3- Un reguero de pistas (#3ª etapa del desafío).

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  Aún no comprendo por qué el monstruo no me asesinó

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  Aún no comprendo por qué el monstruo no me asesinó. Se contentó con dejarme penando en el purgatorio y solo me robó el casco de teleoperadora con el que trabajo. Su trofeo, según los agentes que me custodian. ¿Me habrá agredido sexualmente mientras yacía desmayada? Dicen que no me violó pero yo lo imagino hurgando entre mi ropa, pellizcándome los pechos para enardecer el fuego que lo obliga a quemar vidas.

  Me encuentro ingresada en el hospital. Han habilitado la planta infantil solo para mí, ya que me confirieron el estatus de testigo protegido. No sé para qué, el psicópata conoce todos mis datos. Según mi sombra, es lógico que me protejan mediante todas las garantías que brinda la ley, pues fui la única que le vio el rostro y todavía respira. Apenas, me siento muerta en vida. Por eso me muestran cientos y cientos de caras de delincuentes con graves antecedentes penales pero ninguno es él.

—¿Está segura? —me pregunta Esther Bouzas, escéptica.

—¿Cree que después de tenerlo tan cerca sería posible que lo olvidara? —Le replico con ironía, conteniendo las ganas de abofetearla.

  Recuerdo la satisfacción de los ojos, oscuros como cenizas. Su placer al rozarme, haciéndome cómplice de la maldad. El dolor en el cuello, el ardor en la tráquea, robándome también la voz. Cómo, aterrorizada, perdía el sentido. Si pudiese elegir, preferiría el olvido, ¡esta mujer es tonta!

  Para no insultarla me concentro en la pared de la habitación. El blanco sintético de la pintura se alterna con zonas empapeladas en diseños de fresas, mariposas y pequeños felices, justo lo opuesto a mi estado de ánimo. Clavo la vista en un cesto con flores artificiales, en el que no he reparado con anterioridad. Se sitúa al lado del enorme ramo de rosas blancas y rojas que me han enviado mis compañeros y jefes del call center.

  La teniente, al apreciar mi desconcierto, me informa:

—Ha llegado cuando estaba durmiendo.

—Seguro que lo ha enviado mi amiga Aroa —le digo, sonriendo, ¡al fin algo de normalidad!—. Se recorre los Todo a un euro y los bazares chinos, es compradora compulsiva de este tipo de objetos.

  Me paro haciendo un esfuerzo sobrehumano. Camino hasta la mesa de madera donde se halla el regalo. Con cada movimiento se me quiebran los huesos.

—La letra del sobre es de Aroa —Le comunico, contenta, solo ha escrito mi nombre.


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  Sin embargo, cuando abro la tarjeta me horrorizo. Es más, hubiese sido mejor sucumbir al ataque.

  Han garabateado con rapidez:

¡Sorpresa! No te has librado de mí, perra.

Le doy tus saludos a tu amiga Aroa.


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  Las piernas se me aflojan. Empiezo a desplomarme al ver, nuevamente, la letra de él. No me estampo contra el suelo porque la policía me coge y me conduce hasta el lecho.

—Lea —Le pido, he perdido la facultad de hablar: el semblante se le nubla.

  Yo pensaba que la muerte sería el castigo: lo peor es sobrevivir con esta culpa...


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Telepsicópata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora