Entrada al Bosque

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Cuando Sorey decidió mandar todo al demonio –sus padres incluidos- no le quedó más remedio que llamar a su abuelo y pedirle de la forma menos bochornosa que lo recibiera en su casa. La llamada no duró más de 10 minutos ya que el tema se venía hablando desde hace meses. No, Sorey no era la clase de adolescente problemático. No, solo era algo sobre llegar tarde a casa, explorar un poco por la ciudad, entrar ilegalmente a edificios abandonados, dejar su marca y huir en medio de las sombras. Sólo de eso. ¿No era ser un chico problema, o sí? No había hierba, mucho menos cigarro. Quizá solo un poco de alcohol y una única vez que no tuvo el suficiente equilibrio como para sostener la lata de aerosol y una caía que lo llevo hasta la cárcel. ¿Qué era una multa?

Una chiquita.

Y allí estaba haciendo maleta, arrojando todo lo de valor. Incluido ese pequeño ratón de peluche que había recibido en su cumpleaños número ocho. Algunas revistas pornográficas que supuso le ayudarían –claro, a falta de novia-. Dinero, juegos, una consola para jugar horas de sana diversión mientras pasaba su arresto domiciliario en casa de su abuelo. Tendría que dejar su pequeña fortuna de latas de pintura; aunque sabía que todas acabarían en la basura en cuanto saliera por esa puerta.

No hubo despedidas, no hubo lágrimas ni gritos. Sorey salió de su casa con la frente en alto mientras su madre lo observaba por la ventana lamentando desde lo más ínfimo de su pequeño ser el haberse divorciado del padre de Sorey y casarse con un idiota.

Amaba a Sorey, pero también era un poco egoísta. Todas las madres lo eran.

La casa del abuelo era vieja. Del tipo de película de terror, ya que cada paso que daba resonaba como gemido de demonio. Clack, clack,clack. Mejor no incomodar a las almas en pena y rezarles una oración de vez en cuando. A falta de espacio habitable. Sorey se conformó con el desván que estaba medio vacío. Su única compañía eran unas antiquísimas cajas de libros y los adornos de la Navidad pasada. De la navidad del siglo pasado. Quizá con un toque hogareño y algunos dibujos el lugar sería agradable.

No descartó la idea de adoptar un perrito.

O un alma en pena. Cualquiera de las dos sonaba bien.

Sorey había huido de casa porque no soportaba al esposo de su madre. Había huido porque todo lo que hacía no era suficiente para él. Admitió –mientras pateaba su maltea- que ese complejo de inferioridad era la causante de muchos de sus problemas. Un nuevo inició siempre es bueno. Dejarlo todo y no voltear atrás.

Sorey extrañaba la hermosa época en dónde ser niño no se trataba de nada más que reír, sacarte los mocos y pintar en las paredes. A veces pensaba que una nube de maldad se había estacionado arriba de él y gustaba de hacer llover problemas y depresión. Sorey no podía reconocer a ese chico en el pequeño espejo de pared que yacía colgado de la pared de madera vieja. Buscar un poco de pureza y belleza era difícil entre tantas sombras.

Encontrarse a uno mismo siempre es lo más difícil de ser adulto.

Comió un par de galletas que su abuelo dejó en la mesita que daba directo a las escaleras del desván –su ahora habitación-. Agradeció el gesto mientras le cortaba la cabeza a un animalito y jugaba con ella haciéndolo correr por algún pastizal imaginario que no pasaba de su mano y la ventana. Era el pequeño perrito Sorey, caminando hacia ese oscuro bosque de escuela privada de niños mimados al cual había sido condenado.

—Corre, corre, pequeño perrito. Corre a lo profundo del bosque, corre, corre pequeño amiguito, mientras los Unicornios y los ciervos perecen cual bestia salvaje.

La galleta suplicó por su vida. Sorey la engullo y se la pasó de un solo bocado.

Notas Finales

Sé que debería estar con Scorpion Flower y lo siento. Tengo tanto trabajo y padezco bloqueo de escritor. !Hey! Lo bueno de esto es que solo durara un mes y con suerte pueda retomar ese proyecto. Gracias por las estrellas, los comentarios, las agregadas a listas. Espero esto sea de su agrado. 

Endless forms most beautifulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora