1- La carta

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Hijo mío:

He escrito y reescrito esta carta mil veces, pero creo que nunca estará bien acabada. Al fin y al cabo, ¿qué decir? Que soy el hombre más cobarde que hay en la historia. Eso. Punto. ¿Podría ser? No tendría sentido. Que soy un asco de ser humano, y que cada día de mi vida me arrepiento de lo que hice, por un lado, y por el otro, siento culpa por ese mismo arrepentimiento, ¿tiene sentido? Tampoco. No debes tener idea de qué estoy hablando, pero como en este momento, en el que lees esto, yo estoy muerto (se supone), da igual que divague un poco, ¿no es así?

Para que entiendas mejor, déjame remontarme en el tiempo. Todo lo que te han dicho, lo que te he dicho de mí, para empezar a hablar, ha sido mentira.

Una cruel y vil patraña.

No soy inglés, ni tampoco me llamo John-Paul Eastwood, ese apellido lo saqué de un personaje del cine, para serte sincero. En realidad, soy ruso.

¿Qué sentido tiene, pensarás, haber mentido de aquella forma? Pues... cuidar mi vida. La tuya. La de tu madre. Muchos querrían matarme, matarnos a todos, tal como lo hicieron aquella vez.

Philippe, hijo mío, entiéndeme. Yo llegué a París una tarde de diciembre, según el calendario gregoriano, sin un centavo en el bolsillo. Tenía la barba mal cuidada, el abrigo raído y los pies heridos. Decir que era, en realidad, el zar de Rusia, que había huido de Ekaterimburgo (de donde lo iban a matar), habría sido ridículo. Se habrían burlado de mí.

Tú serás francés por parte materna, sí. Pero por mi parte, eres un Romanov. Desciendes de los mismos que fundaron la Santa Rusia, siglos atrás, y fueron consolidando el imperio. Desciendes de Iván el Terrible, de Pedro y Catalina la Grande, de Alejandro III, ¿y qué más importante que de mí, hijo mío? Philippe, tú eres mi hijo, y yo soy Nicolás II, de la dinastía de los Romanov.

Tú has visto cómo mi patria, nuestra patria, está siendo destrozada. Aniquilada, y sus pedazos arrojados al fuego. Lo has visto, ¿no es así?

¿Quién es, al fin y al cabo, el autor de aquellas atrocidades?

Stalin. Ese maldito comunista, Josef Stalin. Es su culpa, de él y de los suyos. Tú has de evitarlo, Philippe, has de evitar que Rusia se siga consumiendo.

Solo, con mi muerte, te encargo una cosa:

Mátalo. A Stalin. Te lo ruego.

Con amor, tu padre. 

La Sangre de RusiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora