El joven dejó la carta a un lado, abrumado. Aquello era absurdo. Se encontraba en una habitación pequeña, forrada de libros para los que parecía no dar cabida, y se apilaban tanto en el suelo como encima de la cama. Había un par de ellos abiertos, con las líneas subrayadas, y otros tantos lápices y rotuladores esparcidos por la alfombra café oscuro que tanto odiaba, pero nunca se había dado el trabajo de sacarla.
Alto y rubio, de cabeza redonda, representaba menos de los veinticinco años que habían transcurrido desde el día de su nacimiento. Se había quitado la chaqueta negra, y la había dejado colgada en un perchero de la habitación. Estaba en mangas de camisa, pantalón negro y corbata del mismo color. Venía del entierro de su padre.
Tomó el papel en sus manos de nuevo, tembloroso, intentando reconocer la broma, macabra en todos sus sentidos, que alguien le podría estar gastando.
Él no tenía recuerdos de su padre como alguien enfermo o senil. Tampoco tenía tendencias a fantasear demasiado, al contrario. Era serio, de semblante a veces casi taciturno, de andar pausado, maneras corteses y lleno de formalidades. No era un loco exacerbado ni mucho menos. Es más, su pragmatismo llegaba hasta a exasperarlo.
Cuando entró a estudiar periodismo, por ejemplo. Su padre no estaba de acuerdo. Le veía habilidades para abogado, y decía que de ese modo tendría más reputación y los ingresos serían más altos
— No me interesa un hijo periodista — había dicho —. Quiero dejar un legado a la humanidad, ¿sabes?. Que seas alguien en la vida. No un imbécil trabajando para un periodicucho
—¿Y tú? — había respondido su hijo. — ¿quién eres tú? ¿Un contable? ¿Es acaso mucho mejor que informar al mundo de lo que realmente pasa?
Esa había sido la primera discusión fuerte con su padre. Lo amenazó con echarlo de la casa, con desheredarlo. Pero su madre intervino, y finalmente, de mala gana, el hombre accedió a que su hijo entrara a estudiar aquella carrera "de inútiles", como solía decir.
Oyó cómo tocaban a la puerta. Debía ser su madre. A ella podría hacerle ese par de preguntas que tenía atoradas en la garganta.
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La Sangre de Rusia
Historical Fiction"Solo, con mi muerte, te encargo una cosa: Mátalo. A Stalin. Te lo ruego. Con amor, tu padre. " Tras recibir una carta de su padre muerto, Phil Eastwood tiene una misión demencial. Pero él no cree la historia de que su padre es el último zar de Ru...