Giovanni se levantó cuando escuchó a su madre toser gravemente. Paris se había contagiado de pulmonía, pero no había presenciado los síntomas hasta esa noche fría. Giovanni se sentó a su lado en la cama.
—No puedo permitirlo —le susurró Paris cuando dejó de toser —. No puedo permitirme ser la causante de la muerte de mi hijo.
—Yo daría la vida por ti —le respondió mientras colocaba su mano en el pecho de su madre antes de que esta pudiera oponerse. Y como siempre ocurría, sentía como si por su cuerpo recorriera la magia hasta llegar a su mano y traspasarle esa sensación a su madre. Era una sensación tan deleitable.
Y como siempre ocurría, se sentía fatigado y se colocaba junto a su madre. La mujer anciana respiró profundamente.
—Debes aceptar qué algún día moriré.
—No tan pronto, madre.
—Cumpliré setenta y seis, pronto partiré sin previo aviso.
Giovanni no le gustaba escuchar la edad de su madre. Eso lo hacía recordar que era diferente porque él debería de tener cincuenta y dos años, pero parecía de veinte. No podía mantener muchas relaciones sociales porque nunca sabía cómo decir siempre tendría veinte años.
—Sólo te dejaré ir con una condición —Giovanni siempre le decía esta respuesta pero ella nunca le respondía. Aun así, insistía —. ¿Quién me dio esta habilidad?
—Te responderé con otra pregunta: ¿qué ocurre si tú tuvieras un hijo?
Gracias a las respuestas automáticas que le daba su habilidad supo a qué se refería. Nunca su madre le había dado respuesta a aquello. Él mismo nunca se preguntó la razón de que su padre hubiera muerto.
—Mi padre dio su vida por mí —respondió Giovanni afligido.
—Sí, naciste muerto y Marc te devolvió dándote este maravillo don.
—Un maravilloso don que odio —dijo incorporándose de al lado de su madre para irse de la habitación —. Un don que me ha cohibido de ser normal.
—Ser normal es aburrido. Fuiste besado por Dios y el diablo al mismo tiempo, eso no ocurre con regularidad.
Eso de ser besado por Dios y el diablo siempre lo perturbaba. Estar maldito era bueno, estar bendecido también, pero ser una persona con una maldita bendición era una anomalía. Cada vez que sanara a alguien perdería parte de su vida.
—He encontrado un trabajo temporal, madre —le informó desde la puerta de la habitación —. Trabajaré en una tienda deportiva en el centro de la ciudad.
—¿No es muy arriesgado?
—¡Trató de ser normal! —subió el tono de voz —. ¡El trabajo es dar un primer paso!
Sin esperar alguna reprimenda por desobedecer la regla número uno que ella le había inculcado. No llamar la atención de nadie.
Al amanecer, Giovanni se acercó al espejo de cuerpo completo de su baño y vio su reflejo un momento. Se observó desde sus pies hasta su larga cabellera rubia. Su cabello crecía incontrolablemente, cada dos o tres días tenía que cortárselo, pero después de un tiempo decidió dejárselo hasta los hombros. Así era más fácil para él cortarlo un poco, hasta los hombros, todas las mañanas.
Se detuvo un momento en sus ojos verdes, que heredó de su difunto abuelo, y se dijo a sí mismo qué era normal. Luego, se rasuró la barba que le había crecido en el día de ayer, y se recortó el cabello hasta los hombros. Respiró profundo y se alisó la camiseta con la mano.
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La Maldición del Bendito
RomanceFuiste besado por Dios y el diablo al mismo tiempo, eso no ocurre con regularidad.