u m ⎬ una amiga de antaño

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Curiosidad, tú,
mi más antigua amiga

Se dice que en un pueblito situado en las afueras de lo perdido y lo olvidado, existió una jovencita de inocencia sin igual

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Se dice que en un pueblito situado en las afueras de
lo perdido y lo olvidado,
existió una jovencita de inocencia sin igual.

Ella, como todas las chicas de su edad, se creía dueña y soberana autoproclamada de su propio mundillo introspectivo. El cual, cabe destacar, se encontraba plagado de maravillosas historias y anécdotas que iba recogiendo a lo largo de su estadía en su pequeña villa.

La jovencita -cuyo nombre me temo no puedo revelar- estaba llena de una burbujeante e insaciable hambre de conocimiento. Siempre tan llena de entusiasmo y ganas de aprender. Provista, además, de una imaginación hiperactiva que parecía ir a todo vapor cómo sí de una máquina con inagotable energía se tratase.

Se creía que era por esto, que la niña le encantaba nombrar por su cuenta las cosas que descubría. Con cada paso que daba, ella misma describió y le otorgó una explicación a todo eso que llegó a experimentar a carne propia; desde la emoción que sentía al deslizarse con su carrito en la pendiente que había tras de su casa, hasta la infinidades de letras hechas a tinta negra que descubrió dentro de los libros de la biblioteca de su sala.

Al principio -y si poder evitarlo de todas formas-, ella creció con algunas pre-concepciones y perjuicios que llegaron a nublarle un poco el pensamiento. Pero, un día, decidió replantearse todo lo que sabía y creía conocer y se preguntó sí, todo aquello inculcado por los mayores de su villa, era realmente lo correcto.

Ahí fue que empezó su andadura en ese caminillo de las opiniones propias -esas dichosas opiniones propias, las cuales sólo ella podía engendrar y nadie más-. Con ese insaciable apetito a lo desconocido, ella descubrió entonces que había unas cosas que, esos sabios que la criaron, no parecían conocer del todo.

Y con ese descubrimiento, una criatura en su interior pareció agitarse un poco, como si tratara de desperezarse de un gran letargo.

La joven sólo miró cómo esa gran criatura parpadeó y fijó esos grandes ojos en su rostro diminuto. Ella se maravilló al descubrir que, a pesar del gran tamaño de aquella criatura y esos grandes colmillos que salían de su boca -incluso estado ésta cerrada al cal y canto-, los ojos que ahora observaba eran cálidos. Dulces. Como si estuviera observando a quién más quería en el mundo.

-Bienvenida, little bú -la animó con voz suave y tintineante, justo como dulces campanillas que se agitaban por el viento-. Hacía tiempo que esperaba por tu llegada.

La jovencita retrocedió un paso, sorprendida con la soltura con la que ese ser se expresaba. Por cómo vocalizaba cada letra con el timbre perfecto de voz, sin que esos gigantescos colmillos llegaran a entorpecerle al hablar.

La teoría de soñar despiertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora