unísono y cantado.
—Buenos días muchachos. Denle la bienvenida a su nueva compañera, Fátima Rosas. Toma asiento hija.
—Gracias.— le respondió, y después de analizar el espacio por unos segundos, se aproximó al asiento vacío delante de mí.
Sentí una pequeña explosión en el fondo de mi estómago. Y esa explosión fue el inicio de toda una catástrofe... empecé a sentir que me faltaba la respiración, y una voz en mi interior me susurró «háblale».
—Hola.
—Hola.— dijo sonriendo. Su sonrisa, me contagió una alegría inexplicable, casi mágica.
—¿Que te trae por acá?
—El trabajo de mi  papá. Vengo del sur del país.
—Ahí llueve en estas épocas ¿no?
—No tanto, las épocas de lluvia acaban de terminar. Son en verano.
—Oh, acá llueve más en invierno.
—Ya sé.
Me pareció de lo más sangrona... pero eso, también, me gustó.
—En el sur hay selvas ¿verdad?— se metió Jennifer.
—Amm, pues sí.
—Sí Jennifer,  la gente ahí vive como Tarzan, entre animales, y se transportan en lianas. Ah y aprenden a hablar como simios.— bromee y acabé con la imitación de un chango.
Fátima río y contestó— Parece que tú dominas muy bien esa lengua, con razón el color de tu piel.
—¡Pendeja!— exclamé, riéndome de su broma.
—¿Disculpa?
—Oh, no lo dije para insultarte.
«Te ves hermosa cuando te enojas» pensé.
—Oh, claro.

Puede que sea muy tonto, pero me enamoré de ella en cuanto la vi. Me enamore de su tierna e ingenua voz y de sus labios rosados que mantenía semi abiertos casi todo el rato. Me enamoré de lo largo de su cabello, que se enredaba  y dejaba rastros en mi mesa y manos. También de sus ojos ligeramente maquillados y de sus piernas carnosas que tenía cruzadas portando elegancia.
Mierda, es hermosa. Mi corazón de piedra se ablandaba con cada caricia discreta que le daba a su cabello que caí en mi lugar.
Pero no puede ser. Yo no me puedo dar el lujo de enamorarme. El amor es para tontos, que se dejan dominar por una hembra.
No te molestes en tocar la puerta de mi corazón Fátima. Sino se la he abierto a Dios, mucho menos te la abriré a ti. No me conviertas en humano. No me enamores. ¡No!

A mitad de la clase de historia, sentía que mi muñeca iba a caer después de tanto habernos dictado.
—Pinche* maestra floja, en vez de dar una clase bien, solo se sienta a dictar y dictar.
—¿Así es siempre?
—Siempre. Un día de estos le va a hacer fracturarse la muñeca a alguien.
Quería decirle que su sonrisa era hermosa. Pero en lugar de eso, solo le sonreía de vuelta. Y la quedaba mirando, perdido en el fondo de sus pupilas. Como intentando encontrar la luna en ellos. Es realmente bella, y no puedo dejar de pensar en ello...
—¡Jovencita y Ramírez!—nos grito la maestra.
—Mi nombre es Fátima Rosas.
—Lo que sea. Cállense y pónganse a escribir.
—Vaya parece que a alguien no le dieron anoche...— susurre acercándome un poco a Fátima. Ella rió y finalmente nos callamos.

Callados, así deberíamos estar siempre. Sin hablar estupidez y media. Sin reírnos juntos. Si tan solo encontrará la forma de no sonreír al verte. Si no quisiera hacerte reír todo el tiempo para que me regales un poco de tu brillo... el brillo de tus  dientes, o el brillo de tus ojos que se hacen pequeños cuando tu sonrisa crece.
Si no me gustaras tanto sería tan fácil callarnos.
Tengo que encontrar la forma de callarme cuando estás al lado, ignorarte y olvidar que existes, para no enamorarme. (O evitar enamorarme más).

ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora