Capitulo 1

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NARRA IVY

La mayoría de las personas odian los aeropuertos. Entiendo eso. Siempre estás apurado, arrastrando el equipaje, tal vez con miedo a volar, y definitivamente molesto por las atroces revisiones de seguridad. Aun así, para mí, hay un aire de emoción en un aeropuerto. Al menos como viajero. Porque vas o llegas de alguna parte. Solo por eso, me encantan los aeropuertos. ¿Pero mi cosa preferida? Las puertas internacionales.
Amo esas puertas. Me encanta observar a las personas esperando con anticipación, casi nerviosos por la llegada de sus seres queridos. Me encanta ver cómo sus caras se iluminan, la gente llora de la alegría y risa e incluso con lágrimas cuando ven a esa persona especial. Madres, padres, hermanas, hermanos, amigos, novios... en un sinfín de reuniones.
Años después del divorcio de mis padres, solía ir al aeropuerto simplemente a sentarme en una de las sillas de piel agrietadas y absolver todo el lugar. Al menos aquí, se puede ver el lado bueno del amor.
De nuevo estoy aquí, en la puerta de llegada. Solo que esta vez, soy yo la que llega. Y no hay nadie aquí para recibirme. Ni mi hermana. Ni mi papá.
Después de estar en un avión casi ocho horas, mis ojos se sientes pesados, mis rodillas duelen de estar apretadas en un espacio demasiado pequeño y probablemente huelo mal. Es difícil de decir; pero mis compañeros de viaje también apestaban, convirtiéndonos en una gran masa móvil de apestosos. O lo éramos. Ahora la gente es recibida con los brazos abiertos mientras se abrazan. Exploro la multitud por una cara familiar, tratando de no estar decepcionada cuando no vea una.
Muy rápido se hace evidente que me han olvidado. La multitud se hace más pequeña y quedan algunas personas esperando por la próxima ola de pasajeros para ser atendida por la aduana.
Agarro el mango de mis maletas con enormes ruedas, voy hacia un asiento y me pongo cómoda. Mi móvil está muerto y la pantalla está inútilmente negra.
—Mierda —murmuro, parpadeando con fuerza antes de pasar una mano por mi cara. Quiero preguntar por qué mi papá o mi hermana no están aquí, pero si lo hago, tal vez podría llorar. Y no quiero llorar aquí.
No debería estar sorprendida. Ser la hija de Sean Mackenzie significa esperar a que sus clientes estén apaciguados, evitando crisis y ocupándose de contratos. Teniendo en cuenta que mi papá es uno de los mejores agentes deportivos del país, casi no hay un espacio para mí. Sin embargo, uno pensaría que el famoso Big Mac, como el mundo de los deportes le apoda, recordaría venir por mí. O al menos decirle a mi hermana, Fiona, que me buscara.
Solo están atrasados. Están atados al tráfico. Lo han estado un año. No se perderían tu regreso a casa.
En un minuto me levanto, y busco un contacto para cargar mi teléfono para entonces llamar a papá. Pero ahora mismo, no me quiero mover. He estado sentada por horas y de repente estoy demasiado débil para cualquier tipo de cosa, a excepción de estar sentada. Lo que es peor, sin móvil, no puedo parecer ocupada, como si estuviera sentada intencionalmente por mi cuenta. No puedo desplazarme por la pantalla y comprobar Facebook, pretendiendo que estoy haciendo algo importante. No puedo mandarle mensajes a Gray, lo cual es irónico ya que a propósito no le dije que estaba aquí, porque en su lugar le quería dar una sorpresa.
Solo puedo quedarme sentada en perfecto silencio mientras el mundo se mueve más allá de mí.
Los viajeros caminan hacia diferentes partes, unos a paso ligero, otros más apurados, usualmente van con sus familias. Visto todo junto, esos pasos establecen un ritmo casi hipnótico. Tal vez por eso me doy cuenta de la persona solitaria flotando a máxima velocidad por un pasillo. Un chico. Y está corriendo.
Sin hacer nada, lo observo. Fácil, es una cabeza más alto que cualquiera en el aeropuerto. Incluso desde esta distancia, esa cara se cierne sobre el mar en movimiento de las personas. Aunque no puedo distinguir sus características, está claro que está ansioso. Y es rápido, yendo a través de los pasajeros quienes se mueven más lentamente de alguien que es impresionantemente alto.
Él cada vez está más cerca, tan cerca que puedo ver sus anchos hombros y pecho. Lo suficiente para ver los destellos oro de su cabello rubio oscuro mientras corre más allá de la luz entrando por las anchas ventanas de vidrio.
De pronto, mi respiración se acelera y mi ritmo cardíaco empieza a correr. Una sonrisa tira de mi cara mientras me pongo de pie. Quiero la esperanza, quiero creer. Pero él no me está mirando. Su mirada dura y decidida, se encuentra pegada a la puerta de llegada.
Dios, pero la forma de sus movimientos, como una corriente de agua bajando en piedras lisas. La gente se detiene y lo mira mientras pasa. ¿Cómo no podrían hacerlo? Masivo, musculoso pero de proporciones perfectas, y muy cómodo en su piel, claramente es un atleta. Y es precioso. Con una fuerte mandíbula, rasgos cincelados, la piel oro y con cabello bañado por el sol.
El pasa más allá de mí, solo para detenerse a centímetros de la zona acordonada de la puerta de llegadas. Durante un minuto, escanea de izquierda a derecha, su mirada nunca lo suficientemente lejos para encontrarse con la mía. Entonces, se agacha, apoyando sus manos sobre sus rodillas y maldice en voz baja. No está sin aliento, está molesto. Eso es claro. Y cuando maldice de nuevo, se endereza y comienza a caminar, como si todavía eso fuera mucho para él.
Murmurando y con el ceño fruncido, acecha a un amplio círculo, con sus manos detrás de su cuello. A medida que su bíceps se agrupan locamente, se hacen más grandes. Dudo que pueda cerrar mis manos alrededor de uno de ellos. Aunque estoy me imagino tratando. Y todo ese tiempo sonrío como una tonta. No puedo evitarlo. Estoy sonriendo aun cuando su mirada finalmente choca con la mía.
Tan distraído como es, sus ojos escanean más allá de mí, pero el parpadea y se congela. Por un momento nos miramos el uno al otro. Las partes suaves de su boca se mueven un poco. El reconocimiento despeja la nebulosidad de sus ojos azules y el rubor aumenta en su cuello.
Una corriente crepita entre nosotros, piel de gallina se levanta por mis brazos. Mi respiración se vuelve más rápida. Esto es pura alegría sin filtrar y pura. Y es tan embriagador que no sé cómo manejarlo.
Como si también sintiera la fuerte emoción, sus mejillas tienen contracciones nerviosas. Da un paso hacia mí, luego se detiene, inclinando la cabeza y mirándome como si estuviera tratando de asegurarse. Y yo sonrío más amplio. Al ver mi sonrisa sus labios se encrespan, en un proceso lento, en un movimiento tentativo.
—¿Mac? —A pesar que está a unos seis metros de distancia, leo mi nombre en sus labios con facilidad. Y entonces me río, resoplando como una boba.
—Gray.
Incluso desde la distancia, él me escucha. Y entonces se está moviendo, tan rápido que es casi un borrón. En la siguiente respiración, estoy envuelta de una pared caliente y musculosa. Me recoge en sus brazos y me hace volar como si no fuera algún esfuerzo. Por primera vez en un año, me siento delicada y pequeña. El huele a la luz del sol, sudor y curiosamente a casa. Presiono mi nariz en el hueco caliente de su cuello mientras se ríe y me aprieta con más fuerza.
Nunca nos hemos tocado hasta ahora, nunca nos hemos visto en persona. Sin embargo, no hay nada extraño en envolverme en él. Se siente perfecto, hace que mi corazón se derrita y todo mi cuerpo se envuelva a él.
La mano de Gray se envuelve atrás de mi cabeza mientras me sostiene cerca. —Santa mierda —dice con una voz que es resonante y sin embargo, llena de felicidad. Nos hemos mandado mensajes de ida y vuelta tanto que he tenido que pagar un plan extra telefónico y hasta ahora nunca había escuchado su voz—. Eres tú, Mac. En verdad eres tú.
Y él en verdad es Gray. La persona con la cual me he comunicado casi sin parar desde el primer texto. Tan rápido se convirtió en un amigo, una parte necesaria en mi vida. Mi extraña adicción. El pensamiento me asusta. Sin embargo, no quiero dejarlo ir.

The friend zone (libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora