ADVERTENCIA: Capítulo corta venas. Empezamos bien ;)
Cerré mis ojos. Gritos, gritos y golpes. Y ya no me sentía asustada, la histeria, corriendo por la gran sala de estar, ya era algo natural. Un rasguño más, una bofetada, y un alarido que me gritaba que era inútil, que mi existencia era inservible, y que era un desperdicio de oxígeno. Le escuché jadear, y abrí mis ojos.
— ¡Ni siquiera debiste haber nacido, asquerosa chiquilla! —gritó, por millonésima vez en el día.
Asentí, observando a mi madre mirarme con asco.
Lo sabía, sabía que resultaría así. Si algo le gustaba a ella de mí, era únicamente mi pelo. Y lo perdí. Perdí cualquier rastro de calidez que pude haber obtenido de ella. Limpié todo, arreglé los cojines, limpié mi sangre del piso, recogí los cristales de la mesilla y di una última sacudida. Fui hasta el baño, para limpiar la herida en mi mejilla y enfríar los moretones.
En el espejo vi el vacío, vi un cadáver respirar, vi piel muerta temblar, y vi lágrimas salir de ojos secos. Mi mejilla ardió al sentir el agua salada. Cerré la puerta del baño, y lloré, lloré porque aún podía sentir, lloré porque deseé no hacerlo, lloré porque lo odié, y porque aún así lo amé. Lloré porque era lo único que podía hacer.
Sollozos lastimeros resonaban en los azulejos del baño, y mi pecho se sentía oprimido, sabiendo que nada estaba bien.
— ¡Sal ya, Lya! ¡Tengo que bañarme para ir a la escuela!
Abrí mis ojos en terror, eché un poco de agua a mi cara y salí rápidamente del baño.
— Discúlpame —Susurré con la mirada baja. La escuché bufar.
— Tardada... —Siseó con desprecio mi hermana menor, acto seguido entro azotando la puerta del baño.
En alguna parte, me sentí destrozada, sin fuerzas, vacía. ¿De qué sirve? ¿Por qué? ¿Hay un propósito siquiera?
Tomé mi mochila, cerré la puerta, y me tiré a la cama. Tenía tarea. Estiré mi mano, y temblé. Un promedio de un diez perfecto, mantenido desde la secundaria. Nunca me ha faltado ni un sólo trabajo. ¿Por qué? ¿Tan desesperadamente buscaba aprobación? Me saqué los zapatos y me tiré nuevamente a la cama.
Qué me importa.
[...]
Me desperté. Tomé mi celular y vi la hora, las cuatro de la mañana. Me alarmé un poco. Caminé hacia la cocina a paso lento. Saqué un pequeño frasco con un líquido traslúcido de color magenta, y llené una jeringa de quince unidades con él. Habiendo desinfectado una zona con alcohol, miré mis muslos. Estaban llenos de pequeños moretones y una que otra herida que parecía hecha por una aguja. Enterré la jeringa en la parte más sana y vacié el líquido. Un doloroso ardor me recorrió la pierna, y retuve un grito mientras se me saltaban las lágrimas.
Tengo una enfermedad crónica, Stomachum Ruptis, abreviado Rupstom. "Estallido estomacal". Jodida la cosa.
Básicamente, mi estómago no digiere bien la comida, mejor dicho, mi completo sistema digestivo no funciona. Tengo que inyectarme una solución para no inflarme y morir. Porque la comida entra pero no sale, y se pudre. Y, pues, me muero. Chica con suerte me llaman. Ah, y este bonito cuerpo tiene una clase de ácido que hace que en unas horas, todo lo que trague se pudra. Bonita imagen mental, ¿No? Como sea, todo se arregla con la medicina.
Fui cogeando hasta mi cuarto. A pesar de mantenerme viva, esa cosa duele como el infierno. Decidí empezar a arreglarme. Otro maravilloso día de escuela. A pesar de todo, no tuve una suspensión. Una miradita inocente y coqueta al director, mi perfecto promedio, y la única suspendida fue Mónica, la tijeras inquietas.
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Serendipia.
Fantasía«Si no lo sabes, si no lo sientes, ¿Cuál es el sentido? Si no lo entiendes, ¿De verdad puedo hacerlo? ¿Estoy supuesta a confiar ciegamente? Contéstame, porque tengo miedo. Miedo a perderte, miedo a no verte, miedo a quererte. Pero creo que soy más e...