Prólogo

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[...]

Se le veía completamente desdichada. Una pequeña, solitaria chica, en una habitación repleta de personas. Quizá, eso fue lo que llamó mi atención en primer lugar, en vez de suspiros y miradas curiosas que sé que son dirigidas completamente a mí. Tal vez, su falta de interés, y sus ojos de un tóxico color dorado, fueron el inicio del abismo más oscuro de mi vida.

Un abismo en que gocé cada centímetro el caer.

Lya

Era un día terriblemente nublado, verdaderamente hermoso. Me dolían un poco los ojos al mirar las nubes directamente. Oí un silencio abrumador, comparado al usual ajetreo matutino del salón, y sentí una brisa fresca acompañada de una fragancia que hizo mi estómago retorcerse y mi garganta cosquillear. Sentí, repentinamente, la boca seca. Giré mi cabeza y tuve una vista que me desorientó por completo. Ni siquiera supe por qué, ya que, además de un extraño color de ojos, no había nada inusual.

— Mi nombre es Lydia. Me gusta el dorado y no mucho más. Estaré de ahora en adelante como su compañera —Dijo, su voz ligeramente ronca, clara, se coló por mis oídos. Me relamí los labios con repentina ansiedad. Sentí el ambiente cambiar, las miradas interesadas de los muchachos brillar, los resoplidos despreciativos de las mujeres sonar. Esa chica sería, prontamente, la manzana de la discordia.

Volteé mi mirada nuevamente hacia la ventana. La verdad, ni siquiera me interesaba. Escuché pasos, y sentí una mirada inquisitiva en mi nuca. Lo sabía, que esa clase de miradas las solía recibir todos los días, y que ya me consideraba una experta en ignorarlas, pero en ese momento ni lo pensé, el escalofrío que corrió nervioso por mi pecho no me lo permitió. Me giré, y mis ojos se encontraron un tártaro de tonos violetas.

Probablemente, ese fue el inicio.

Posiblemente, esa fue la razón.

Seguramente, ella fue mi mesías.

La salvadora que me sacó del abismo que sentía como mundo mortal.

Lydia

Sentí una esencia. Terriblemente deliciosa, tentadoramente seductora. Así que decidí poseerla. Era una chica de un precioso cabello negro, tan oscuro como el cielo nocturno, unos radioactivos ojos amarillos, como dos luces de neón, y una apariencia tan delicada que parecía que en cualquier momento se fuera a romper. Pero, a pesar de todo aquello, ni siquiera parecía interesada en vivir. Sus ojos en realidad no brillaban, y en su piel la coloración era nula.

Me senté, y la miré detenidamente. Cada pequeño rasgo. Y sucedió algo que no esperé. Se volteó. Sintió mi mirada, y observó directamente a mis ojos. Sentí una terrible ansiedad atacarme. Quería tocarla, quería sentir su piel, quería oler su cuello, quería tomar su vitalidad, quitarle todo lo que tuviera, y hacerla mía.

Porque en sus ojos encontré desafío, fortaleza y un mundo tan grande como el muro que lo protegía.

— Já, ¿Es tu objetivo? —una voz burlona me tomó por sorpresa. Era la chica junto a mí, vestía su uniforme desaliñadamente, su cabello castaño caía ondulado hasta la mitad de su espalda y tenía una mirada tan oscura que parecía negra—. Verdaderamente, esa chica es demasiado obvia.

— ¿A qué te refieres? —el profesor había salido. Aproveché, dejando de susurrar.

— Ella es Lya Luna. Básicamente, la rarita de todo el salón, y el habitual objetivo de burlas. Bueno, es demasiado enclenque como para defenderse, y siempre está callada, así que es ideal para el puesto —la escuché reírse con sorna—. Ah, mira. La primera ronda del día —Señaló con el dedo el puesto de Lya.

— Uy, Lya, qué bonito pelo tienes, aún si no se compara al mío. ¿Te hiciste algo? Déjame verlo —Soltó una chica con el cabello más jodidamente falso que había visto en toda mi existencia. Las extensiones se le notaban a kilómetros, y el rubio platinado no le iba demasiado bien teniendo en cuenta que parecía que la habían mandado a trabajar a un cerro sin bloqueador solar. Tomó uno de los mechones laterales del cabello negro y lo cortó deliberadamente.

Sentí mi respiración detenerse, y el aula quedó en completo silencio.

— Wow —Susurró la chica junto a mí—. Es la primera vez que la tocan bajo la mirada de todos.

— Ay, qué torpe soy, igual, te quité ese andrajoso lastre de encima. Agradéceme.

Sentí mi sangre hervir, y justo en el momento en que me iba levantar, el sonido de una silla resonó antes que la mía.

Una mata de cabellos rubios cayeron al piso.

— Jajá, quién lo diría, así te ves mejor. Ah, y para tu información, eso fue completamente intencional. No recurras a la zorrería la próxima vez, cariño —Siseó la chica que me pareció delicada, con sus ojos brillando en rabia y odio y su voz tomando tonos sarcásticos y venenosos. Me reí para mis adentros. Era una maldita genia.

La rubia soltó una palabrota y se lanzó sobre Lya. Por supuesto, ésta no tuvo oportunidad. El cabello que una vez le había quedado en la cadera ahora se encontraba poco por debajo de sus hombros. Justo cuando parecía que la rubia iba a encajarle las tijeras en el ojo, llegó el profesor furioso a llevarlas a dirección. Los tres dejaron el aula, y ésta, nuevamente se sumergió en silencio. Tomé un mechón negro y lo guardé en mi mochila. Al parecer, esta escuela te ofrecía de todo menos aburrimiento.

Serendipia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora