Un grito desgarrador acompañado de lágrimas y pedazos de cristal se escucha en aquella colina normalmente silenciosa en la ciudad.
Me mira, mientras observo dentro de su ser y solo veo oscuridad ; intento escuchar el latido de su corazón y cuando lo hago solo escucho crujidos acompasados a su dolorosa respiración.
Entiendo su mensaje, lo entiendo aunque no quiera y no puedo hacerlo. Mi cara le transmite las palabras que no puedo susurrar siquiera, y me mira con ojos suplicantes. Me lo ruega, una y otra vez, mientras sus lágrimas ácidas deforman su sonrisa y sé que ya nada se repetirá porque consigo ver sus demonios. Sé que ya no hay vuelta atrás.
Consigo girar la cabeza, decidiendo sobre su posición y sus palabras pero alejó rápidamente esos pensamientos de mi mente. Quiero que sufra.
La miro intentando entender su dolor, intentando comprender lo que siente y al fin sonrió. Veo como cae al rudo suelo desgarrándose, detectando en sus palabras el terror que me alimenta; el terror que nos alimenta a ambos aunque a mí parece gustarme.
Decido reír, sonrío sinceramente hacia aquel crimen moral y legal y me siento vivo y libre.
Después muere. Observo su cuerpo sin alma en el suelo, pienso en los sueños que le he arrebatado como años atrás me arrebataron a mí y automáticamente pienso en mi anterior vida. Pienso en el causante de lo que soy y me rio. Me río al no ser capaz de llorar, me río al verla en el suelo, sus despojos húmedos a causa de sus lágrimas. Rio durante horas, rio hasta que el sol comienza a dejarse ver entre los gigantes rascacielos que se perciben desde el montículo y mi libertad aumenta.
Miro mis manos manchadas de sangre, mi droga y después de todo. Recuerdo con recelo mi pasado. Visualizo su cara, haciéndome pensar en cuantos monstruos como yo fue capaz de crear y cuántas vidas inocentes corrompió pero no consigo sentir lastima. Sus palabras suenan en mi mente y me recuerdo a mí mismo todo lo que le debo. Pienso que él no es real pero el tiempo se consume y la idea se queda en el aire.
Una sombra procedente entre los árboles se hace visible y se que es la hora. Siento reproche hacia él y consigo transmitir mi angustia diciéndole que llega tarde, preguntándole porqué ha tardado tanto.
Me pide que recoja el arma que yace en el suelo y sigo sus peticiones. El frío del metal sobre mi piel, la respiración acompasada de mi compañero y el ambiente hostil que nos rodea hace darme cuenta de todo. Él no es real, nunca lo ha sido, miro a mi derecha y su silueta se desvanece poco a poco, parpadeando. Hasta que se convierte en un borroso boceto oscuro.
Miro el paisaje y después de todo empiezo a poder sentir, sentir el brillo del sol y el calor que emana. Mi vista topa con el cuerpo sin vida y una ráfaga de culpabilidad corre sobre mi cuerpo como un relámpago. Un nuevo sentimiento se apodera de mí, lo reconozco como ira pero no tengo fuerzas para alimentarla. Miro mis muñecas teñidas de rojo en un último suspiro antes de desvanecerme para siempre y pido perdón. Pido perdón por todo lo causado, por todas las lágrimas derramadas, insultos gritados y vidas perdidas por mi culpa, por seguir sus instrucciones o las mías ya que es lo mismo y sé que al gritarlo a los cuatro vientos seré libre. Libre de irme para siempre.