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Hay veces en las que te enamoras demasiado, hasta el punto de pensar que es tu alma gemela.
Te enamoras de sus ojos, sus labios, su cabello, su cuerpo, su voz, su alma. Te enamoras de cada detalle como su nariz, sus cicatrices, sus pestañas y sus dientes. O de cosas grandes como su manera de hablar y pensar. Podría enumerar muchos factores más, porque me pasó con Amy. La chica más hermosa, inteligente y genial que alguna vez conoceré, que alguna vez ha pisado la tierra. Podría contar cómo me rompió el corazón, y cómo juntó los pedazos y lo armó de nuevo.

La conocí en el instituto, por supuesto. Parecía tímida y dulce, pero cuando la conocí fue como entrar a una galaxia totalmente diferente.

Ella tenía grandes pensamientos positivos pero también negativos, no sabría decir si era optimista o pesimista, aunque ella se llamaba a sí misma realista. Amaba la vida, sabiendo que una gran parte del mundo tenía malas intenciones. Tenía intenciones de que todos fueran justos y sabios. Ella quería que todos fueran como ella, de una buena manera.

Era misteriosa, de vez en cuando. A veces era extrovertida y me intentaba adentrar en su mundo, pero de alguna manera me resistía y ella se enojaba.

Cuando estábamos juntos me sentía un idiota, porque ella tenía todos esos pensamientos y yo no. Pero lo olvidaba, ya que esa mentalidad me mantenía completamente enamorado. Ella sabía manejarme y no me había dado cuenta.

Amy siempre intentaba calmar mis miedos con palabras razonables. Quería que me encontrara bien todo el tiempo. En fin, ella era perfecta, y yo...

Yo hacía todo para impresionarla, lo cuál nunca logré, porque ella ya lo era todo. En esos intentos ella perdía el interés en mí porque pensó que yo quería verme más listo que ella. Porque sí, ella era perfecta, pero con un enorme ego, aunque aún así la amaba. O más bien, la amo.

Cosas Que No Deberías HacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora