En el sueño profundo, encontramos la denominada fase REM, en el que nuestros ojos realizan movimientos rápidos, nuestro cerebro se encuentra en plena actividad, y el momento en el que los sueños se crean. Tras el sueño profundo asimilamos lo que hem...
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La claridad del día empieza a despertar los rincones de la ciudad. Una paloma perezosa se lava en una fuente. Unos pocos coches hacen vibrar el aire al pasar por delante de mí. No quiero levantarme, no quiero volver a ver pasar otro día. Preferiría cerrar los ojos y no volverlos a abrir nunca más. La humedad de la noche impregna mi ropa ya desgastada y en los huesos puedo sentir la helada de la noche.
Con suma delicadeza recojo mis pocas pertenencias en un carro de cuatro ruedas que encontré el otro día. Abro la tapa y lo único que encuentro dentro es mi botella de whisky, mi cartón y media barra de pan duro. Levantándome y estirando los brazos al aire, decido volver a pasar un día en esta ciudad de mierda.
!Dios que dolor de cabeza! Al menos no recuerdo nada de ayer, así que es una buena señal. No recuerdo como llegué a este banco, ni sé ni me importa en qué parque de la ciudad estoy, total, toda la ciudad es mi hogar.
Un poco de pan duro para desayunar es lo mejor que he encontrado en días, por lo que saboreo la dura pieza en mi boca mientras poco a poco se va deshaciendo y me impregna con ese dulce sabor del cereal. En la fuente bebo algo de agua y me lavo la cara para desechar finalmente la resaca de mi cuerpo. La ciudad aún permanece dormida y solo algunas hormigas madrugadoras y deseosas de trabajar están por las calles. Es buen momento para buscar algún lugar para pasar el resto del día y encontrar algo antes de que la ciudad despierte por completo.
El Sol tímido aparece con suavidad entre los edificios entrecerrando mis ojos. Finalmente ya he encontrado mi lugar de hoy para pasar un día desconocido y sin importancia.. Abro mi carro y saco de él el cartón desgastado y lo apoyo en un árbol cercano. Parece un buen lugar, un parque tímido escondido entre los entresijos de una ciudad orgullosa. Me quito el sombrero y lo coloco justo delante del cartón en el que se puede leer:
"Necesito dinero para comer, por favor"
Ya situado en mi puesto de trabajo, sentado y acurrucado con mi compañero vegetal a mi espalda, decido empezar mi jornada laboral. La gente ya ocupa las calles de la ciudad y las persianas de las tiendas empiezan a emitir ese ruido característico al abrirse, invitando a todos los transeúntes a que pasen y dejen el dinero que tanto les cuesta conseguir cada día, olvidando el verdadero sentido de la vida y centrándose en su trabajo. Pobres desgraciados todos.
Los niños al colegio, los adultos a trabajar, las madres a charlar en la terraza de un bar, el hombre mayor a ver pasar su vida entre migas de pan y palomas, y yo, viendo cómo el mundo gira a mi alrededor sin cesar. La vida me ha dado muchas vueltas y ahora estoy aquí sentado, mirando fijamente como la fuente empuja el agua hacia el cielo con su sistema de bombeo interno. ¿Cómo he llegado a este punto? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¡Maldita sea! Mi cabeza empieza a reaccionar, es momento de hablar con mi compañero y eliminar esa capacidad.
De nuevo, abro el carro y saco el whisky. Un ligero trago que calienta mi garganta y noto como baja por mi cuerpo. Siempre es algo fuerte a primera hora de la mañana, pero en cuestión de pocos minutos será un gran consuelo. La guardo de nuevo en el carro y me vuelvo a sentar en mi oficina.
La ciudad para para comer. Las terrazas se llenan de gente pidiendo pollo a la brasa, cerdo en su salsa, pescado al horno, helados y bebidas refrescantes. Así que no le negaré al día ese momento y de nuevo saco un pedazo de pan duro y lo suavizo con un trago de whisky, mientras contemplo el Sol en su momento mas poderoso.
El sonido de unas risas me sacan de mi ensueño. La boca se me ha quedado seca por lo que decido humedecerla de nuevo con un buen trago. La botella se termina. Veo a unos niños jugar a la pelota y desde mi posición les hago entender que son muy buenos. Las risas y los comentarios entre ellos florecen, al parecer les ha hecho gracia. Así que intento incorporarme para acercarme a ellos, pero el suelo me juega una mala pasada y hacen temblar las piernas. Más risas se escuchan delante de mí y me doy cuenta que soy el objeto de sus burlas, así que decido recoger mi puesto y largarme del lugar. ¡Maldito whisky, ojalá me quedará un trago para olvidar lo ocurrido!
Una voz femenina aparece en escena llamando a un pequeño que se encontraba cerca de mí. La mujer tiene una apariencia joven y atractiva. Sigue llamando al pequeño que no para de mirarme, y sin evitarlo le saco mi mejor sonrisa. Rápidamente llega la madre y lo aparta, diciéndole después de que su hijo le pregunta por mí "Ese hombre está así porque no ha estudiado, así que si no quieres vivir en la calle tienes que estudiar como papá y mamá para poder tener todo lo que quieras".
Noto como el calor sube por mi interior, debido a la sangre mezclada con alcohol que empieza a hervir en mi interior. Intento gritarle a la mujer unas frases que no terminan saliendo como yo esperaba. Balbuceos e insultos aparecen por mi garganta sin sentido haciendo correr aún mas a todo el mundo a mi alrededor ¡Maldito seáis todos vosotros! ¡No sabéis nada de la vida! Me dejo caer al suelo y me acurruco mientras el lugar me vuelve a dejar en soledad.
Lágrimas caen por mis mejillas ¡Joder, no me queda whisky! Mi cabeza despierta, mi cuerpo muere con cada golpe de mis recuerdos. Lo tenía todo, un trabajo por el que había estudiado media vida, una casa caliente en invierno y fresca en verano, un hijo que sonreía cada vez que jugaba con él y una mujer que me había querido. ¡Basta ya!
Las pequeñas lágrimas dejaron paso a una terrible tempestad en mis ojos, con un sabor amargo del pasado. Todo se giró, todo la vida cambió en un instante en el momento en que la vi con aquél desconocido en mi habitación. El desconcierto dejó paso a la negación. La negación dejó paso a la rabia, y ésta al desastre. Lo perdí todo con un golpe. Mi casa, mi hijo, mi vida.
Tras secarme las lágrimas me doy cuenta que la noche ha llegado a la ciudad y empieza a descansar para un nuevo día. El estómago me pide a gritos algo de comer y un cubo de basura me brinda una nueva oportunidad. Una botella medio vacía aparece en su interior. El trago es profundo y refrescante. Tumba a mi mente y me permite avanzar de nuevo. En las mejillas aún quedan los restos salados de un recuerdo.
De nuevo en el banco del principio. Acurrucado y mareado, dejo que la noche me cubra una vez más. Espero cerrar los ojos y no volverlos a abrir, un deseo que no consigo que se haga realidad por mucho que insista en ello.