Dulce

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Corría. Me dolían los pulmones por el frío que hacía a esta hora de la noche.

Pero tenía miedo de llegar tarde, de llegar tarde y.... En realidad no sabía por qué lo estaba haciendo. Solo que en el momento en el que Hernando me dijo que el corría peligro, mi corazón se desbocó y me hizo llegar hasta aquí.

Nunca te metas con alguien que tenga problemas emocionales me había dicho mi madre en la adolescencia. Y yo, en ese entonces, le había dicho que me tenía que faltar medio cerebro para hacerlo, y nunca supe si había sido por mi corta pero intensa adicción al tabaco en la universidad, pero en algún momento de mi vida la mitad de mi cerebro se había fundido.

Mis golpes en el suelo resonaban con las paredes del cementerio y aunque algún día de mi vida me había prometido no pisar nunca uno de noche. Aquí estaba de nuevo. Otra regla de mi vida llevada a la basura. Hecha pedazos nuevamente por él.

Maldita sea. Debería dejarlo tirado y que el destino hiciera lo que quisiese con su vida. Pero el solo hecho de imaginármelo herido, con apenas unas gotas de sangre corriendo por su rodilla me partía el corazón. No me quería ni imaginar su cuerpo lleno de golpes.

Escuché unas voces que me hicieron detenerme. No me acerqué de inmediato. Hace mucho él me había dicho que mucha gente, gente peligrosa, venía hacia acá por las noches a saldar sus deudas. Un muerto más, un muerto menos había proclamado. Y yo como fiel al amor que nos teníamos le había hecho prometer que nunca vendría para acá. Y aunque me dijo que si, igual lo hizo a mis espaldas.

Una mentira más, una mentira menos.

Me acerqué a las personas con pasos sigilosos y escuché que una de las voces decía Christopher.

Ese nombre.

Me puse atrás de una de las paredes para que no me vieran. Sentía mi corazón palpar a mil. Y no sólo porque sabía lo peligroso que era la situación. Sino porque hace un año que no lo veía. Y una mezcla de sentimientos empezaban a bullir en mi corazón.

-Le debías de pagar ayer- dijo una voz no conocida.

-Lo sé-.

Maldita sea era él.

-Ya es la segunda vez que te pasa esto-.

-Lo sé- repitió.

Me lo imaginé a la perfección con su sonrisa de egolatra superior. Esa sonrisa que me sacaba de las casillas y amaba al mismo tiempo.

-¿Te estás burlando de nosotros?- preguntó otra voz.

Cerré los ojos con fuerza, rezando para que no los desafiará.

-Si es eso lo que crees-.

¿Pero qué estaba pensando? Era Christopher.

Me gusta meterme en problemas me había admitido la vez que nos conocimos. Yo estaba en un bar con Rolando, si, mi antiguo novio. Christopher había armado una mocha en menos de cinco minutos y había salido con un golpe bien feo en el ojo derecho. Rolando había salido en su ayuda como estudiante de medicina y yo lo había acompañado. Mis primeras palabras que se me vinieron a la cabeza cuando lo vi fueron: arrogante, egoísta y buscapleitos. Y vaya que no estaba equivocada ¿En qué momento se me había olvidado que todas esas cosas eran malas?

En otra vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora