Un dueño demasiado despreocupado

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[Narrador distinto]

Al despertar, lo primero que ví fue la habitación hecha un desastre, como siempre. Había suciedad por todas partes y se percibía un olor desagradable.

Estiré mis patas delanteras y luego las traseras. Cuando salí del cojín que tenía como cama, tropecé con un par de botellas de cerveza vacías y sin querer pisé un trozo de pizza. Me limpié las patas con la lengua, que era como acostumbro asearme. Mientras lo hacía, mi compañero de especie opuesta pasó corriendo hacia la habitación de nuestro dueño.

Como mi especie es muy curiosa y yo no era la excepción, seguí a mi canino amigo para ver qué hacía.

El perro se subió al sillón donde el humano dormía profundamente después de haber llegado borracho la noche anterior.

- ¡¡Tengo hambre, tengo hambre!! ¡¡Quiero comida!! ¡¡Despierta!! - Le repetía una y otra vez mientras saltaba sobre el hombre.

- Estúpido perro - dije. - Ya te he dicho varias veces que los humanos no entienden nuestro idioma animal. -

Mi amigo me ignoró y siguió con lo suyo. "Ya sabía yo que los gatos éramos mucho más inteligentes", pensé.

Mi compañero no paraba de saltar, ladrar y lamer las manos e incluso la cara del humano. La única respuesta que obtuvo fue un ronquido, a lo que el perro bufó y yo me reí.

Cuando al fin entendió que el humano no le daría su comida, se bajó del sillón y empezó a olfatear toda la habitación buscando alimento. Su nariz se detuvo debajo de la cama y de ahí sacó un burrito a medio comer lleno de moho, hasta creí haber visto una cucaracha salir de él.

El can miró el burrito con cara de asco, pero solo encogió sus hombros diciendo: "Bueno, comida es comida" y se lo comió de un bocado.

Dos minutos después, yo estaba retorciéndome de la risa mientras el perro vomitaba detrás de una maceta.

Cuando se recuperó, sacudió su cabeza y se dirigió a la cocina, yo lo seguí soltando pequeñas risas de vez en cuando.

Una vez dentro de la cocina, mi amigo abrió el mini refrigerador con algo de dificultad. En su interior, solo se veían latas de bebida y un envase de fideos chinos en el fondo. Estos últimos parecieron llamar su atención, sin embargo, sus patas no alcanzaban el envase.

Intentó meter la mandíbula e incluso metió una pata trasera sin conseguir tocar los fideos. Yo observaba todos sus intentos fallidos aguantándome la risa, pero cuando metió su cola solté una enorme carcajada.

Mi compañero se rindió y cerró el mini refrigerador de una patada mientras me miraba con el ceño fruncido.

El can estaba a punto de salir de la cocina, cuando su mirada se desvió y sus ojos se iluminaron. Me giré y ví un saco de comida para perro en la repisa más alta de un mueble.

Mi amigo saltó tratando de llegar a la bolsa de alimento, pero no​ se acercó ni un poco a su objetivo. Repitió este proceso múltiples veces estirando las patas o mordiendo en el aire, pero jamás llegó a tocar la bolsa.

El perro cayó rendido al suelo, se veía muy deprimido. Su estómago gruñó en señal de hambre, él solo gimió desanimado y se acostó en el frío piso de la cocina con los ojos llenos de tristeza.

Lo miré con mucha pena, me sentía horrible conmigo mismo. Me arrepentí totalmente de haberme burlado de él y su sufrimiento.

Lleno de empatía, caminé hasta el mesón de la cocina y me subí de un salto. Escalé saltando de repisa en repisa hasta llegar a la última. Miré la bolsa de alimento y la empujé con la cabeza. La bolsa cayó y se rompió al estrellarse contra el piso y la comida se esparció por todo el suelo.

El perro levantó la cabeza y sonrió ampliamente. Desvío su mirada hacia mi, yo le guiñé un ojo para después ver como mi compañero se devoraba el alimento con una expresión de gozo y máxima felicidad.

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