V.

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Bastión de Tormentas, año 1 AL

Mazmorras

Entreabrió un ojo. No le hacía falta ser muy espabilada para saber dónde se encontraba. Recordaba los gritos proclamando la muerte de su padre. Recordaba esa ligera sensación de alivio que sintió al escuchar aquello. Recordaba cómo tras ceñirse la corona de los reyes tormenta tuvo que subir a la parte de arriba del castillo, y como Rhaenys Targaryen, montada en su gran dragón, le instó a rendir el castillo.

—Podrás tomar mi castillo, pero solo obtendrás huesos, sangre y cenizas —le llegó a decir a la mujer.

También recordaba cómo los suyos, quienes se supone que tendrían que haber estado de su lado, la redujeron y la desnudaron, para después encadenarla y meterla en las mazmorras. Quiso llorar, pero no le servía de nada. Sin agua, comida o algo para abrigarse pasó un día, y otro y otro. Se sentía inútil, sucia y traicionada. ¿Acaso había sido cruel con ellos? ¿Acaso no les había escuchado y les había ayudado cuando más lo necesitaban? Respiró hondo. Hasta respirar le dolía.

En un principio sintió ira. Después tristeza. Luego todo aquello fue aplacado por el hambre y la sed. Ya no sentía nada. De fondo oía de vez en cuando los truenos, y aquello era suficiente para indicarle que seguía viva a pesar de todo.

Cuando se preguntaba por enésima vez qué demonios harían con ella, un ruido demasiado cercano para ser un trueno llamó su atención. Cerró los ojos y esperó como un perro moribundo el golpe de gracia, pero nunca llegó. En su lugar le hicieron levantar y la llevaron medio a empujones medio arrastrándola hacia arriba.

Exteriores

Tres días con sus correspondientes noches. Orys Baratheon se empezaba a impacientar, pero no más que la jinete de dragón que tenía a su lado. Si bien la mujer quería echar abajo la puerta y entrar por la fuerza para poder volver a sus comodidades de Rocadragón cuando antes, lo que le escamaba al comandante era que no hubiera habido movimiento alguno. Se sirvió algo de vino y, para cuando se quiso dar cuenta, las puertas de la fortaleza se habían abierto. Miró a Rhaenys con cierto gesto de incredulidad y salió de su tienda, a la espera de algo que les indicara qué iba a pasar.

La autoproclamada Reina Tormenta caminaba a trompicones. No tenia fuerzas suficientes para aguantar las cadenas, ni tan siquiera para poder andar sin tropezarse. Recordaba de cría que había oído que las mazmorras de Bastión de Tormentas eran una forma de agotar a los prisioneros que albergaban debido al frío y la humedad.

No sabía a donde la dirigían, porque ya ni se dignaba a poner atención. Cuando caía, tiraban de sus cadenas para hacerla levantar y varias manos la empujaban hacia arriba. No sabía hasta que no la hicieron parar frente a alguien. Cayó al suelo de un tirón de las pesadas cadenas y de una patada en la espalda, y sintió que se le escapaba la vida entre sus labios quebrados y resecos... Pero no tenía esa suerte.

—Aquí tenéis a la Reina Tormenta —escuchó que alguien decía con marcada sorna; era uno de los amigos de la infancia de su padre.

Cerró los ojos, esperando que aquella vez la rubia Targaryen sí le diera el golpe de gracia. Una puñalada, o que le aplastaran la cabeza, o cualquier cosa, ella se conformaba con poco... Pero lo único que escuchó fue un "quitadle las cadenas" de boca de alguien que no era precisamente la rubia. Seguramente la violaría para después matarla a sangre fría.

Sorpresa era algo que vagamente podría describir lo que sus ojos veían: un pasillo formado por la gente de la misma fortaleza y por soldados curiosos dejaba paso a una pequeña comitiva encabezada por un hombre mayor -posiblemente de la edad del fallecido rey- y una maraña de cadenas tambaleante, la cual cayó a sus pies a la fuerza. Era una mujer.

Orys la observó sin escuchar lo que decían los que la traían... Tampoco le importaba lo más mínimo. Se dio cuenta de que lo que no tapaban la melena oscura o las cadenas eran moratones. Cerró los ojos, abatido. Se esperaba casi cualquier cosa menos aquello.

—¿Acaso hacía falta esto para reducir a una mujer? ¿A vuestra soberana? ¡Quitadle esas cadenas! —sintió los ojos de Rhaenys y del resto sobre él... Menos los de la Reina Tormenta— ¡Que todos los culpables alcen la mano! —vio como decenas de brazos se alzaban, tanto de hombres como de mujeres, posiblemente expectantes de alguna recompensa por sus actos; Orys se giró hacia sus soldados— Desnudadlos y encadenadlos al exterior de la fortaleza. Si alguno se resiste, no dudéis en usar la fuerza.

En medio del revuelo, tomó las llaves del hombre que llevaba atada a la morena y le miró con desprecio. Enseguida dos soldados se lo llevaron. Oía gritos y más gritos, pero él ya había encontrado algo en lo que centrar sus esfuerzos. Desencadenó a Argella Durrandon y se quitó su propia capa, negra, sin ningún motivo dibujado, y la puso por sus hombros. Con ayuda de Rhaenys Targaryen la llevó al interior de la tienda, donde la cubrió con más mantas al notar su piel fría como el hielo. Argella ni siquiera les miraba.

—No quiero haceros daño, mi señora —murmuró él, tendiéndole su propia copa para que bebiera—. Os doy mi palabra.  

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⏰ Last updated: May 18, 2017 ⏰

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