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Aquella noche fue, posiblemente, la peor de todas: no solo tuve pesadillas, el sudor frío y los escalofríos también eran presentes. Ya llevaba tres días fuera de aquel horrible lugar al que debería de llamar casa y me dirigía hacía la gran ciudad. Vivíamos en un mundo donde solo había dos sitios en los cuales vivir: la tranquila ciudad o los poblados, sitios donde enviaban a los desterrados de la ciudad.

Todo esto empezó en el legado de Edizon III, que al ver que había demasiada gente en la cuidad, decidió amurallarla con una gran cúpula para que nadie pudiera entrar ni salir sin su permiso, fue después de eso cuando anunció que aquel que desobedeciera la ley, sería desterrado; él y toda su descendencia, fuera de la muralla hasta el fin de los tiempos.
A partir de ahí, los primeros desterrados empezaron a crear poblados lejos de la muralla para no estar cerca de aquel sitio al que no volverían jamás. Vivir en los poblados conllevaba, y conlleva, tener menos acceso al agua potable ya que, aparte de la ciudad, todo el terreno que la rodea es árido, seco y caluroso. La cúpula protege a la ciudad del exceso de temperatura de la zona, el terreno se vuelve fértil y fácil de conrear ahí dentro y, al menos, en la ciudad no tienes que pelear con los poblados vecinos por el agua.

No sé cuál de todos mis antepasados fue pero por su culpa, yo y toda mi familia estamos y estaremos desterrados y obligados a vivir en nuestro poblado, solo que a mí las normas de Edizon III me dan igual y prefiero saltármelas: mi plan es colarme dentro de la ciudad de alguna forma y vivir una nueva, olvidándome por completo de todo lo que dejo atrás.

Posiblemente llevara caminando 4 horas en busca de alguna cosa para comer porque no entra en mis planes el terminar rápido con las reservas que llevo en la mochila, porque vete a saber cuánto tiempo durará el viaje. Tuve suerte, a las 2 horas de búsqueda me topé con un poblado, corrí ansioso de agua y algo que llevarme a la boca. Me paré en lo que era la entrada del poblado, donde podía leer un cartel de madera las palabras; POBLADO DE RISKEN.
Caminé hacia dentro del poblado buscando cualquier sitio donde pudiera alimentarme. Los habitantes del pueblo me miraban cuando pasaba por las calles y los más pequeños se atrevían a comentar sobre mí en voz alta mientras, alguno que otro, me señalaba.
Acabé encontrándome con la que parecía la única posada del poblado, entré e, inmediatamente, lo primero que escuché eran risas de los habitantes, algún que otro personaje pasado de copas intentando negociar con alguno de los camareros del local para que le sirva más alcohol y el sonido del vidrio de las copas impactando contra lo que debía de ser el fregadero o qué se yo. El local olía a alcohol y un poco a humedad. Me acerqué a la barra y me senté en uno de los taburetes.
— ¿Qué te pongo? —levanté la mirada de la barra y me fijé en el chico de detrás de la barra. Por lo que observaba, tendría más o menos mi edad, puede que unos años menos. Sus ojos eran de color verde y su pelo rubio, lo sorprendente es que era bastante pálido para ser de un poblado.
— La bebida y la comida más barata que tengas, no tengo mucho con lo que pagarte—respondí con sinceridad.
— ¿De cuánto dispones? —preguntó el chico.
—49 reales.
El muchacho, al oír mi respuesta, asintió con la cabeza.
—Ahora traeré tu comida—se marchó a lo que supuse que sería la cocina y yo me quedé ahí sentado, sin ni siquiera saber que comería.
Aprovechando que no tenía a nadie con quien hablar, saqué de la mochila el mapa de todos los poblados: yo había partido de Pensir y ahora mismo estaba en Risken, el poblado vecino. Aún me faltaban 7 poblados por cruzar antes de llegar a la cuidad. Empecé a calcular; si había tardado tres días en llegar al poblado vecino, llegaré a la cuidad dentro de...
—Aquí tienes, una botella de agua y unas gachas de maíz con leche. Serán en total, 6 reales. — el chico de antes interrumpió mis cálculos con su efusividad al repartirme la comida. Después de colocar el plato de gachas y la botella delante de mí extendió la mano para que le diera los reales correspondientes. Lo hice y soltó un qué aproveche seguido de una sonrisa divertida. El chico apoyó las manos sobre su barbilla y se quedó mirándome mientras me disponía a empezar a comer.
— ¿Vas a quedarte mirándome mientras cómo? —pregunté levantando la ceja levemente.
—No tengo nada mejor que hacer. Si no te molesta, me voy a quedar aquí para darte un poco de conversación.
El chaval tampoco me molestaba así que dejé que se quedara.
—Así que eres un forastero...—señaló mi mochila.
Asentí mientras tenía la boca llena de gachas, posiblemente eso sería lo mejor que comiera en días.
—Vaya, ¿a dónde te diriges? Vas muy cargado como para ir a uno de los poblados de por aquí...
Tragué la comida y bebí un  poco de agua.
—Tienes razón, voy muy cargado como para ir a cualquier poblado. —dicho esto, me metí otra cucharada de comida en la boca.
—Entonces... ¿dónde vas? —dijo el chico más bajito, procurando que ningún cliente nos oyera.  Yo saqué de mi bolsillo el mapa de la cuidad y se lo dejé en la barra, él lo cogió y sus ojos se abrieron ligeramente al darse cuenta que yo, un forastero de otro poblado, pretendía colarse en la cuidad. — Estás loco, vas a morir.
—En tus ojos veo que no soy el único que quiere ir ahí, pero si quieres llamarme loco para no darte cuenta de que tú realmente quieres huir de este poblado tu mismo —murmuré para que solo él me escuchara. Le quité el mapa de entre las manos y volví a guardarlo en su sitio, el chico se me quedó mirando perplejo. Terminé las gachas y retiré el plato hacia delante de mí.
— ¿Necesitas gente?
— ¿Cómo? —pregunté
—Sí, que si necesitas gente que te acompañe. Si es así, yo podría ir contigo.
— ¿Sabes defenderte? Me refiero a que, bueno, yo tengo una espada; ¿qué tienes tú para defenderte? No quiero tener que encargarme de ti si es que vienes conmigo, ¿entiendes? — el chico se quedó callado, pensando.
—Llevo tirando con arco desde que tengo memoria, ¿eso sirve? — cuestionó con mirada nerviosa.
Me quedé callado unos segundos, para después asentir y recibir una sonrisa del chaval.
—Saldremos de aquí cuando oscurezca. Trae tu arco y flechas, provisiones, cualquier cosa que creas que nos sea útil y, sobretodo, agua. Nos vemos en la entrada de Risken. No quiero que llegues tarde, porque si no llegas me iré sin ti y habrás perdido tu oportunidad. —El chico asintió y yo me levanté del taburete y me guardé la botella de agua ya que no quería acabarla toda.
—Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Nikola. ¿Y tú? —me dijo mientras recogía mi plato.
—Marcus. —me coloqué la mochila— Recuerda Nikola, no llegues tarde.
Nikola asintió y yo me despedí con un ligero movimiento de cabeza, salí de la posada dispuesto a irme a cualquier lugar de aquel poblado para poder descansar antes de volver a atravesar el árido camino hacia el siguiente poblado donde poder refugiarme junto a Nikola.

Odisea: La Zona Árida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora