Parte 1

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Cuando la amada abuela Felicia murió, aquel bello otoño de 2010, no hubo si quiera un alma que la haya conocido, que no derramó una lagrima por su tan lamentable ausencia. Pero quien más sufrió fue, sin dudas su nieta menor, Abril. Y la mortificaba el hecho de que su tan cercana abuelita muriera el mes que llevaba su nombre.

Abril solo tenía 15 años cuando su nona abandonó este mundo. Pero Feli había dejado algo más que buenos recuerdos para ella.

Un año después, justo en el aniversario de la muerte de la nona, la familia de Abril decidió por fin volver a la vieja casa de Feli, que había estado deshabitada durante todo ese tiempo. La joven nieta fue asignada a limpiar la alcoba de su abuela.

Mientras que sus padres le habían dicho que era un honor para ella limpiar la habitación de su abuela, Abril pensaba que era lo más triste que le podía pasar, y al entrar en la alcoba, los recuerdos la invadieron. El perfume de la nona estaba en el aire, y solo eso bastó para que una lágrima se paseara por su mejilla. Se sentó en la amplia cama de su abuela y acarició el edredón que su nona misma había tejido. Luego se levantó y abrió la ventana. Le resultaba extraño que en toda la casa el olor a encierro estuviera presente, pero sin embargo en esa habitación solo podía sentir el aroma del perfume de la nona Feli.

Abril se pasó unos minutos quitando el polvo de los muebles y barriendo la alcoba. Trataba de no pensar mucho en su abuela y cuanto la extrañaba. Pero nuevamente todos los recuerdos se agolparon en su mente cuando divisó la cajita musical color borgoña que tantas veces le había hecho sonreír. La tomo en sus manos y se sentó en la cama de su nona, como cuando era pequeña, en posición de indio, o en "canastita" como solía decir Felicia cada vez que la veía sentada de esa forma. Abril le dio cuerda y la abrió, deleitándose con los recuerdos y la bella melodía, mientras la bailarina de cristal giraba sobre el espejo. Se le hizo imposible seguir conteniendo las lágrimas, y entonces una traviesa gota salada se escapó de sus ojos, rodó por su mejilla y cayó sobre el espejo al mismo tiempo que terminaba la canción. Le pareció ver que un destello iluminaba el espejo justo donde su lagrima había reposado, pero no le dio tiempo a pensar si fue así, ya que la tapa de vidrio que siempre estuvo fija se entre abrió.

Entonces, con mucho cuidado, la joven retiró la tapa de vidrio para encontrar dentro una pequeña llave. La incertidumbre se apoderó de ella al leer en el dorso de la llave su nombre, escrito con la perfecta caligrafía de su abuela.

Por unos minutos no supo exactamente qué hacer con esa llave, la sostuvo en sus manos mirándola como si de un momento a otro esta fuera a contarle qué significaba, o mejor, qué abría. Se levantó de la cama, mirando hacia todos lados, habían varios cajones que se cerraban con llave, por lo que comenzó a probarlos todos, sin éxito alguno. Suspiró sonoramente, además de abrumada se sentía confundida. Pensó por un momento más, qué habría guardado su nona, y si era algo importante.

Cuando estaba a punto de darse por vencida, recordó un cajón secreto donde su abuela guardaba cosas de valor, en su mesita de luz. Era un mueble poco común, a simple vista parecía normal, pero detrás tenía un pequeño cajón. Sin perder más tiempo, colocó la llave y la hizo girar.

-Bingo- susurró Abril, entusiasmada por la idea de encontrar algo que su abuela le había dejado para recordarla, pensó, durante una fracción de segundo que podría ser ese collar que siempre llevaba, del que pendía una pequeña cajita plateada, tenerlo sería como llevar parte de ella junto, además de que siempre se preguntó qué cosa guardaba ahí dentro la nona Feli. En ningún momento pensó en dinero, eso era muy superficial teniendo en cuenta la relación que había tenido con ella.

Cuando abrió el cajón encontró algunas fotos. Varias eran de ellas dos, o de la familia entera. Pero había un par de fotos extrañas. La criatura que se apreciaba era sin dudas, una ninfa, y se la observaba volando sobre un lago en una de las fotografías, y en otra la misma criatura sentada sobre una roca, sonriendo mientras sostenía un cubo de cristal pequeño en su mano extendida, como si se lo estuviera ofreciendo al que tomó la foto. Abril pensó que podría ser la imagen de alguno de los incontables cuentos sobre ninfas que le contaba la nona cuando era pequeña. Al fondo del cajón había un sobre color rosa viejo donde ponía al frente su nombre otra vez, con la perfecta letra de Felicia.

Quiso abrirlo, pero su madre la llamó. Ya era hora de irse por lo que colocó todo en su lugar y guardo el sobre en su cartera. 

La herenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora