Camino al infierno

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Encendió su cigarrillo con las piernas cruzadas sobre la mesa mientras escuchaba la radio. Liberó el humo antes de que llegase siquiera a los pulmones, y este pareció querer rebelarse metiéndosele en los ojos.

Pero en verdad el humo no era ninguna novedad. Llevaba viendo humo desde hacía meses, humo y polvo. En aquellos momentos no era humo lo que deseaba ver, sino pitufos, luces de colores, el mundo de Yupi, cualquier cosa que le alejase de aquella desastrosa realidad.

– Yo no quiero atarme; quiero una vida fácil, libre, ir adonde me dé la gana y no volver. Solo si estás dispuesto a seguirme... eres bienvenido –. Oyó en su cabeza.

Y él cabeceó.

– Sí que estoy dispuesto.

Y siguió aquella voz, que se había dado la vuelta para desaparecer en un mundo de carreteras.

Dejó el cigarro sobre el cenicero y apartó las piernas de la mesa, inclinándose hacia la radio, cerrando los ojos un momento mientras intentaba comunicarse con ella, sentir la música, alejarse de la realidad.

Se encontró en un bar de alguna parte alejada de la mano de Dios. En Texas, para ser exactos. Música entre rock y country sonaba a todo volumen mientras ella, la voz de su mente, bailaba en la barra sin cortarse un pelo. Los hombres de su alrededor, texanos, moteros, vaqueros..., aullaban como lobos en celo, aplaudían, levantaban sus jarras e intentaban rociarla de cerveza, pero ella los esquivaba con una elegancia salvaje propia del desierto. Una serpiente de cascabel: eso es lo que parecía. Una contoneante y peligrosa serpiente de cascabel... que no tenía miedo de usar sus armas.

En medio de su danza la serpiente le miró directamente, incitándole. Y él no sabía si quedarse embelesado mirándola o dispararle con sus ojos oscuros. Suspiró mientras la jauría de perros lameculos con cuerpos de hombre seguían babeando y armando jaleo, y dio un sorbo a su cerveza, sentado a su mesa. En cuanto la canción acabó, la serpiente volvió a convertirse en persona y se acercó a él exultante, sin dejar de reír.

– ¿Qué te ha parecido eso? Ha estado bien, ¿eh?

– Has llamado mucho la atención. Ahora no te quitan la vista de encima – le advirtió con seriedad.

Se le congeló la sonrisa de la cara.

– Vaya, no sabía que era un delito pasárselo bien. Creo que el calor te sienta mal, Álex; estás más mustio que de costumbre.

– Yo no estoy mustio –. Se levantó, quedándose cara a cara con ella –. No me gusta que otros codicien lo que es mío.

Y la besó, la besó apasionadamente, haciéndola sonreír al separarse y quedarse con las caras juntas.

– Cualquiera te diría que te tomas las cosas con calma – le dijo su serpiente humana –. Aprovecha, Álex: déjate llevar... Siente el ritmo –. Y empezó a bailar delante de él.

Iba vestida con una falda roja con vuelo y cola, unas botas de cowboy y una camiseta de tirantes blanca. Su pelo, oscuro como la noche, lucía unas mechas californianas, y llevaba dos plumas en las orejas. Su piel morena irradiaba sensualidad. Se movía como una serpiente, pero ella no era una serpiente. O más bien sería correcto decir que era más cosas. Tenía el poder de atrapar con su mirada, como los felinos. Era una serpiente y era una gata, no, una pantera. Y tenía la astucia de los zorros y la fiereza de un coyote.

Entonces sí que fue difícil no quedar hipnotizado. No era solo su múltiple personalidad; cuando se movía de esa forma era puro fuego. Ante su visión, su cuerpo empezaba a sudar y era como si el humo imaginario le impidiera respirar. Ella había nacido para el desierto, con razón quería explorarlo, con razón quería perderse en sus entrañas para no volver a encontrar el camino de vuelta.

Camino al infiernoWhere stories live. Discover now