Cuando tu mundo cambia

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Esta historia está escrita para las personas que piensan que el amor es libre y no tienen grilletes en su cerebro. Si no te gusta el amor entre hombres, te invito a que no sigas leyendo.

Para el resto, por favor, disfrútala a mi salud ; ) Si no has leído nunca este tipo de libros puede ser que te sorprenda igual que me sorprendió a mi en su día, así que dale una oportunidad, puede que te guste.

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Enzo miró por la vieja ventana de su habitación hacia la calle preguntándose, no por primera vez, como podían haber ido las cosas así de mal. Era un abogado de 42 años con mucho éxito y tenía un precioso hijo de 15 años al que adoraba. Pero hasta ahí podía nombrar las cosas positivas de su vida. Su exmujer Laura, con la que llevaba desde la universidad y con la que firmó un contrato prematrimonial estando loco de amor, le había dejado en la calle con lo puesto. ¡No podía ser más tonto! Si sus propios clientes supieran de su estupidez nunca lo contratarían.

Gracias a que su socia le prestó dinero pudo alquilar un pequeño piso en un barrio obrero del que nunca había oído hablar asumiendo que tardaría años en volver a tener el nivel económico en el que estaba antes de divorciarse.

Lo único bueno de su nuevo piso era que estaba cerca del instituto de su hijo y había una línea de autobús que le llevaba a su oficina en un tiempo relativamente rápido. Echaba de menos su precioso deportivo negro y poder gastar dinero sin estar teniendo en cuenta los pequeños gastos diarios pero sabía que con el tiempo todo se arreglaría. Podría haberle pedido a Ana que le prestara más dinero y haber alquilado algo un poco mejor o en una zona más moderna, pero eso solo le haría sentirse más humillado todavía. No era como si no se lo fuera a devolver ya que lo único que estaba haciendo Ana era retener las minutas de sus clientes hasta que el último trámite del divorcio estuviera solucionado para que Laura no siguiera exprimiéndolo. 

Por lo menos había dejado que se llevaran su ropa, aunque ahora, vestido con un traje hecho a medida entre paredes de más de setenta años, con puertas que no encajaban y ventadas de madera que dejaban entrar el frio de la calle, se sentía ridículo.

Quizá debería empezar a vestir como sus vecinos que iban con vaqueros descoloridos y gruesos chaquetones en vez de su fino traje de lana trenzada.

La verdad era que había tenido suerte con sus vecinos. La mayoría eran gente mayor que había vivido en el mismo sitio desde que se construyeron las viviendas, y con ello se había quitado parte de su miedo a meter a su hijo en un agujero lleno de drogas o algo así.

El único vecino del que se preocupaba era el que vivía justo en la puerta de enfrente a la suya. No es que el hombre hubiera hecho nada malo pero que fuera tan grande como un rascacielos y con la espalda del tamaño un armario empotrado, no le daba mucha confianza. Los tatuajes que llevaba en ambos brazos tampoco ayudaban porque, a pesar de que era pleno invierno, ya lo había visto salir varias veces en manga corta y eso solo hacía que un nudo se apretara alrededor de su estómago. Tenía que reconocerlo, no estaba acostumbrado a hablar con gente así y estaba un poco atemorizado, pero el mundo no estaba hecho para los cobardes.

Enzo se rio de él mismo. ¿Un poco atemorizado? Estaba muerto de miedo. Ese tipo daba la sensación de poder chafarlo entre sus manos como si fuera un mosquito sin parpadear.

La única razón por la que se estaba planteando abordarlo mientras que despedía a su última conquista en la acera del frente, era que necesitaba una información que solo alguien como él podía darle. Había empezada a mirarlo por internet pero después de leer un rato sobre desgarros, dolores, enfermedades... No había podido seguir leyendo por mucho que amara a su hijo.

Como AdolescentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora