Juguemos 2

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Guillermo llegó a su habitación aterrorizado y con todos los vellos de punta. Al principio pensó que sólo era su imaginación, pero después su mente contraatacaba y lo hacían temblar del miedo.

Juraría que vio aquellos luminosos ojos que lo miraron con lujuria y deseo. No los vio por mucho tiempo, pero si en su sueño y un temblor le recorrió la espina dorsal.

Suspiró y se acostó en su lecho boca abajo, hundiendo su rostro en la almohada. Le intrigaba, pero le aterraba. Quería saber quién era ese hombre que chocó con él. Que si era la misma bestia quien supuestamente lo mató. Gruñó de la frustración. ¿Qué debía hacer? Lo dejó con una duda demasiado grande que rondaba en su cabeza como una molesta mosca sin salida.

Serró los ojos y dejo de pensar por un momento, poniendo su mente en blanco y lejos de aquella loca idea.

Unos golpes a la puerta lo llamaron, ocasionándole un sobresalto. Se paró y abrió la puerta, encontrándose con su madre, que le sonreía con felicidad, pero aquella felicidad se esfumó cuando vio la cara de asco que tenía su hijo.

-Guillermo ¿Qué pasa?.- frunció el ceño desconcertada, acercándose a su hijo.

-Nada en lo especial mamá, es sólo que me aburro.- bajó sus hombros cansado. La mayor hiso una mueca y lo miró con suplica.

-Guillermo...- dejó la frase al aire, tratando de usar palabras no tan hirientes que interpretaran el enojo que sentía en ese momento.- Sabes que todos los años hacemos esto, tu abuela ya no tiene a nadie que la acompañe en esta casa, y nosotros procuramos en que no sea así más. Sé que ya eres mayor de edad, pero tienes que entender de que somos una familia, y no importa que cuantos años tengas, siempre tenemos que estar juntos.- frunció levemente el ceño.- Sé que no querías venir, por eso estás así.- en parte Guillermo no quería venir, pero por otra lo atormentaba más la idea de que algún asesino o animal sobrenatural lo cazara con la mismas rapidez que con la que lo había hecho la primera vez en sus sueños.

Sólo escuchó lo que tenía que decir su madre, ya que tenía razón, no podría tener esa cara con sus familiares.

-Sí, tienes razón.- dijo algo cabizbajo. Su madre no sabía nada de lo que le estaba pasando. No sabía que un par de ojos color morado rondaban en todas y cada una de sus neuronas.

-Sabes, perdón, pero no me gusta verte alejado de tu gente.- suspiró y se acercó a su hijo, estrujándolo en sus brazos.

Guillermo sólo hundió su rostro entre el cuello su mamá. Todo aquel ese tema lo presionaba cada vez más contra la pared. Su actitud lo estaba alejando todo lo que era de él. De su familia.

-Lo sé. Pero es que no sé qué me pasa.- podría jurar que sus ojos se aguaron de la pena.- Si quieres, iré a jugar un rato con los chicos.- se separó y le dedicó una sonrisa floja.

-Esa es la actitud.- golpeó con el hombro de su hijo, el cual rio.

Los dos salieron de la habitación y se dirigieron al famoso patio trasero de la casa que por años ha unido aquella familia con sus metáforas y locas historias.

Vio a sus tías, siempre juntas, sentadas un unas sillas y su abuela en frente. El padre de Guillermo se encontraba con su hermana menor, jugando a no sabe qué.

Dejó a su madre con sus tías y se acercó al grupo de inmaduros que jugaban a las luchas en el pasto.

Al ver aquel grupo, vio a Rubén. Se le ocurrió una idea, si él estuvo con el rubio anoche, tal vez le pueda decir que ha ocurrido. Se acercó a él y se mantuvo con su perfil serio de siempre que hablaba con el rubio.

-¿Se te ofrece algo?.- sonrió ampliamente. El azabache apretó los dientes al ver aquella sonrisa que odiaba desde que conoció a Rubén.

-Sí, quiero que me digas que ha pasado la noche anterior.- el adverso arqueó la ceja, en una expresión confundida. Guillermo estuvo con ellos la noche anterior. ¿Cómo no recuerda nada?. Le latió el corazón del nerviosismo de lo que le pudo haber dicho el menor.

JUGUEMOS EN EL BOSQUE (WIGETTA LEMMON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora