1

162 16 0
                                    


Hablar del ajetreo de acción de gracias es como hablar sobre el ajetreo de cualquier otra festividad como navidad, San Valentín, Halloween, pascua. Adornos por doquier, gente comprando pavos como locos, estaciones de tren y estaciones de metro aún más llenas, los autobuses atestados a cualquier hora.

El bullicio de Nueva York se multiplicaba por mil, pero eso es lo que le hace sentir a Anthony que el lugar está tan lleno de vida como le gusta recordarlo. Sonríe a medias, recostado su cabeza en un poste de luz como si este fuese el hombro de un amante, enterrándose en su abrigo y gruesas capas de ropa. Hay un vacío en su pecho que quema y le fastidia hasta cierto punto.

Dando largos tragos a su café, se dice que existe una posibilidad de que los días que le faltaron por vivir ahí se estén haciendo sentir, como un futuro escrito y predeterminado que fue interrumpido por terceros y que ahora volvía para acecharle con la sensación de lo inconcluso; con la desazón de una vida que dejó a medias. Es como si tan solo hubiesen transcurrido unas vacaciones de verano, y no un par de largos años en los que no ha vuelto a pisar Nueva York.

Apenas son las cinco y Anthony ya se siente congelar, por lo que desiste en su empresa de quedarse afuera para darse el gusto de volver a familiarizarse con los transeúntes agitados y las bocinas desesperadas, y vuelve a su mesa dentro del bar-restaurante que frecuentaba mucho de adolescente. No considera que su invitación pueda ser ignorada, atrapado en todo ese pandemónium de rusticidad, urbanidad y música que odia. Toma asiento en su silla, y, sin pensar en ello por mucho tiempo, le da un sorbo al café.

Un par de tragos después, Anthony mira hacia la ventana. Hay un cielo color azul talo con tonalidades naranja, bastante festivo y acorde, ironizó; y luego descubre aquella gran silueta acercándose.

Steve había aceptado su invitación.

Cuando suena nuestra canción ★ stonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora